THE OBJECTIVE
Alfonso Guerra

Sueños de una generación

«Fue la de 1978 una generación que comprendió que la preservación del prestigio de las instituciones es la garantía del mantenimiento de la democracia»

Opinión
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Sueños de una generación

Sueños de una generación | Ilustración de Erich Gordon

En ocasiones la lectura de un libro nos facilita la comprensión de los tiempos que los pueblos han vivido en el pasado y nos iluminan sobre los problemas presentes en la construcción de un próximo futuro.

No se puede elegir el tiempo en que vivimos, pero sí se puede elegir la respuesta que damos a ese tiempo que nos ha tocado vivir. En los años setenta del siglo pasado una generación optó por dar una respuesta inédita en nuestra historia: frente a la confrontación, el pacto. Una generación que se sabía destinada a cerrar un capítulo ominoso de la historia de España y que no pensaba en la revancha sino en una España cívica, humana. Y si para ello había que empujar hacia la convivencia y la tolerancia: hagámoslo; esa fue la divisa del momento y del lugar.

No fue fácil; los españoles, a través de la historia, habían dado muestras de su preferencia por las encrucijadas, por los instantes en que el destino vacila. Ha sido siempre España inconforme con la realidad y soñadora de un ideal. Es la lucha continua de lo real con lo ideal.

España era aún la potencia más importante del mundo y ya hablábamos de decadencia. Un sentimiento de decaimiento se va instalando en la conciencia de los españoles. Existe un Memorial de 1600, firmado por González de Cellórigo, en el que advierte de que los tiempos presentes sabemos que son peores que los anteriores. Dirá: «Ha llegado el momento que todos juzgamos como de peor condición que los anteriores». Quizás era una remembranza de la expresión del poeta Jorge Manrique en el siglo XV:

«Cómo a nuestro parescer

cualquier tiempo pasado

fue mejor».

La palabra decadencia dominará los textos durante dos siglos. En el siglo XVIII y sobre todo en el XIX y comienzos del XX se alzan obstáculos insalvables en el camino de la modernidad. Se forjan alianzas entre el trono, el altar, el sable y las grandes fortunas agrarias. Se suceden algunos intentos liberalizadores como las Cortes de Cádiz, la Institución Libre de Enseñanza y los regeneracionistas de final del siglo XIX, que no tendrán continuidad. Llegará la depresión del 98, la dictadura de Primo de Rivera, en 1931 la ilusión de un nuevo régimen, la II Republica, el golpe militar, la guerra civil, el exilio y la dictadura del General.

«Sólo una mentalidad totalitaria puede sostener que lo que establece la mayoría sea prevalente sobre la ley»

A la muerte del dictador, el destino vacila, ¿qué ocurrirá? ¿Caerán los españoles de nuevo en una confrontación que les precipite a una tumba de muerte y  dolor, o encontrarán una vía de entendimiento y consenso? Hombres y mujeres que tenían profundas diferencias escucharon la voz de la sociedad que clamaba por el acuerdo antes que por la conflagración. Los unos y los otros renunciaron a parte de sus ideas a cambio de encontrar un punto común que les permitiera la convivencia en paz. Ese espacio común fue la redacción de la Constitución de 1978, posiblemente el más importante documento escrito por los demócratas españoles de todos los tiempos.

Fue la de 1978 una generación que comprendió que la preservación del prestigio de las instituciones es la garantía del mantenimiento de la democracia. En caso contrario se llega a situaciones absurdas como que haya actores políticos que pretenden gobernar España pero no pueden utilizar su nombre porque les provoca erisipela. Y cuando se acepta lo absurdo sin reaccionar es signo de una sociedad en decadencia.

Producida una disparidad entre el demos y la ley, entre lo que proclama la mayoría y lo que dicta la ley, es ésta la que tiene prevalencia. Sólo una mentalidad totalitaria puede sostener que lo que establece la mayoría sea prevalente sobre la ley. Éste es el legado de aquella generación del tránsito a la democracia, a la libertad.

Esta es la generación que describe, analiza y critica de manera magistral Virgilio Zapatero en su libro Aquel PSOE. Sueños de una generación.

En el libro expone detalladamente cuáles fueron las razones que impulsaron a los socialistas, primero desde el Parlamento, después desde el Gobierno, a orientar su política legislativa en el intento de producir un cambio profundo en la realidad española. El libro es una verdadera miscelánea de asuntos muy variados pero que están enlazados armónicamente. Se podría afirmar que se trata de un exhaustivo ensayo acerca de la larga transición, una primera parte desde la aprobación de la Constitución hasta la llegada al Gobierno en 1982 de un partido que estaba entre los perdedores en la contienda civil; y otra representada por los grandes cambios que se producen durante los gobiernos de Felipe González. Lo cierto es que puestas las decisiones de aquellos años  unas tras otras, como hace el autor, resulta una tarea impresionante.

Virgilio Zapatero sitúa al lector en un momento histórico, el de la generación que vivió una etapa de descubrimientos durante los últimos años de la dictadura del general, sin ocultar la borrachera mental de unos jóvenes que querían sobre todo cambiar la realidad antes que conocerla, cuando primaba el atracón de autores marxistas con escasos lazos con la realidad que vivían.

Los jóvenes españoles vibraban al unísono que los europeos, vivieron su particular Mayo del 68, pero en condiciones muy diferentes. Virgilio Zapatero sostiene que el 68 de los jóvenes españoles fue «el acto de presentación de un nuevo grupo generacional, que rompió vital, emocional y culturalmente con la España oficial, con la Iglesia del nacional-catolicismo y con la forma de vida de los padres». Fue la expresión de un decidido antiautoritarismo.

Por ello una de las primeras decisiones de la recuperada democracia fue la ley de Amnistía, que cerraba un ciclo nefasto, para evitar que nos impidiera mirar al futuro. Fue un preludio de lo que significaría la Constitución de 1978, una auténtica acta de paz, un armisticio que terminaba con una larga dictadura, una cruel guerra civil y dos siglos de enfrentamientos. 

El autor sostiene, con razón a mi parecer, que la recuperada democracia cambió muchos de los planteamientos en los que creía el PSOE. Es que «la democracia no se aprende en libros ni manuales, sino ejerciéndola. Y fue la actividad en el Parlamento, y  poco después en el resto de las instituciones, lo que produjo una evidente disonancia entre lo que decíamos y lo que hacíamos».

Este cambio se presentó de súbita manera en el XXVIII Congreso del PSOE, donde se planteó la renuncia a la definición marxista. A partir de aquel momento la democracia dejó de ser «una etapa transitoria, un simple instrumento para alcanzar otros fines, sino un fin en sí misma». Resume el autor este tránsito del socialismo en una frase definitiva, válida en todo momento y lugar: «La democracia es la mejor escuela de democracia».

«Nuestra Constitución no incluye ninguna cláusula de intangibilidad como tienen otras europeas»

Justamente en la búsqueda de la preservación de la democracia hace Virgilio Zapatero algunas precisiones críticas acerca del papel del Tribunal Constitucional y sobre la rigidez del texto de la Constitución con vistas a su posible reforma. Cierto es que la rigidez de una Constitución puede afectar a su vitalidad por la dificultad de cambios para adaptarse a la realidad de los tiempos, pero es preciso ligarlo a que nuestra Constitución no incluye ninguna cláusula de intangibilidad o irreformabilidad como tienen otras constituciones europeas. Preocupan al autor las sentencias interpretativas del Tribunal constitucional así como la substitución del legislador por el Tribunal en la valoración de las condiciones sociales, políticas o económicas. Todo ello a propósito del mantenimiento del prestigio y la dignidad del Parlamento y del Tribunal.

Al proceso de descentralización del Estado dedica el autor unas anotaciones sinceras y valientes, señalando la falta de prudencia en algunas de las decisiones tomadas.

«Hoy tenemos ya experiencia suficiente para saber donde nos equivocamos y tuvimos que ir rectificando a lo largo de todos estos años. (…) El proyecto era nuevo; desconocido; y visto ahora, con perspectiva, el resultado ha merecido la pena. Pero pudo ser mejor si hubiéramos suplido nuestras ignorancias con la misma prudencia con la que pactamos la Constitución».

Nada queda fuera del examen de Virgilio Zapatero, la creación del Servicio Nacional de Salud, las negociaciones para el ingreso en la CEE, hoy Unión Europea, el arriesgado referéndum sobre la permanencia en la OTAN —«aquel enredo tan oportunista»—. Considera el autor que «el PSOE había salido del lío en el que metiera al país: ganamos el referéndum pero perdimos la inocencia. Tal vez Maquiavelo nos hubiera aplaudido. Pero no fue serio». Sensatos comentarios, pero el error no estuvo en celebrar el referéndum, sino en haberlo comprometido, con lo que su eliminación hubiese traído una total desconfianza del  Gobierno y de la política.

Por todo lo relatado en el libro y considerando los altos puestos de responsabilidad que desempeñó el autor, cualquiera que quiera conocer la intrahistoria de los últimos cuarenta años de la vida parlamentaria y de la gobernación de España encontrará en el libro una guía extraordinaria con un gran cúmulo de información.

Puedo adelantarle que le ayudará a comprender la reciente historia de España.


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