Suecia toma el camino correcto
«Suecia ha respondido a la caída de su índice de comprensión lectora en 11 puntos paralizando la digitalización de la enseñanza y retornando a los libros de texto»
El problema de muchos debates es que se encuentran viciados de entrada. A veces por los intereses –económicos, políticos, ideológicos– de uno de los actores implicados. A veces por el marco mental que se utiliza, colonizado por eslóganes vacíos o discursos demasiado simples. Sin datos no se puede pensar bien, como tampoco sin matices ni experiencia. Y pocas cuestiones se encuentran tan mediatizadas en España como la enseñanza y la escolarización.
Está, por un lado, el resquemor de la pública ante la concertada (o ante la privada) y, por otro, la discusión en torno a la conveniencia del bilingüismo (español/inglés) o de la inmersión lingüística en las comunidades autónomas con dos lenguas cooficiales. Está el debate sobre el adoctrinamiento ideológico en las escuelas (¿lo hay?, ¿no lo hay?) y la controversia acerca de los deberes, la exigencia y los exámenes. Están los que piensan que debemos analizar atentamente los resultados de los informes internacionales (PISA, PIRLS…) a la hora de implantar reformas y los que nos dicen todo lo contrario: que lo prioritario es centrarse en una enseñanza sin pruebas externas. Están los que reivindican la memoria (yo mismo) y los que la consideran secundaria (¿para qué memorizar si todo lo encontramos en Internet?). Están los partidarios de la asignatura de Religión en horario escolar y los que no quieren verla ni en pintura. Y, por supuesto, están los de la digitalización (tabletas, chromebooks, pizarras digitales, etc.) y los defensores del libro en papel, el cuaderno, los lápices, la goma de borrar y hasta de la pluma estilográfica.
En estos últimos treinta o cuarenta años, no han parado los bandazos en las leyes educativas sin resultados aparentes. Positivos, quiero decir. El «conocimiento poderoso» –utilizando un término acuñado por Gregorio Luri– se erosiona, al igual que la comprensión lectora, la ortografía o las Matemáticas. ¿Han sido alfabetizados adecuadamente nuestros jóvenes en programación, trabajan mejor en equipo, saben investigar y distinguir el grano de la paja en la información que buscan en Internet? ¿Son curiosos o abúlicos? ¿Manejan bien el registro culto de la lengua o esta habilidad depende más del entorno familiar que de la escolarización? Habrá de todo, como siempre; pero algunas tendencias parecen incuestionables: la geografía española nos habla de un país de éxito educativo (Castilla y León, por ejemplo) y otro de fracaso (todo el Levante, por ejemplo). Convendría tomar ejemplo de las autonomías que funcionan, en lugar de seguir las políticas de dudosa eficacia.
«Algunos estudios también sugieren que se retiene menos leyendo en pantalla»
Esto es lo que haría una sociedad atenta a los datos: analizar, comparar y decidir en consecuencia. Tomemos el caso de Suecia, paradigma tradicional de la socialdemocracia. Sus resultados educativos no han sido buenos en estas últimas décadas, a medida que un currículum progresista sustituía a otro más tradicional (a diferencia de lo que sucedió en Finlandia, donde los cambios tuvieron lugar más tarde, como ha explicado la hispanista sueca Inger Enkvist).
Suecia acaba de comprobar cómo su índice de comprensión lectora ha descendido 11 puntos, de acuerdo con el informe PIRLS, cayendo hasta los 544 (aun así, muy por encima de las cifras de nuestro país) y ha respondido de inmediato paralizando la digitalización de la enseñanza para retornar a los libros de texto convencionales. Tiene todo el sentido: los formatos digitales fomentan la distracción y son adictivos. Algunos estudios también sugieren que se retiene menos leyendo en pantalla. Y, en todo caso, ante la sobreexposición de los niños a las tabletas desde edades muy tempranas, la escuela debería ser un espacio libre de digitalización, como mínimo hasta cierta edad.
Cuando mis hijos eran más pequeños, me sorprendía comprobar que el material educativo asiático –de China, Singapur, Japón…– es mucho más pobre gráficamente que el nuestro, mientras que su nivel de exigencia es mayor. La simplicidad, en este sentido, tiene un valor. Suecia emprendió hace unos años el camino de la modernidad pedagógica y los resultados no han sido los deseados. Aquí deberíamos tomar nota si no queremos tropezar con la misma piedra. En el gran diálogo de la cultura, nada ha podido sustituir al libro. Ni creo que lo haga en un futuro.