Trampas, trampantojos y mentiras
«Sánchez sabe que la amnistía no es posible y aunque lo fuera necesitaría un amplio consenso, pero él y sus palmeros amenazan con hacerla con 176 votos»
Hay muchas trampas, trampantojos y mentiras en la forma de hacer política de Pedro Sánchez. Un hombre que ha despreciado las mínimas exigencias éticas de no vulnerar el estado de derecho y al que le encanta chapotear, además con soberbia, en cuestiones tan delicadas como la igualdad de los españoles ante la ley o a la propia Constitución del 78. Pareciera uno de esos populistas bananeros que con tal de seguir en el poder más años son capaces de cambiar las veces que haga falta las constituciones de sus países.
Todos sabemos, y él el primero, que Sánchez sólo quiere seguir en el poder. Él y los suyos juegan a aritméticas ajustadas e inmorales porque desprecian esas medidas ponderadas de dos tercios obligatorios con la que los legisladores han intentado siempre que las grandes decisiones tuvieran un amplio consenso. El presidente en funciones y los suyos saben que la amnistía no es posible y aunque lo fuera necesitaría un amplio consenso, pero ellos y sus palmeros amenazan con hacerla con 176 votos. Como hicieran ya sus amigos golpistas catalanes que para modificar el Estatuto de Cataluña necesitaban dos tercios a favor y para declarar la independencia les valió una simple mayoría.
«Estas líneas rojas son destrozadas por Sánchez a base de ruido, mucho ruido de sus gentes»
Semanas sin querer decir la palabra «amnistía». Semanas negociándolo a escondidas. Sánchez permitió la vergonzosa escena de que una vicepresidenta de gobierno, Yolanda Díaz, fuera a Bruselas a hacer risas con unos prófugos de la justicia española. Sabía que esa escena era una línea roja y dejó que el trabajo sucio y visible lo hiciera la siempre fiel vicepresidenta. Ahora se ha filtrado que en estos días pasados también el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, y el ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Félix Bolaños, se reunieron en secreto en la embajada de Colombia en Bruselas con el expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. Moncloa lo niega, pero se repite el proceso de asimilación a través de trampas y trampantojos de una línea roja que de nuevo se mueve a otros conceptos siempre más agresivos y siempre acordes con las exigencias independentistas.
Estas líneas rojas son destrozadas por Sánchez a base de ruido, mucho ruido de sus gentes. Luego los hechos se confirman y entonces aparece otra nueva línea roja. Y lo mismo. Se dice que esa nueva línea roja no se pasará y en paralelo empiezan nuevos ruidos que intentan suavizar, entender y justificar hasta llegar a un nuevo reconocimiento de que se está negociando algo que en secreto ya se ha cerrado. Da igual que sea justo o no. Da igual que no sea legal. Se convierte en legal a martillazos.
El ejemplo más claro ha sido como la amnistía pasó de ser un imposible, a decirse que no estaba prohibida, luego que podría tener encaje y ahora, la última, que se está negociando. Todos estamos convencidos de que está ya acordada. La complejidad es tal que hasta el propio Sánchez avisaba que esta decisión podría acabar en el Tribunal Constitucional. Sí, ese tribunal en manos de un entusiasta Conde Pumpido, con exministros socialistas en la mesa y con el bloqueo de casi un año del miembro que le faltaría por designar al partido popular.
Una de las argumentaciones de Sánchez para justificar todo el desaguisado del procés catalán ha sido siempre de que se trata de un problema político y había que desjudicializarlo. Ahora ya avisa de que será el TC el que tenga al final que hablar. Lógico si como todo apunta el Supremo declara la amnistía inconstitucional. Sánchez lo sabe y por eso ya ha reorganizado al TC para que le ayude en este órdago sobre la Constitución. Esos son los trampantojos sanchistas. No hay que judicializar, pero todo acabará en los tribunales. Argumentaciones que sirven sólo para cuando él quiere y el tiempo que él marca.
La nueva línea roja ahora es el referéndum de autodeterminación. Ni los palmeros juristas del gobierno son tan ignorantes para intentar decir que encaja, que es posible, que se podría, que hay colchón para…No se puede hacer referéndums. Y punto.
Excepto si lo necesita Pedro Sánchez. En ese momento lo llamarán consulta, muestreo, test o encuesta sobre si se hace otra consulta. Esta será la trampa. Será otra chapuza que los independistas convertirán en sagrada en función de lo que salga y para qué les sirve. Y por supuesto, en la que no votaremos todos los españoles que encarnamos la soberanía nacional.
«Imaginen que Sánchez ya no está. Ha perdido o lo han echado. Suena bien, ¿verdad. Pues bien, no sabemos qué vendrá detrás de este deterioro»
Este proceso de descomposición democrática que vivimos por culpa de la adicción al poder de Pedro Sánchez es y será explosivo. La vulneración de los procedimientos, el no cumplimiento de los mecanismos compensadores de equilibrio, el no escuchar, o ya ni siquiera pedir, los informes de los órganos estatales competentes sobre cuestiones tan importantes como una amnistía prohibida por la Constitución y por el sentido, deja vías libres terribles a posibles aventureros populistas que vengan en el futuro.
Imaginen que Sánchez ya no está. Ha perdido o lo han echado. Suena bien, ¿verdad. (Ya sé que es un potente ejercicio de imaginación). Pues bien, no sabemos qué vendrá detrás de este deterioro. Podría ser otro político con las mismas tentaciones egocéntricas de poder. Y veremos que tampoco le dolerá derogar delitos en el Código Penal o rebajar otros delitos. No sufrirá por nombrar directamente a exministros o ex altos cargos para los puestos libres y claves que encuentre en el poder judicial. Todo lo que se le ocurra podrá argumentarlo con la excusa de que ya lo hizo antes Sánchez. Cuando se rompen las cosas no es fácil que queden igual cuando se arreglan.
Sánchez, como el aprendiz de mago, ha soltado un hechizo que es ya una pesadilla y que es posible que ni él luego pueda parar. Parece que esta posibilidad le da igual. Sólo quiere el poder y para eso sigue jugando con una estrategia llena de trampas, trampantojos y mentiras.