THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Y todos se hicieron malos

«Si los de Bildu han pasado de proetarras a progresistas, los de Junts pasarán sin problema de fugitivos golpistas a fieles garantes de la ‘nueva normalidad’»

Opinión
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Y todos se hicieron malos

Pedro Sánchez y los ministros que formaban el Gobierno en 2017. | Europa Press

Lo habrán visto. El vídeo se hizo viral tras su fallecimiento, en mayo de 2019, por la apariencia de una profecía de Casandra y por la relevancia política de quien hablaba. Pero cuando lo dijo, en diciembre de 2016, Alfredo Pérez Rubalcaba no pretendía alertar de un catastrófico futuro sino reivindicar el desastre evitado a todos los españoles en el célebre Comité Federal de un par de meses antes, con enorme desgarro para su partido. 

El desastre (Pedro Sánchez) volvió sólo meses después (en mayo de 2017) con el respaldo de la militancia socialista, y la literalidad de aquella entrevista matutina gana enteros proféticos con el paso de los años:

«La pregunta es: ‘imagínese la que tendríamos montada si hubiéramos ido a la investidura con el apoyo de Podemos, que está en el derecho de autodeterminación, y con los independentistas, que ni le cuento’, ¿qué estaríamos diciéndole hoy a los españoles?

Es que gobernar España es muy complicado y exige apoyos parlamentarios sólidos. Si quieres hacer un buen Gobierno; si quieres chapucear …»

La periodista le interrumpió:

¿A usted le consta q Pedro Sánchez quería chapucear, es decir, quería llegar a un pacto con los independentistas? 

Y ahí llegó el aviso de Casandra:

«El argumento le conozco. Vamos a sentarnos con ellos y acabarán siendo buenos. Pero, oiga, cabe la posibilidad de sentarse con ellos y acabar siendo malos».

Siete años después del aviso, y cinco de compartir asiento e intereses para estar en el Gobierno, se cumplió la profecía: todos se hicieron malos. 

¿Casualidad, mala suerte? No. Los que no lo eran de serie, acabaron siendo malos por la pura lógica de negociar con quienes negociaron y negocian. Y quizá pueda ayudarnos a frenar el hundimiento repasar la archiconocida trayectoria negociadora que nos ha traído hasta la amnistía a los golpistas y, de paso, a la de todos los que diga el prófugo; hasta la criminalización de los policías que les obligaron a cumplir la ley; hasta la amenaza de cancelar (de momento sólo cancelar, no encarcelar) a los jueces bajo infames acusaciones de lawfare; hasta la impunidad de los nuevos «amigos de Peter»; hasta el aviso de que también tendremos referéndum (uno o varios) pero, tranquilos, que será(n) pactado(s); hasta el borrado de las deudas de los gobernantes regionales que despilfarran esquilmando a quienes sí respetan el dinero del contribuyente y, desde luego, a los que menos tienen; hasta inventar un nuevo «cupo» para Cataluña; hasta la ruptura de la «caja única» de la Seguridad Social por reclamación del PNV. Y también: hasta el decidido destrozo de la gramática y la redacción en los textos de los acuerdos para pretender que las palabras no significan nada y lo que se firma, tampoco. 

Sería muy optimista pensar que hemos llegado al final porque ya son demasiados los inasumibles desatinos. Pero no. Y conviene recordar que hubo un inicio. Todo empezó en octubre de 2016. En ese momento, al PSOE de entonces le resultaba insoportable aceptar a un líder dispuesto a «chapucear» incluso en una votación interna (biombo mediante) con el propósito de que se le permitiera explorar la posibilidad de formar Gobierno con el apoyo de Podemos y, disimulado, también de los independentistas. 

«Es la última oportunidad para mantener (mal que bien) la España constitucional o para ver cómo se abre el camino confederal, y rupturista, de izquierda obligatoria»

Le dijeron que no y acabó siendo que sí. Con los mismos 85 escaños socialistas de octubre de 2016, Sánchez, con la imprescindible colaboración de Pablo Iglesias como muñidor en la sombra, logró sumar la mayoría necesaria para echar a Mariano Rajoy con la moción de censura de finales de mayo de 2018. Les interesaba a todos, también al PNV, que acababa de agotar todas las ventajas económicas que podía darle el PP en los Presupuestos votados el día anterior. Pero a todos interesaba también la discreción, que aquello pareciera otra cosa, y de ahí que permitieran a Sánchez nombrar –ese junio de 2018- un Ejecutivo monocolor que sus propagandistas llamaron «Gobierno bonito». 

Bonito, pero dispuesto a pasear sonriente por los jardines de La Moncloa con Quim Torra, el presidente vicario del huido Carles Puidemont, hoy molt honorable president en el exilio a los ojos del PSOE de Sánchez. Pasear y acordar con él mesas de negociación que, según los independentistas, incluían la aceptación del «relator», que ahora vuelve con el añadido de que debe ser «internacional». 

Pero exhibir el nombramiento de ese «relator» en las vísperas del inicio del juicio a los golpistas del procès en el Tribunal Supremo resultó, a principios de 2019, un precio entonces inasumible para Sánchez. Y los separatistas catalanes (ERC y el PdeCat, el precedente de Junts) tomaron revancha por la vía de tumbar en febrero el primer proyecto de Presupuestos de su «bonito» socio. Confiaban (o eso dijeron) en que el PSOE siguiera en el Gobierno, al menos, hasta mayo, y ahí ir a una convocatoria ómnibus de municipales, autonómicas y, aquel año, también europeas. 

Pues no. Sánchez vio la oportunidad de exhibir la apariencia de líder que no cede a los separatistas y convocó para el 28 de abril, sólo un mes antes de las municipales y autonómicas y europeas del 26 de mayo. Quizá entonces no era aún del todo malo, o eso quería aparentar. El juego del disimulo todavía tenía su público. Hoy ya no cuela nada de lo que diga, aunque cuenta con la comprensión de los devotos creyentes en la inquebrantable fe de «aceptamos todo menos la derecha».

De esas fechas de 2019 son muchos de los vídeos, hoy viralizados, en los que Sánchez proclama que él nunca, jamás, había pactado ni iba a pactar ni pactaría en ningún caso con independentistas. Falso, sí, claro. Había ganado la moción de censura gracias a sus votos, pero la declaración era útil para pedir el apoyo a los españoles. Y se lo dieron 7,5 millones de votantes. En escaños, 123 diputados socialistas, su mejor marca, aunque claramente insuficiente para nada que no fuera un gobierno de coalición. No le llegaba con los 42 en los que se quedó Podemos, con Pablo Iglesias como gran pagano de la operación «Sánchez a Moncloa», al perder 29 de los 71 escaños que había obtenido en 2016. Sí habría sumado una mayoría suficiente con Albert Rivera, rutilante estrella de aquellas elecciones, con 4,1 millones de votos y 57 escaños. 

Ah, no. Alguien se ocupó de organizar una muy espontánea manifestación con cánticos de «¡con Rivera, no!» en la misma noche electoral y a las puertas de Ferraz. Y fue «con Rivera, no» porque, efectivamente y como él mismo dijo en el fallido debate de investidura a Sánchez de aquel verano, había «un plan y una banda» esperando al líder socialista. ¿Esperando, a qué? A que fuera moviéndose, poco a poco, la célebre «ventana de Overton» hasta hacer asumible el gobierno de coalición de izquierdas con apoyo visible, pero aún velado, de los separatistas. 

En noviembre, con menos votos y escaños para los dos protagonistas -120 para Pedro Sánchez y 35 para Pablo Iglesias- sólo pasó una noche antes de que ambos anunciaran su casamiento. Los 155 diputados del «pacto del abrazo» seguían necesitando de votos nacionalistas y separatistas. Los tuvieron en una legislatura que concedió un excepcional protagonismo a Bildu, los herederos de ETA reconvertidos en partido progresista y en imprescindible vigía de decisiones políticas clave, desde la pandemia a la reforma laboral, por ejemplo. 

Faltaba lo peor. El descalabro socialista en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023 fue un evidente castigo de los votantes a la ejecutoria de Pedro Sánchez en el Gobierno. Pero el cartero nunca llama dos veces y el voto de castigo tampoco suele hacerlo; hay precedentes con los que disipar dudas. Acertó Sánchez al responder al descalabro socialista con la inmediata convocatoria de elecciones. Lo fácil, y lo que ocurrió, era pronosticar un enorme hundimiento del PSOE en las elecciones del 23 de julio. No ocurrió tal cosa, con lo que, al recuperar un par de escaños, pudo disimular su derrota: 122 diputados socialistas frente a los 136 del PP. 

Lo importante, una vez más, era la suma con la célebre banda que había denunciado un Rivera ya expulsado de la política. Y, ahora sí, la banda exigirá desarrollar sin disimulos su plan. La suma da, pero el precio de los socios se ha disparado, en buena medida porque todos (a excepción de Bildu) han perdido apoyo en las urnas. Y eso duele. Así que las proclamas del líder en campaña a favor de la Constitución, del cumplimiento de las sentencias y la ley, y de la igualdad de todos los españoles quedan como baratijas de usar y tirar.

«Ni los muy creyentes se tragan las abultadas mentiras del líder. Saben que su jefe necesita ahora desarrollar la agenda de los socios rapidito y al completo»

La agenda de la legislatura era y es deconstituyente. Convendría repasar despacio las creativas fórmulas de (no) acatamiento de la Constitución que verbalizaron todos y cada uno de los socios de Sánchez para vislumbrar cuán deconstituyente va a ser. Arrancó como tal el 17 de agosto, al anunciar el venturoso respaldo de Junts, que toma el relevo a Bildu como socio clave en los ejercicios de blanqueo. Si los de Bildu han pasado de proetarras a progresistas, los de Junts pasarán sin problema de fugitivos golpistas a fieles garantes de la «nueva normalidad»

Porque esta vez el plan no es sólo de blanqueo sino de profunda transformación política. Ya todos se hicieron malos. Y ni los muy creyentes se tragan las abultadas mentiras del líder. Saben que su jefe necesita ahora desarrollar la agenda de los socios rapidito y al completo, porque todos temen –con razón- que ésta sea su última oportunidad. 

No sólo es su última oportunidad. Es también la de todos los que aún no nos hemos vuelto malos. Es la última oportunidad para mantener (mal que bien) la España constitucional o para ver cómo se abre el camino confederal, y rupturista, de izquierda obligatoria. De todos nosotros depende que en esta última oportunidad el destrozo no sea total, la recuperación sea viable, y la pacífica convivencia entre los que somos y pensamos distinto siga siendo posible. 

Éste fue el propósito que sacó ayer a la calle a centenares de miles de personas en las ingentes manifestaciones en todas las capitales de España. Y seguirá siendo el propósito en lo mucho que queda por hacer.

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