THE OBJECTIVE
Guadalupe Sánchez

Cosas que dimos por sentadas

«Cómo no van a dulcificar a Hamás quienes llevan años aquí blanqueando a ETA y pactan con ellos. Quienes aspiran a convertir a Otegi en lehendakari»

Opinión
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Cosas que dimos por sentadas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Muchos españoles daban la democracia por sentada. Ingenuamente pensaron que la Constitución configuraba un sistema de derechos y libertades perenne cuya salvaguarda quedaba garantizada por el entramado institucional creado en torno a ella. Asumieron erróneamente que el voto de los españoles propiciaba cambios de Gobierno pero no de régimen.

Sánchez les está demostrando cuán equivocados estaban. Ante la incredulidad de algunos y el pasotismo de muchos, está evidenciando que para degradar la democracia y acomodarla a sus intereses bastaba, en primer término, con asociarse con todos aquellos que odian a nuestro país, conformando una mayoría parlamentaria exigua que les permite manipular la legalidad para sustraerse de ella. La segunda fase pasó por asaltar el Tribunal Constitucional copándolo de esbirros dispuestos a avalar con ingeniería jurídica el desmantelamiento democrático. La tercera pasará por asaltar la justicia para acabar con la división de poderes.

También dimos por sentado —y en este nutrido grupo yo me incluyo— que el antisemitismo había sido relegado a su mínima expresión en Europa. Que vencimos al nazismo y lo expulsamos de las instituciones. Nada más lejos de la realidad. La izquierda española, ésa que presume de ser la verdadera, es un nido atestado de antisemitas.

Los mismos que han retorcido el término «negacionismo» para extenderlo al cambio climático o a la violencia de género habilitando así el poder calificar de «nazi» a cualquiera que cuestione sus dogmas ideológicos, justifican estos días la masacre terrorista cometida contra los judíos en el sur de Israel. Vamos, lo que podríamos calificar de negacionismo puro y duro.

Pero a diferencia de los nazis de antaño, que exhiben la simbología tradicional sin ocultarse, ellos se refugian en el apoyo al pueblo palestino que les importa entre poco y nada. Si de verdad les preocupase el futuro de Palestina, reprocharían a sus ciudadanos el haber entregado las llaves de su destino a una organización terrorista como Hamás. Porque no se puede construir paz alguna con animales que masacran a civiles, mujeres y niños. Que decapitan y queman a bebés en sus cunas.

«Su odio a lo occidental es tan intenso que les lleva a abrazar cualquier causa que ayude a debilitarlo»

Pero claro, cómo van a reprochar a los palestinos su connivencia con el terrorismo los mismos que pactan aquí con los herederos de ETA, que colocaba bombas en casas cuartel para asesinar a los hijos de los guardias civiles o que ejecutaban con un tiro en la nuca a los ciudadanos que se les enfrentaban. Cómo no van a dulcificar a Hamás quienes llevan años aquí blanqueando a ETA y pactan con ellos. Quienes aspiran a convertir a Otegi, exmiembro de la banda terrorista, en lehendakari.

Dimos por sentado que la izquierda española había sido capaz, de forma mayoritaria, de enterrar el estalinismo y el antiimperialismo americano. Pero no, siguen detestando a Occidente y a los valores en los que se cimentan sus democracias. Les repugnan el libre mercado y la libertad individual en torno a los que se construyen las prósperas civilizaciones burguesas que atestiguan la derrota del comunismo. Su odio a lo occidental es tan intenso y profundo que les lleva a abrazar cualquier causa, ideología o movimiento que ayuden a debilitarlo y subvertirlo, por más que el precio a pagar sea alto, muy alto.

De ahí su tolerancia indisimulada con el islamismo radical aun cuando quienes lo profesan aspiran a sustituir nuestros derechos fundamentales por su fundamentalismo religioso. Porque el actual sistema de fuentes del ordenamiento jurídico español, sustentado en la ley, la costumbre y los principios generales del derecho, sería desplazado por las prédicas de los imanes en las mezquitas. Porque a las mujeres se nos impondría el velo islámico y desaparecerían nuestros derechos. Porque la libertad sexual y la dignidad de la persona serían pisoteadas por el dogma religioso.

Y lo saben, claro que lo saben. Son conscientes de que esas banderas que enarbolan aquí no podrían ondearlas en esos territorios a los que defienden. Pero ya lo dijo Pablo Iglesias cuando, allá por 2013, justificó los pagos que recibía su productora del régimen iraní: la geopolítica es así y obliga a cabalgar contradicciones. Ellos siempre lo han tenido claro.

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