THE OBJECTIVE
Álvaro Nieto

Un patán y una turba de fanáticos

Todo el mundo debe retratarse: el que no transmita su repulsa se expone a ser tildado de machista. Parecen otros tiempos, pero es la España del siglo XXI

Opinión
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Un patán y una turba de fanáticos

Luis Rubiales. | EFE

A estas alturas de la película, hay pocas dudas de que Luis Rubiales no es digno del importante cargo que ocupa. Su bochornoso comportamiento durante la celebración del reciente mundial de fútbol es incompatible con las más elementales normas de decoro que son exigibles al presidente de una institución como la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). Es verdad que el mundo del balón no suele caracterizarse por el refinamiento, pero esas formas de patán (según la Real Academia, «persona zafia y tosca») no pueden ser aceptables en nadie entre cuyo cometido esté llevar el nombre de España por el mundo. Y no fue solo el beso, sino los tocamientos en el palco, la sobreactuación en la entrega de medallas (en claro contraste con la Reina y la infanta), el manoseo a todas las chicas y el excesivo afán de protagonismo de un directivo que debía haber dejado todo el foco para las jugadoras.

¿Es posible que todo ello fuera fruto de la euforia del momento? Puede ser, pero las explicaciones dadas por Rubiales a posteriori tampoco facilitan la indulgencia: desde su primera reacción en la Cadena Cope insultando a los que le criticaban, hasta ese vergonzoso vídeo grabado en el aeropuerto de Doha de camino a España. Las disculpas llegaron muy tarde y sonaron fatal.

Dicho lo cual, hay algunas cosas que conviene precisar. Que a miles de personas nos parezca mal la actuación de Rubiales no le convierte inmediatamente en un peligroso delincuente. Al menos hasta que no lo diga la Justicia. ¿Es el beso a Jenni Hermoso violencia sexual como se está diciendo? Eso lo tendrán que dirimir los tribunales, a ser posible a partir de una querella de la propia afectada, y deberá ser en aplicación de la legislación vigente, no según el particular concepto de machismo que tenga cada cual. Aquí puede opinar todo el que quiera, pero la turba enfurecida ni puede ni debe hacer Justicia, por mucho que hasta una parte del Gobierno ya haya dictado sentencia de antemano.

El Ejecutivo, a través del presidente del Consejo Superior de Deportes, Víctor Francos, ha anunciado que quiere que el ‘Caso Rubiales’ se convierta en el ‘Me Too’ español, es decir, algo así como lo que fue el ‘caso Weinstein’ en Hollywood. Semejante afirmación es de enorme gravedad, pues da por hecho que el mundo del deporte femenino está plagado de comportamientos contra la dignidad de las mujeres. Y algo así parecen sugerir también las propias campeonas del mundo cuando en su comunicado conjunto piden «cambios estructurales reales» y afirman con rotundidad que «no volverán a una convocatoria de la Selección si continúan los actuales dirigentes».

Ese plural («actuales dirigentes») es muy inquietante, pues ya no apuntan solo a Rubiales, sino que extienden automáticamente la sombra de la sospecha sobre no sabemos quiénes y sin tampoco conocer cuáles son los delitos que se les imputan. Por eso convendría que si alguien tiene algo que desvelar aparte de las imágenes que todos hemos visto por la tele, que por favor dé un paso al frente, nos diga lo que está pasando y, a ser posible, que presente la correspondiente denuncia en los tribunales. Ninguna conducta ilícita debe quedar impune, pero lo que no vale es desatar una caza de brujas y sugerir que todo el que haya estado a menos de cinco metros de Rubiales es un sinvergüenza asqueroso que debe ser aniquilado.

Porque eso es en realidad en lo que ha derivado toda esta historia, en una cacería sin precedentes en donde, aparte de Rubiales, hay que aprovechar la circunstancia para acabar también con el seleccionador nacional, Jorge Vilda, y con el entorno de ambos, por supuesta complicidad con el primero. Hasta ha habido medios de comunicación que han elaborado listas con los nombres de todos los que aplaudieron el discurso de Rubiales en la asamblea de la RFEF del pasado viernes. Y el colmo del señalamiento lo estamos viendo aún: quien no salga a defender con ardor a Jenni Hermoso y a poner de vuelta y media a Rubiales es cómplice de los siete males, y esto vale tanto para cualquier deportista que se precie como para los políticos, especialmente si son de derechas. El silencio se considera cómplice: hay que repudiar a Rubiales. Todo el mundo debe retratarse: el que no emita un comunicado de repulsa se expone a ser tildado de machista. Parecen otros tiempos, pero es la España del siglo XXI.

Definitivamente, esto se ha ido de madre, y buena parte de la culpa la tienen los medios de comunicación, que han hinchado la bola ante la ausencia de otras noticias en agosto y al calor de cuatro políticos sin escrúpulos, que han visto una oportunidad de oro para justificar sus discursos de odio. Una vez más, se trata de trasladar la idea de que España es el paraíso del machismo y de que hay total impunidad.

Si hay abusos en el mundo del fútbol femenino habrá que denunciarlos, investigarlos y, llegado el caso, castigarlos. Pero conviene no engañarse: Rubiales debió haber salido de la RFEF hace tiempo, porque la lista de escándalos a sus espaldas es larga. Sin embargo, muchos de los medios que ahora claman por su salida han mirado todos estos años para otro lado. Mientras algunos hacíamos periodismo, otros prefirieron guardar silencio, precisamente los mismos que durante las primeras horas tras el mundial quitaron hierro a la conducta de Rubiales… pero que luego se vieron obligados a sumarse al linchamiento al oler a sangre.

Una vez más, se ha demostrado que la hipocresía en España no conoce límites. Somos capaces de lapidar a Rubiales en nombre del feminismo, pero ahí tenemos a la ministra de Igualdad sin asumir aún sus responsabilidades políticas por las consecuencias funestas de la ley del sólo sí es sí. Lo de Rubiales, que está por ver en qué acaba, nos parece gravísimo e imperdonable ya de inicio, pero sin embargo estamos dispuestos a indultar, y hasta amnistiar, un golpe de Estado juzgado y sentenciado. Con personas como Otegi o Puigdemont se puede negociar lo que haga falta, pero con Rubiales y sus secuaces no se puede ir ni a la vuelta de la esquina. Para algunas cosas tan laxos y para otras tan estrictos. ¡Vaya lío!

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