Puigdemont romperá la baraja
«Lo de Puigdemont, esa especie de neocarlismo irredento y ruralizante, no tiene nada que ver con la burguesía»
La simple comparación entre las respectivas apariencias externas, sin necesidad de apelar a otras fuentes adicionales de información, de Francesc Cambó, el fundador de la Lliga, y Carles Puigdemont, el guía espiritual de Junts per Catalunya, debería servir ya para deshacer el equívoco, tan extendido entre las élites políticas madrileñas, a propósito de la mítica burguesía catalana. Y es que basta con verlos, solo con verlos, para darse cuenta, siquiera de modo intuitivo, de que Puigdemont y lo que él representa no tiene nada que ver con la legendaria burguesía autóctona. Lo de Puigdemont, esa especie de neocarlismo irredento y ruralizante, no tiene nada que ver con la burguesía, entre otras razones, porque tal clase social dejó de existir hace mucho tiempo en tanto que grupo social con alguna relevancia mínimamente significativa en el devenir de los hechos colectivos.
Al respecto, el fin del proteccionismo, acontecimiento que vino a coincidir en el tiempo con la extinción física del general Franco, supuso su propio ocaso definitivo. Desde entonces, los nietos y bisnietos de las grandes sagas familiares que hicieron la Revolución Industrial en España se dedican, en el mejor de los casos, a regir negocios de hostelería orientados al turismo; en el peor y más frecuente, a ejercer de simples rentistas inmobiliarios Airbnb mediante. Y eso hay que entenderlo, hay que entenderlo bien. Porque si no se entiende eso, no se entiende Cataluña. Hace 95 años, la Lliga de Cambó, partido político que sí encarnaba la expresión política de los intereses corporativos del gran empresariado industrial catalán de cuando entonces, contaba con una base electoral propia, completamente distinta y distante del universo de pequeños tenderos, empleados de comercio y agricultores con parcelas en arriendo que, juntos, integraban a su vez la clientela más fiel de la Esquerra. Al punto de que no resultaría demasiado exagerado hablar de chisteras frente a alpargatas.
«Hoy, la clientela de Junts y la de Esquerra resultan indistinguibles e intercambiables desde el punto de vista sociológico»
Pero, al igual que sucedió con la burguesía local, aquel mundo de grandes diferencias de clase entre catalanes autóctonos también desapareció. Hoy, la clientela de Junts y la de Esquerra resultan indistinguibles e intercambiables desde el punto de vista sociológico; en esencia, unos y otros son lo mismo. El mercado político del independentismo catalán constituye un duopolio en el que el principal incentivo de cada una de las dos marcas que se reparten a los consumidores consiste en tratar de hacer lo posible para conseguir que sus competidores desaparezcan del mapa. En tal contexto, el de la lucha permanente entre Junqueras y Puigdemont por apropiarse de la base electoral del otro, es en el que hay que leer esa última declaración institucional del Parlament, la que vincula de modo insoslayable el eventual apoyo a la investidura de Sánchez a que el PSOE desbloquee la vía jurídica para celebrar un referéndum.
Algo que el PSOE no va a hacer. Y no porque Sánchez resulte ser más o menos patriota en el plano personal, asunto en el fondo secundario, sino porque su electorado en Cataluña, ese mismo electorado que premió al PSC con 19 diputados en julio, no se lo permitiría. El Gobierno consiguió salvar los muebles en las urnas cuando todos lo daban por muerto únicamente gracias al PSC. Pero es que el PSC arrastra un problema con sus votantes tradicionales, a saber: que ya no le son fieles por sistema como había sucedido durante décadas a partir de la Transición. Y quien mejor lo sabe es Miquel Iceta, el verdadero negociador en la sombra con Puigdemont. Porque fue el mismo Iceta, en su época como número dos del PSC y después ya como líder, quien avaló introducir la autodeterminación, hasta entonces un tabú, en el programa de los socialistas catalanes. Pero no sólo la introdujo él sino que también pudo constatar después, y en persona, cuáles fueron las consecuencias.
Así, en 2012, el PSC añade la siguiente declaración oficial en su programa político: «Manifestamos nuestro convencimiento de que los ciudadanos y las ciudadanas de Cataluña deben decidir libremente sobre cualquier propuesta de cambio substancial de las relaciones entre Cataluña y España, acordada entre las instituciones catalanas y españolas, a través de un referéndum, en el que se plantee una pregunta clara, a la que se deba responder de forma inequívoca, aceptando o rechazando el proyecto sometido a consulta». Bien, pues el resultado fue que el PSC se desmoronó en las urnas, literalmente se desmoronó, a partir de entonces. Y decía que Iceta tiene que recordarlo bien, aunque solo fuera porque el candidato que se estrelló tras asumir los socialistas catalanes la consigna central de los separatistas fue él mismo. Sí, en los comicios autonómicos de 2015 y 2017, en los que el autodeterminista Iceta encabezó la lista del PSC, los socialistas cosecharon los peores resultados de toda su historia, ¡de toda su historia! Por ellos, quizá cederían, pero es que no pueden. Puigdemont romperá la baraja.