Ciscarse en Antonio Machado
«El Antonio Machado humano y vivo contra el politizado y panfleteado, el poeta y persona sobre el que, se ciscan en ese infame corrillo político»
Cuando uno acerca el microscopio a la Guerra Civil se encuentra con tres tipos de personas: los que serían capaces de hacer cualquier cosa por la República, los que serían capaces de hacer cualquier cosa por abolir la República, y los que serían capaces de hacer cualquier cosa por que aquello no hubiese ocurrido. Pese a que muchos se empeñen en incluirlo en el primer grupo, lo cierto es que Machado pertenecía a ese último tan poco valorado. Antonio hubiera dado cualquier cosa por abrazar a Manuel, su hermano, perdido al otro lado de las trincheras, en lo más profundo de la zona nacional. Hubiera dado cualquier cosa por no tener que abandonar Madrid, lugar al que siempre volver en tiempos de Soria, Baeza o Segovia. Hubiera dado cualquier cosa por no ver a esas familias, más ligeras de equipaje que nunca, cruzando la frontera de Francia con su sola tristeza encima. Donde otros veían bandos y confrontación, él veía humanidad y concordia. Antes que republicano, antes que afín a cualquier movimiento político y aun a cualquier régimen democrático, Machado, como muchos otros, era persona, era un individuo espantado por la cantidad de límites que era capaz de cruzar su pueblo. Quizá por eso cerró los ojos al cruzar la frontera para morir pensando en días más azules.
Decía un amigo de Machado, otro noventayochista ilustre, el gran Azorín, que «la vida es ver volver». Entre la zozobra a la que nos aboca un grupo de inconscientes con escaños en la Carrera de San Jerónimo, florecen grupos similares a los que glosaba al inicio de este texto: seres capaces de cualquier cosa por alcanzar un extremo u otro, y a su lado, como siempre poco ruidosos o quizá silenciados por su conciencia, seres capaces de cualquier cosa por evitar que todo esto se desmorone. Dios me libre de trazar un paralelismo completo con aquellos años treinta, pero el contexto y la deriva sí permiten intuir ciertas hipérboles ideológicas que a veces terminan por construir, como entonces y como ocurrió con don Antonio, barreras entre hermanos.
«El sainete del Congreso es una buena metáfora de la España de nuestros días: frivolidad, incultura, conflicto, vergüenza»
Luego observa uno el sainete del Congreso. Uno, que evidentemente no ha leído a Machado, confunde sus versos con los de no sé quién. Los otros, que tampoco lo han leído, se ríen para ridiculizar. La mayoría manosea la figura del poeta para arrimarlo a su interés político. En torno a su nombre, discordia y pelea. Es una buena metáfora de la España de nuestros días: frivolidad, incultura, conflicto, vergüenza. Muy pocos se acuerdan de aquel otro Machado conciliador y humano, que dormía para soñar con Leonor, que sesteaba para dar clase a sus alumnos cubierto de ceniza por el tabaco, que despertaba para recorrer el centenar de kilómetros que separan Segovia de Madrid en pos de su amada Guiomar. El Antonio Machado humano y vivo contra el Antonio Machado politizado y panfleteado. El Antonio Machado poeta y persona sobre el que, como sobre tantas otras cosas, se ciscan en ese infame corrillo político. Me viene a la mente, para cerrar la columna, un verso del propio Machado: «Entonces, paz de España, yo te saludo». Aunque te alejes, añado yo.