MyTO

Viajeros y turistas

«La terrible contradicción del turismo, en la globalización, es otro signo de nuestro tiempo inculto»

Opinión

Turistas paseando por el casco antiguo de Toledo. | Google

  • Nacido en Madrid en octubre de 1951, Luis Antonio de Villena es licenciado en Filología Románica. Su obra creativa —en verso o prosa— ha sido traducida, individualmente o en antologías, a muchas lenguas, entre ellas, alemán, japonés, italiano, francés, inglés, portugués o húngaro. Ha recibido el Premio Nacional de la Crítica (1981) —poesía— el Premio Azorín de novela (1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997), el Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999) y el Premio Internacional de Poesía Generación del 27 (2004). En octubre de 2007 recibió el II Premio Internacional de Poesía «Viaje del Parnaso». Desde noviembre de 2004 es doctor ‘honoris causa’ por la Universidad de Lille (Francia).

Muchos diccionarios siguen enseñando como parasinónimos las voces «viajero» y «turista», que sin embargo la mayoría diferenciamos más cada vez. He conocido a algunos notables viajeros y como todos he visto y veo miles y miles de turistas. En general se considera que el turista viaja en periodos relativamente cortos -apenas más de un mes, una semana cada vez más frecuente- por vacaciones, por descanso y placer o en recorridos culturales tópicos y que el número de visitantes está degradando. Alguien ha dicho que el turista nunca duda de su país ni de su modo de vida, y que observa lo diferente como una mera curiosidad que apenas llega a entender o sólo de maneras más que superficiales.

Al contrario, el viajero (que no gusta de masas) hace o intenta hacer viajes de mayor duración temporal y desea conocer lo diferente a fondo, suponiendo que una nueva cultura o saber, distintos a los suyos, sólo pueden ofrecer riqueza. Estudiantes con mochila y largas vacaciones son hoy viajeros en mucha mayor y mejor medida que los grupos de turistas que siguen, un tanto gregariamente, los recorridos marcados por agencias de viajes o tour-operadores.

La terrible contradicción del turismo, en la globalización, es otro signo de nuestro tiempo inculto. Que todo el mundo tenga derecho a viajar es sin duda bueno, que se viaje de forma masificada opacando ciudades como el paso de la marabunta, es muy malo. Hace unos años llevé a unos amigos mexicanos a Toledo (era septiembre) pero el lleno y las colas kilométricas eran tales que, literalmente, no vieron nada. Lo comenté con un político que entendió -pero aún no he visto soluciones- que, en muchos lugares, y no sólo históricos, se impone un numerus clausus diario de visitas. Un número máximo -no enorme- infranqueable, para preservar la calidad total.

«La vulgaridad es un mal general de nuestro mundo y juzgan algunos que el siglo XXI -por hoy- sólo puede ser llamado ‘siglo de la vulgaridad invasiva’»

El turismo aún no masivo -años 50 o 60- podía tener y tuvo virtudes. Recuerdo que, siendo adolescente apenas y veraneando en la aún idílica Costa del Sol (Fuengirola era un pueblito de pescadores) las mujeres extranjeras enseñaron a las españolas lo anticuado y absurdo de llevar velo, cubrirse la cabeza, en misa. ¿Si ellas no lo hacían e iban a la iglesia, porqué lo íbamos a hacer nosotras? Y el velo femenino desapareció de las iglesias franquistas. La antípoda -ya en la vulgaridad gregaria de ahora mismo- puede ser el llamado «turismo de sol y borrachera», innoble práctica de muchos británicos mal educados. Uno puede tomar el sol y aún emborracharse, es cosa suya, pero sin molestar ni destruir. Esos bárbaros aúllan por las noches, ahítos de calimocho, y rompen o saquean lo que tengan a mano. ¿No habría que imponer multas o incluso hacer pagar una visa especial en la aduana a ese tipo de salvajes no tan difíciles de identificar? El turismo, que ayudó a abrir una España cerrada a una Europa más libre, ha terminado -baratura y mala educación- destruyendo muchas costas españolas. Francia sabe preservar la Costa Azul e Italia la muy bella Costiera amalfitana, al sur de Nápoles. ¿Porqué nosotros no hemos hecho casi nunca algo parecido? Claro que Venecia puede y suele estar tan abarrotada de turistas como Toledo. 

Quien puede huye de la multitud, como ya aconsejara Horacio, y busca (más difícil cada vez) lugares con poca gente. Bien comenté otra vez que ese tono selecto, de natural excelencia -que debiera ser más habitual- sólo se halla hoy en lugares u hoteles de lujo. Hermosas islas volcánicas con playas y mar y el páramo como belleza -digo Fuerteventura- se mantienen como lugar de pocos, aunque al norte, cerca de Corralejo, ya hay pequeños focos de infraturismo: Todo igual, todo vulgaridad, todo de usar y tirar. Claro que la vulgaridad es un mal general de nuestro mundo y juzgan algunos que el siglo XXI -por hoy- sólo puede ser llamado «siglo de la vulgaridad invasiva». Todavía hay muchos lugares de la América hispana que no están masificados. No vaya a Cancún ni a Punta Cana, pues a pocos kilómetros hay lugares mejores sin manada turística. En Yucatán y no lejos de Cancún, Sisal por ejemplo. (No lo divulguen). Yo conocí México o Santo Domingo por motivos culturales primero, pero vi enseguida que había lugares que no eran el hormiguero turístico de nuestras costas… 

Un viajero se iría a conocer el Chad o Mauritania (excluyo lugares de riesgo) o la Patagonia argentina. Al turista no se le puede pedir tanto, pero es inevitable -con la comparación- constatar cómo hemos envilecido el turismo y cuán otra cosa es el viaje. Sin necesidad de ser Bruce Chatwin o un raro francés, Michel Vieuchange, enamorado del desierto, que en 1932 publicó Smara, el libro que fascinó a Paul Bowles… 

3 comentarios
  1. Yorick

    Yo se lo resumo, don Luis Antonio: un viajero es un turista con pretensiones.

  2. Chungo

    Viajar es el placer de los más necios, Chungo dixit.

  3. errefejota

    Otro empacho de clasismo cateto a cargo del escritor aristócrata. Los pobres que se queden en casa que son feos y apestan. Pues eso, señor conde.

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