THE OBJECTIVE
David Mejía

Gaza: lo que nunca termina

«Me inspiran repugnancia esos compatriotas que confunden la solidaridad con la causa palestina con la complicidad con quienes matan en su nombre»

Opinión
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Gaza: lo que nunca termina

Bombardeos en Gaza.

A principios de noviembre de 2008, pocos días antes de la primera victoria de Obama, llegué a Palestina. Formaba parte de un grupo de unos quince jóvenes europeos invitados por una asociación local y financiados por la Comisión Europea para pasar diez días en Cisjordania. Nos alojaron en la ciudad de Belén y desde allí recorrimos la zona. Visitamos campos de refugiados, asentamientos de colonos y varias ciudades; entre ellas, Hebrón, conflictiva sede de la Tumba de los Patriarcas. Teníamos veintipocos años y ganas de cambiar el mundo. 

Lo primero que aprendimos fue que Cisjordania no es Gaza. En Cisjordania, a pesar de la presencia del Ejército israelí y las arbitrariedades que sufren los habitantes de todo territorio ocupado, se puede respirar. Pero Gaza, a dónde no pudimos ir, es otra cosa. Gaza estaba bajo control administrativo de Hamás desde 2007. Y aquel otoño de 2008, Israel había impuesto un bloqueo, restringiendo la circulación de personas y mercancías en respuesta a los ataques con cohetes lanzados desde la Franja contra su territorio. La situación era tensa, y ambas partes participaban en diversas actividades militares y paramilitares. A finales de diciembre, unas pocas semanas después de que los idealistas europeos abandonáramos el país, se desataron todos los infiernos. 

La Operación Plomo Fundido comenzó el 27 de diciembre de 2008 con una campaña de bombardeos aéreos de una semana de duración por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF), seguida de una invasión terrestre. Israel pretendía detener el lanzamiento de cohetes desde Gaza hacia su territorio y debilitar la capacidad militar de Hamás. La operación concluyó apenas un mes después. Se estima que murieron trece israelíes y más de mil palestinos. 

«Cabe recordar que es en su respuesta donde Israel debe demostrar su superioridad moral»

Recuerdo este episodio para recordar que las peores historias siempre son cíclicas. Tras las últimas atrocidades cometidas por Hamás, Israel tiene, como siempre, dos únicas posibilidades para acabar con la amenaza terrorista: un despliegue militar permanente en la Franja o perpetrar un genocidio. Lo primero es improbable por el gasto y el desgaste que supondría. Lo segundo también es improbable, y además sería inasumible para quienes valoren mínimamente la vida y la dignidad humana. 

Las palabras del Ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant presagian una violenta reacción: «He ordenado un asedio completo de la Franja de Gaza. No habrá electricidad, no habrá comida, no habrá combustible. Nada entrará y nada saldrá. Estamos luchando contra animales y actuaremos de manera acorde». Pero, insisto, salvo que aniquile a toda la población en edad militar, el conflicto tarde o temprano volverá a despertar. Y como siempre, tras la reacción israelí, Hamás despertará reforzada y el sector moderado quedará profundamente debilitado. No pretendo cultivar la equidistancia contextualizando la barbarie, pero cabe recordar que es en su respuesta donde Israel debe demostrar su superioridad moral. Es legítimo reconocérsela, porque todos sabemos qué haría Hamás con el poder militar de Israel.

Desconfiar de las soluciones militares de un conflicto cíclico y sempiterno no me impide centrarme en lo que importa: estar al lado de los cientos de israelíes víctimas de asesinato, violación y secuestro. E insistir en la repugnancia que me inspiran esos compatriotas que han reaccionado a estos ataques como si no fueran actos barbarie, sino de resistencia. Que confunden la solidaridad con la causa palestina con la complicidad con quienes matan en su nombre.

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