Cuando la democracia no es suficiente
«Afirmar que el mal o el bien lo determina lo que es voluntario o legal implica aceptar la barbarie y que baste con que este quede protegido por el voto de unas cuantas almas corrompidas»
La vida en España transita desde hace unos cuantos años entre la desesperación y la incredulidad. Desesperación por contemplar una sociedad anestesiada a la que parece que le basta un reality en Netflix, unas copas el sábado y algún chiringuito de mala muerte en verano en el que poder desovar e incredulidad al observar cómo basta con que las terminales mediáticas nos insistan que debemos someternos a las exigencias de las religiones estatales, entregarnos a la superficial y vacía vida tecnológica, abrazar los cambios más indeseables y encadenar nuestro futuro a una élite despreciable que sólo piensa en su beneficio personal para que la sociedad acate con furia suicida su final.
En este estremecedor suicidio colectivo en el que nos hallamos el PSOE y sus aliados insisten en asegurar que cuentan con la legitimidad de las urnas. Publicaban sus lacayos los resultados de las elecciones: «¡Sumamos 12.506.682 votos, el 51’08% de los votos y 179 escaños». Sánchez insistía en esa línea este pasado sábado: «Acepten el resultado de las urnas y la legitimidad del Gobierno que muy pronto formaremos». Y sí, sumando al PSOE y sus socios los números son esos. Pero el siempre despreciable fundamento democrático que se basa en sumar una mayoría jamás puede estar por encima de España. Es más, imaginemos que en esta degradación sin precedentes que vivimos el PSOE sumara con sus aliados secesionistas el 90% de los votos y contaran con la mayoría amplia que se necesita para reformar la Constitución. Incluso imaginemos que se realizara legalmente -que podría pasar- un referéndum de autodeterminación. ¿Acaso el mal es menos grave por ser consentido? Afirmar que el mal o el bien lo determina lo que es voluntario o legal implica aceptar la barbarie y que baste con que este quede protegido por el voto de unas cuantas almas corrompidas.
«Mientras todos hablan de separación de poderes y algunos piden amparo a ese monstruo burocrático llamado Unión Europea, la realidad es que no hay otro mayor contrapoder para un gobernante que un pueblo cabreado»
Porque mientras todos hablan de separación de poderes y no sé qué rollos de tribunales, recursos y algunos piden amparo a ese monstruo burocrático llamado Unión Europea, la realidad es que no hay otro mayor contrapoder para un gobernante que un pueblo cabreado y dispuesto a la movilización constante. El pueblo es el verdadero contrapoder que teme cualquier gobernante, sea este democrático o no, pues sin su consentimiento nadie puede dirigir una nación.
En cualquier régimen el gobernante cuenta con sus fieles, los indiferentes a los que ni siquiera su propia existencia les preocupa y los resignados, pero si estos últimos dejan de serlo y cambian a una actitud combativa la situación se vuelve insostenible hasta para el más temido. Y es ahí cuando la presión ciudadana debe dejarse sentir cada día y las protestas deben extenderse como la pólvora desde Ferraz hasta la sede más diminuta de una aldea perdida para provocar una presión social tan imparable que hasta el más amoral caiga rendido a la evidencia de la injusticia que se está perpetrando. Como decía Chesterton: «A cada época y cultura las salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales». Seamos pues, inactuales y defendamos nuestro pasado, presente y futuro, porque la democracia no es suficiente cuando se trata de la libertad y de España.