Europa: ¿solución o problema?
«Los políticos europeos deben ser conscientes de que la salud de la UE se juega en las decisiones institucionales que se tomen en relación con la amnistía»
La idea de Europa se convirtió en una esperanza para muchos españoles desde que la posguerra reconfiguró las relaciones continentales para mirar hacia delante, apagando los oscuros ecos de un pasado que podría haberse conjugado entonces en presente continuo. Quizá esa sea la principal razón de la magnífica salud del sueño europeísta entre nosotros. Los españoles han visto en Europa una oportunidad de transformación, incluso en aquellos momentos -como el actual- en el que hemos solapado horizontes. Los escépticos han sido una minoría. A veces, bien es cierto, han sido lo suficientemente ruidosos o convincentes como para pensar en un cambio del sentir general. La Unión Europea ha ido capeando diferentes crisis desde hace dos décadas, y eso ha hecho mella. Sin embargo, las encuestas de opinión siguen mostrando la imagen de un país que piensa en Europa como solución. Aunque sea, pongamos una pizca de realismo, como la menos mala de las posibilidades. Hablamos de sensaciones, claro, porque sabemos que no hay nada sólido que no pueda derribarse como un castillo de naipes.
Que Europa sea vista como un recurso ordinario quizá es el principal problema que nos impide solventar algunos de nuestros asuntos domésticos. Hemos subcontratado demasiadas cosas en el espacio europeo, desde el Estado de derecho hasta la opinión publicada (¿han leído lo que han escrito Financial Times, The Guardian o Le Monde sobre nosotros recientemente?), como para no pensar que la Unión Europea sea el salvavidas por excelencia. Dice mucho, y nada bueno, de nuestro sistema político que hayamos conseguido subcontratar hasta el Parlamento de Bruselas para debates particulares. Somos un caso bastante extravagante por la capacidad que tenemos para pretender inmiscuir a la Unión en todos nuestros debates localistas.
Probablemente la sesión de este miércoles haya roto con esta tendencia nociva, pese a los intentos de considerarlo como un acontecimiento menor por parte de las antenas mediáticas próximas al Gobierno. La evidencia de que no se lo creen ni ellos mismos es que los partisanos progresistas han escalado sus búsquedas de extremo-derechistas hasta el mismo líder el Partido Popular Europeo. Tras años de constante letanía sobre la excepcionalidad de la derecha española en el marco de las derechas europeas, ahora descubrimos que Manfred Weber, engatusado por el Partido Popular, se ha voxizado y tiene un relato idéntico al de la extrema derecha alemana. Transitamos por vericuetos discursivos nunca transitados. Estamos a un paso de convertir al Partido Popular Europeo en un peligroso nido de neofalangistas.
«El europeísmo español se tensionará y, quizá, hasta pueda desaparecer como postura hegemónica»
La fortaleza del Estado de derecho es una cuestión esencial. Todas las voces que se han alzado contra el acuerdo del Partido Socialista con Junts no pueden entenderse como un mero pataleo de adversarios gubernamentales o como un plan calculado de deslegitimación del nuevo Consejo de Ministros. En este contexto los políticos europeos deberían ser conscientes – intuimos que muchos ya lo son- de que la salud de la Unión Europea se juega en las decisiones institucionales que se tomen en relación con la amnistía. Sean cuales sean estas, el europeísmo español se tensionará y, quizá, hasta pueda desaparecer como postura hegemónica. Ninguna posibilidad convendrá a los grupos de intereses patrios. El término medio no es posible y el típico encaje bruselense solamente generará más descontento. En paralelo, se irán alimentando las ansias de otros iliberalismos continentales. Justo lo que más necesitamos en un momento donde son legión los que quieren desgastar los elementos esenciales de un Estado de derecho que choca contra sus intereses.
No estaría de más que tampoco los grupos políticos europeos subcontrataran a su vez esta cuestión a las voces de sus siglas españolas. Esa unión en la diversidad que ha sido el proyecto europeo no puede construirse desdeñando los fundamentos del Estado de derecho. Es un asunto de interés general nada pequeño. En fin, permítanme el juego de palabras para concluir: Europa no puede ser la solución, pero no puede haber solución sin Europa.