Las peores amigas de Jenni Hermoso
«Tiene un par de narices la futbolista al complicar la existencia legal lo máximo que se pueda a Rubiales y todo lo que representa»
Caprichos del algoritmo, me topo no pocas veces con voces femeninas críticas con Jenni Hermoso. La mayoría se dirige a ella como «Jenny», asumiendo que ese apelativo de resonancias chonis ha de terminar por fuerza en y griega, como la Jessy, la Nancy o la Ruby.
Esto denota poco respeto al oficio periodístico y poco respeto por el otro. Por la otra. Encuentro con el Otro se titulaba uno de los más famosos libros de Ryszard Kapuscinski, ese reportero que decía que las malas personas no valen para dicho oficio. Y escribir mal el nombre del personaje más mediático en estos momentos, con permiso del pirao de Tailandia y del gran Carlitos Alcaraz, es cuando menos decepcionante. Jenni, perdónalas.
«Con dos narices», como decía el inefable Ignacio Quereda, en quizá el único gesto de empatía que mostró hacia las jugadoras que tuvo a mal entrenar durante media vida de pesebrismo deportivo e institucional. Un día debió de hacer un ejercicio de empatía al colegir que decir «con dos cojones» podía resultar improcedente para dirigirse a las «chavalitas», como se refería a sus jugadoras.
Y es que Jenni, que no Jenny, Hermoso, tiene un buen par de narices. Aunque les pese a sus enemigas, ese puñado de creadoras de opinión que no paran de afear sus decisiones, en un triste ejemplo de paternalismo al revés (¿maternalismo? ¿desororidad desodorante?) y que ahora, hecha efectiva su denuncia a Rubiales en la Fiscalía, ha originado nuevas críticas insolidarias.
Hablan de «presión social», de «rodillo laico», y se alegran de una eventual derrota de Hermoso en los tribunales, amparándose en el hecho de que no se cortara las venas después del ósculo de la discordia, ignorando que reacciones así son habituales y que tratan precisamente de anular el shock, naturalizarlo y tragar el sapo del mejor modo posible.
Lo difícil es convivir con el sapo. Tener que enfrentarse a ese personaje como de Ibáñez (DEP), tan Filemón Pi, sentado en los juzgados, con el rostro más intimidatorio posible. Tiene un par de narices, Jenni Hermoso, al complicar la existencia legal lo máximo que se pueda a Rubiales y todo lo que representa. Más aún cuando surgen personajes como Dani Carvajal, defensa del Real Madrid, que cuando tiene la oportunidad de aportar algo sale con un «he decidido no opinar». Habría quien opine que, como poco, es un pusilánime.
«El famoso beso de Rubiales puede ser o no agresión sexual. Lo que está claro es que supuso la enésima y definitiva agresión a la dignidad de estas mujeres»
No sé si estas columnistas críticas —por no decir criticonas— con Jenni Hermoso han visto Romper el silencio, el documental que retrata a quien fue seleccionador de la selección española durante ¡27 años!, Ignacio Quereda, y que retrata también a la (Real) Federación Española de Fútbol y su presidente durante ¡30 años!, Ángel María Villar. Y retrata también cómo el fútbol femenino se quiso no ya en clave baja, sino en clave insignificante durante el mayor tiempo posible. Todo ello en treinta minutos. No se lo pierdan. (En Movistar+).
Para ello, se contrató al mayor inepto posible, Ignacio Quereda, de quien hay que decir que hizo muy bien su labor. En todo aquel tiempo, no se consiguieron títulos, más allá de unas honrosas semifinales en la Eurocopa de 1997, fruto del trabajo de un mes, pues los entrenamientos de Quereda eran una pantomima diseñada para el fracaso, pues ese era el latente éxito de los señoros de la RFEF.
El documental refleja casi tres décadas de humillaciones a las jugadoras. Vejaciones gratuitas y no apoyadas en un espíritu de superación basado en esa terapia de choque (tipo profesora de Fama o profesor de Whiplash), pues el objetivo era perder. Llegar lo menos lejos posible.
De ahí que la victoria de la selección femenina este verano en Sídney sea una victoria múltiple por varias razones. Una victoria extendida. Y la denuncia de Jennifer Hermoso a Luis Rubiales sea la guinda a una tormenta perfecta de venganza servida en plato frío. O, mejor dicho, de justicia poética, deportiva, un triunfo del espíritu humano, como el subtítulo de la conmovedora historia de ¡Viven! Como también lo es la sustitución de un contaminado Jorge Vilda por Montsé Tomé, flamante seleccionadora.
Porque el famoso beso de Rubiales puede ser o no agresión sexual. Lo que está claro es que supuso la enésima y definitiva agresión a la dignidad de estas mujeres tras décadas de feos de todo tipo y por eso se queda corta incluso una denuncia ante la Fiscalía. ¿Se acabó? No del todo, a juzgar por las contumaces enemigas de Jenni Hermoso.