MyTO

Cuando las palabras lloran

«¿Cuándo llorarán nuestros políticos por el daño que nos hacen sus palabras? ¿Cuándo dejarán de convertirnos en enemigos los unos de los otros?»

Opinión

Ilustración de Erich Gordon.

  • De la biografía me interesan los espacios habitables. Creo en las virtudes imperfectas y en la civilizada inteligencia de la moderación

El historiador John Lukacs solía repetir que la emoción básica de la derecha es el miedo, mientras que a la izquierda la mueve el resentimiento. En ocasiones, ambos afectos se mezclan, tal como sucede en el nacionalismo, quizás la fuerza ideológica que más ha marcado el siglo XX. Lukacs tenía la rara virtud de leer la historia con una mirada literaria, como si se tratase de un gran relato narrado por una multiplicidad de voces, a menudo contradictorias pero con rasgos comunes. Entre líneas hay que saber encontrar el tono de cada época, su matiz peculiar.

Miedo y resentimiento son los dos extremos. Cuando el centro estalla, retornan como viejos fantasmas del pasado. La ola conservadora que recorre el continente –de Suecia a Italia, de Hungría a Polonia, y es posible que muy pronto también España– se ve impulsada por el miedo a una izquierda ideológica que ha abandonado los grandes pactos de la posguerra. En aquellas décadas, el temor se desplegaba como un rojo estandarte bajo la sombra de la hoz y el martillo.

El Estado del bienestar europeo se construyó como un antídoto contra los extremismos. Al reducir las diferencias entre las clases sociales y mejorar la situación económica de los trabajadores, se cerraba el paso a los discursos del odio. El gran salto que disfrutó Europa occidental tras siglos de guerras también fue propiciado por una demografía favorable, una acelerada industrialización y el recuerdo sangriento de los totalitarismos. La moral de fondo era la cristiana, en su formato burgués, y todavía hoy cabe preguntarse si es posible sostener una democracia liberal con valores antagónicos a los judeocristianos. La propagación delirante del wokismo nos invita a dudar de ello.

«Con la erosión del empleo y el deterioro del Estado del bienestar, regresaron el miedo y el resentimiento»

La experiencia europea de la postguerra fue similar a la de la Transición española. En ambos casos, el motor fue la moderación, como freno a la sentimentalidad política. Y, en ambos casos, los logros fueron evidentes e inmediatos en términos de prosperidad y de progreso. Hasta que el ciclo cambió, debido al invierno demográfico, los excesos monetarios, la necesidad de adaptación a las nuevas tecnologías y el brutal impacto –en lo positivo y en lo negativo– de la globalización. Con la erosión del empleo y el deterioro del Estado del bienestar, regresaron el miedo y el resentimiento. El eclipse de los partidos centrales del sistema modificó todo el tablero. Y volvieron los viejos fantasmas.

Resulta inquietante el lenguaje acusatorio de estos días. Prólogo coyuntural tal vez a la dura campaña electoral que se avecina. «Ni un paso atrás», se repite, como si estuviéramos en una situación prebélica. Se diría que la frivolidad de la estupidez se confunde con otra estupidez casi mayor: la de una vacua dignidad a la que llamamos «superioridad moral». El lenguaje exaltado de todos estos portavoces de la angustia, tan hábiles a la hora de ver la paja en el ojo ajeno como incapaces de plantear un análisis de las verdaderas causas del malestar social, no hace más que entorpecer el necesario poso de estabilidad y confianza institucional.

El miedo tiene unas causas; el resentimiento, otras. A veces se confunden y a veces no. Debemos actuar sobre ellas si queremos recuperar el respeto necesario entre las partes. La democracia no puede dejar a nadie atrás y esto debemos recordárnoslo cada día. Para ello, en primer lugar, hay que recuperar el uso correcto del lenguaje, aguzar su filo, para que todos puedan –para que todos podamos– recuperar la palabra.

Recuerdo las lágrimas de los judíos que evocaba Catherine Chalier en su famoso ensayo. Cuando las palabras lloran sin miedo ni rencor, entonces las ideas se humanizan y ofrecen consuelo. ¿Cuándo llorarán nuestros políticos por el daño que nos hacen sus palabras? ¿Cuándo dejarán de convertirnos en enemigos los unos de los otros?

4 comentarios
  1. JaimeRuiz

    Esa cuestión de la vuelta del paganismo es muy curiosa, por ejemplo, está en el centro del fascismo y del nazismo, pero no parece ser lo mismo en el wokismo, donde lo peor de la tradición cristiana encuentra una nueva interpretación: dado que la superioridad moral la dictan el fracaso y la pobreza, ¿por qué no también la diferencia? ¿Por qué el hombre que se ofrece al deseo sexual de otros hombres no va a ser también un agraviado, un nuevo proletario que espera redención y que se siente oprimido por el esplendor de los que gustan a las mujeres? Lo mismo el feminismo, también se crea otro pueblo oprimido-elegido superior moralmente porque sufre. Sólo es la continuación del viejo comunismo por otros medios. Pero el comunismo es el cristianismo duro y «materialista» (aquello de «De cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad», que María Jesús Montero dice que está en la Constitución española, lo sacó Marx de los Hechos de los Apóstoles). El columnista culpa a todos los políticos, ¡no vayan a pensar que se va a untar de hedor anticomunista!

  2. lector

    Muy buen articulo.
    La izquierda radical ( la única que existe en la actualidad) domina el lenguaje , y con ello el debate , que cierra e impide.
    No se puede hablar . El «gran avance» del siglo XXI es la nueva censura .

  3. Viriathor

    Han censurado mi comentario ??

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