El PP debe ofrecer su abstención
«La eficacia de la oposición a otro Gobierno ‘frentepopulista’ empieza por facilitar su formación»
Lo más curioso del resultado electoral del domingo es que, al tomar como referencia expectativas distorsionadas, da lugar a interpretaciones extremas e igual de falsas. El PSOE exhibe una euforia injustificada y el PP está sumido en una depresión excesiva.
A izquierda y derecha, con base en la igualdad entre bloques, muchas voces rechazan una interpretación plebiscitaria y reclaman un acuerdo entre los dos grandes partidos. Quizá fuera bueno para España, pero resulta improbable y además reanimaría a unos extremos hoy empeñados en extinguirse.
Pedro Sánchez ve el resultado electoral como un doble apoyo a su política frentista y a su presidencialismo. Quien ha triunfado en tantas batallas perdidas es de esperar que insista en seguir apostando. Tampoco le presionarán desde una Unión Europea que vive el resultado electoral como un alivio ante sus propios fantasmas.
Por su parte, el PP aún se ve ganador de las elecciones y puede sentarse a esperar a que, como sucedió tras las elecciones de 2008, una crisis presupuestaria derribe el castillo de naipes del nuevo gobierno de coalición.
Ambos partidos harían bien en aprovechar las vacaciones para reflexionar.
El PSOE sólo puede construir una mayoría de gobierno precaria e inestable. Gracias a su control del Tribunal Constitucional, tendría las manos libres para reinterpretar la Carta Magna a la medida de su pasado, sus contradicciones y sus urgencias. La adición de Sumar le asegura estabilidad interna con cierto grado de sensatez aparente. También le permitirá aplicar la moderación que en lo económico le van a exigir sus socios de la extrema derecha antiespañola, una moderación muy del gusto europeo y que, en todo caso, le conviene aplicar para mantener a flote la economía. Respalda esta idea la evolución del IBEX esta última semana.
El freno de ese Gobierno no será institucional sino presupuestario. Hasta ahora, Sánchez ha superado todas las crisis mediante un expediente muy simple: aumentar el gasto y la deuda pública. Eso y la mala memoria del votante es lo que le ha permitido sobrevivir electoralmente al covid y a la guerra de Ucrania. Sólo endeudándonos ha podido subir las pensiones y el sueldo de los funcionarios, aumentar el empleo público, regalar bonos y descuentos, y prometer miles de millones de subvenciones.
En los próximos meses, la vuelta a la normalidad presupuestaria a escala europea cerrará la puerta a una nueva compra masiva de propaganda, silencios y voluntades. Imaginen lo inflamable de la situación cuando la UE nos exija cumplir nuestros compromisos, desde cobrar peajes en las autovías a reducir el déficit público. En lo social, el Gobierno tendrá que optar entre reducir pensiones y sueldos públicos o subir impuestos y cargas sociales; y ello mientras se ralentiza la actividad económica debido al cambio en la política monetaria y la consiguiente subida del tipo de interés.
«El PP debería conformarse a corto plazo con un papel subalterno pero activo, actuando por primera vez con un mínimo de audacia»
Simultáneamente, en lo territorial y gracias a su control del Constitucional, el Gobierno podrá conceder nuevos privilegios de dudosa constitucionalidad al separatismo vasco y catalán; pero tendrá muy difícil seguir tolerando y aún menos aumentar, como pretenden, sus niveles de gasto público, hoy financiados vía cupo y Fondo de Liquidez Autonómico. El Gobierno podrá darles algo de lo que pidan, pero sólo arriesgándose a divorciarse definitivamente de su clientela social fuera de esas dos regiones.
Esta colisión entre concesiones sociales y territoriales es inevitable sin el comodín del endeudamiento público. A partir de cierto punto, resultaría inaceptable para Europa; y dudo que esta vez a Sánchez le baste con su sonrisa. La situación sería entonces similar a la de 2012, cuando, en el contexto de los recortes iniciados por Rodríguez Zapatero en 2010, la negativa de Mariano Rajoy a la pretensión de Artur Mas de consolidar para Cataluña un status de financiación privilegiada desató el procés separatista.
Las divisiones dentro de la coalición serían muy fuertes y máxime en medio de las elecciones autonómicas vascas y catalanas. Dada su precariedad, fácilmente derivarían en nuevas elecciones generales; y el Gobierno llevaría las de perder si la oposición sabe jugar sus bazas.
Ante este escenario, cuando se reponga del trauma electoral, el PP debería conformarse a corto plazo con un papel subalterno pero activo, actuando por una vez con un mínimo de audacia. Más pronto que tarde, si no quiere ir siempre a remolque, debería ofrecer su abstención para investir a Sánchez como Presidente del Gobierno. A cambio, debe proponer pactos de estado para la justicia y el sector público, y exigir un compromiso de respeto al pacto constitucional. De una vez por todas, su propuesta también debe incluir un desarrollo concreto del estado autonómico, dotándole de los mecanismos precisos para asegurar la coordinación de las políticas sociales y la igualdad efectiva de todos los ciudadanos.
No es probable que esa oferta fuese aceptada y, de serlo, el PP pudiera temer que el Gobierno incumpliría lo pactado. Pero, si así fuera y ante lo inevitable del desenlace, ¿no constituyen ambas posibilidades motivos adicionales para plantearla? Esa oferta cargaría de razones al PP a la hora de ejercer como oposición. Ciertamente, al ofrecer esa posibilidad de pacto, regalaría a Sánchez una baza que éste podría usar para reducir el precio que ha de pagar a sus socios. Ello tampoco sería mala cosa, porque ese precio no lo pagan ni el Sr. Sánchez, ni el PSOE, ni el PP, sino todos los españoles. El PP debe pedir y confiar en su agradecimiento. Quien da batalla se arriesga a perderla. Quien no la da, concede de antemano su derrota.