THE OBJECTIVE
Pilar Cernuda

Me he hecho guerrista

«Solo queda la esperanza de que un día los que hoy encumbran a Sánchez comprendan que no se puede seguir apostando por un personaje destructivo»

Opinión
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Me he hecho guerrista

Alfonso Guerra.

Cuando estaba en activo, a días me caía bien y a días me caía mal, pero Alfonso Guerra no dejaba indiferente. 

Me gustaba que tenía palabra. Lo decían algunas de las personas más ajenas al Gobierno, desde los cardenales hasta empresarios o dirigentes de la oposición. Si Guerra les prometía algo, se cumplía. Todo un valor en el siempre proceloso mundo de la política. 

No me gustaba en cambio su prepotencia. No la ejercía con palabras altisonantes ni gesto soberbio, pero sí con puyitas con las que te daba a entender que no tenías ni noción sobre lo que estabas hablando. Y a lo mejor la tenías, incluso más que él, pero preferías callar porque Guerra podía ser muy hiriente.

Sánchez es peor que el Guerra de sus tiempos de gobierno: el actual presidente simplemente da la espalda cuando le dicen algo que no le gusta, o deja de forma displicente el informe que le acaban de entregar, con un gesto que indica que no piensa echarle ni una ojeada, como hace con Feijóo.

Dicho eso, confieso que ahora me siento guerrista, porque es un político que no oculta lo que piensa, ni lo disimula. Es verdad que no puede ser represaliado porque no cuenta más que con su propia historia, su propio bagaje, y nadie le puede quitar nada. Pero hace tiempo que le sigo con respeto, porque lleva un par de años diciendo, y escribiendo, verdades como puños sobre las que otros prefieren no pronunciarse. Por pereza o porque saben que no sirve para nada. Pero alguien tenía que hacerlo desde el PSOE, y Alfonso Guerra es una de las escasas excepciones que ha dado un paso adelante para denunciar qué está haciendo con España el socialismo de Sánchez. Como García-Page, aunque con verbo menos encendido que Guerra.

«La sesión de investidura de Feijóo se va a convertir en una humorada de mal gusto»

En la entrevista que ha hecho Álvaro Nieto al exvicepresidente de Gobierno, me siento identificada prácticamente con todo lo que defiende. Fundamentalmente, con la pérdida de libertad.

Presume este Gobierno de progresismo e igualdad. Pero ya lo dice el refrán, dime de qué presumes y te diré de qué careces. Infinidad de ciudadanos hemos perdido espontaneidad, tenemos pavor a la broma, el doble sentido, el gesto de acercamiento a cualquier amigo o amiga. Pavor a que nos tachen de machistas, racistas, xenófobos, anti LGTBI, feminazis o algo peor. A veces me da por pensar que estamos a punto de encontrarnos por las calles a comandos de la moralidad como los de Irán y Afganistán.

Sánchez cede ante Puigdemont con la excusa de que trabaja por la convivencia de la sociedad, pero con sus cesiones ha dividido más que nunca a la sociedad española, que incluye también a la catalana. Puigdemont pidió catalán en el Congreso y Sánchez le ha dado catalán y las restantes lenguas regionales. La sesión de investidura de Feijóo se va a convertir en una humorada de mal gusto, en el hazmerreír de los parlamentos de países democráticos con distintas lenguas regionales, a los que no se les pasa por la cabeza semejante disparate. A lo mejor las prisas en aprobar el nuevo reglamento pretendían convertir esa sesión de investidura en un guirigay, cuando todos comparten una lengua común, el castellano.

Feijóo, por cierto, que destacaba por sensatez frente a la insensatez del que gobierna, también flojea en algunos aspectos. Y porque flojea, se producen escenas que nunca tendrían que haberse producido, como ver a Borja Sémper hablando en euskera en el Congreso en el momento menos indicado. Falta autoridad en el PP, se vio cuando los dirigentes regionales negociaban pactos de gobierno con Vox, y se ve estos días de incertidumbre.

«No sería malo para Feijóo estar un tiempo en la oposición, porque el PP necesita una remodelación profunda»

Lo mejor que le podría pasar a Feijóo en las actuales circunstancias es convertirse en líder de la oposición. En primer lugar porque viene una DANA política y económica superlativa, y lo justo es que lidie con ella quien la provocó, no un sucesor que no ha contribuido en nada a diseñar el escenario demoledor que nos aguarda. Que cada palo -Sánchez- aguante su vela, porque pintan bastos como consecuencias de decisiones que parece mentira que haya puesto en marcha un partido democrático. En segundo lugar, no sería malo para Feijóo estar un tiempo en la oposición, porque el PP necesita una remodelación profunda. Después de año y medio de presidencia Feijóo ya cuenta con los datos necesarios para saber quién ha fallado y quién tiene la talla necesaria para trabajar a fondo por una España mejor.

Pero no lo tiene fácil. Porque Sánchez no entiende de líneas rojas, ni de respeto a la Constitución, ni de separación de poderes ni de la independencia de las instituciones del Estado, en las que ha situado a incondicionales. En ese escenario, poco puede hacer Feijóo para defender su proyecto. Pero tampoco pueden hacer nada los jueces, ni los empresarios, ni los periodistas ni nadie.

Solo queda la esperanza de que un día los que hoy encumbran a Pedro Sánchez comprendan que no se puede seguir apostando por un personaje absolutamente destructivo.

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