THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Las palabras de la tribu

«Basta calificar a alguien como ‘facha’ o ‘cayetano’ para dar por terminado cualquier debate sin necesidad de presentar argumentos o intercambiar razones»

Opinión
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Las palabras de la tribu

Ilustración de Alejandra Svriz.

Durante estas semanas de intenso debate en torno a la ley de amnistía, cuyo borrador ha sido filtrado a la prensa en vísperas de la sesión de investidura que colocará a Pedro Sánchez al frente de un nuevo gobierno, ha podido constatarse una vez más la fuerza emocional que poseen las palabras con que la izquierda española acostumbra a descalificar a sus adversarios. Hablar de «la derecha» constituye el último refugio de los dogmáticos: basta calificar a alguien como «facha» o «cayetano» para dar por terminado cualquier debate sin necesidad de presentar argumentos o intercambiar razones. También se intenta hacer lo mismo al otro lado, pero el caso es que no funciona tan bien; quizá porque la sombra que proyecta la dictadura sobre nuestra cultura política facilita un tipo particular de estigmatización y resta fuerza a las demás.

En cualquier caso, se trata de un hábito contagioso: el corresponsal de Financial Times en España describía el domingo a los manifestantes que salieron a protestar contra la amnistía como integrantes de la «ultraderecha» y se quedó tan contento. ¡Un problema menos! Y es que no hay nada mejor para generar sentimientos de rechazo entre los miembros de la propia tribu que atribuir a los rivales una cualidad tóxica que invalida por principio sus opiniones políticas. Esa atribución no requiere justificación alguna: basta con designar como miembro de la derecha a quien se oponga a los designios de la izquierda. Y al revés: ponerse de su lado ha permitido al PNV y a Junts integrarse en la «mayoría progresista» que sostiene al Gobierno de coalición, que a su vez promueve políticas confederales más propias del carlismo que de la tradición emancipatoria de la izquierda marxista.

«Solo hay una posición virtuosa: la de quien se sitúa a sí mismo en la izquierda; el resto habita las tinieblas exteriores de la sinrazón»

Que actualmente pueda hablarse «las derechas» en plural aumenta las opciones denigratorias, multiplicadas a su vez por la presencia —¡al fin!— de una genuina formación ultraderechista. Antes de que Vox cobrase fuerza, ya se describía como derecha dura a figuras tan variopintas como Mariano Rajoy, Rosa Díez o Albert Rivera; lo bueno de los significantes vacíos es que pueden rellenarse a voluntad. Tal como puede comprobarse, esta cartografía política no reconoce la existencia del liberalismo ni del centro político; por algo hemos dejado asimismo de hablar del centro-derecha y el centro-izquierda. Solo hay una posición legítima y virtuosa: la de quien se sitúa a sí mismo en la izquierda; el resto habita las tinieblas exteriores de la sinrazón. De ahí que Íñigo Errejón haya arremetido contra las manifestaciones contra la amnistía años después de aplaudir el 15-M y defender la movilización perpetua de los indignados; está visto que no todas las indignaciones son iguales ni todas las castas son reprobables. En cuanto a la izquierda antinacionalista de inspiración jacobina, tendrá que acostumbrarse a formar parte de la derecha: el fascismo tiene mil caras y usted a mí no me engaña.

Bajo este punto de vista, ni siquiera la amnistía está sujeta a discusión: será progresista quien le preste su apoyo y derechista quien se lo niegue. Podría alegarse que Felipe González, líder histórico de la socialdemocracia española, se ha manifestado sin ambages contra la ley; también lo han hecho comentaristas y académicos vinculados tradicionalmente al socialismo. Para colmo, tanto Pedro Sánchez como sus ministros venían pronunciándose contra la amnistía hasta hace pocos meses, lo que en condiciones normales debería arruinar la credibilidad de cualquier argumentario. Sin embargo, nada de esto frena al militante —dicho sea en sentido amplio— que aplica obediente las consignas del partido y ayuda a difundirlas. Porque el militante no es un demócrata pluralista, sino el miembro de una tribu política que cierra filas con los suyos: hagan lo que hagan y pase lo que pase. Algunos ingenuos pensaban que esto solo sucedía con Trump y Orban; el laboratorio político español culmina estos días el experimento que demuestra —por si hacía falta— lo contrario. Sus resultados no servirán de nada: estamos atrapados dentro y alguien ha tirado la llave.

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