THE OBJECTIVE
Esperanza Aguirre

Anatomía de un autócrata

«Donde se contempla con más nitidez una deriva autocrática es en las maniobras para ir borrando la independencia del Poder Judicial, que tiene que ser total»

Opinión
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Anatomía de un autócrata

Ilustración de Alejandra Svriz.

Si nos vamos al diccionario de la Real Academia Española nos encontramos con que la palabra «autócrata» es definida como «Persona que ejerce por sí sola la autoridad suprema en un Estado. Se daba especialmente este título al emperador de Rusia». Creo que se trata de una definición muy acertada y que la curiosa referencia a la historia rusa ayuda a comprenderla mejor. De manera que, cuando utilizamos la susodicha palabra, queda claro a qué nos estamos refiriendo.

Dejemos ahora Rusia, vengamos a la España contemporánea y hagamos un poco de historia. En los primeros meses de 1977 el gobierno de Adolfo Suárez se puso a la tarea de elaborar, con cierta urgencia, una ley electoral que permitiera celebrar unas elecciones inequívocamente democráticas, en cumplimiento de la Ley de Reforma Política, que el pueblo español había votado por abrumadora mayoría en referéndum en diciembre del año anterior. Fueron tres los ministerios que intervinieron en aquella tarea, cuyas consecuencias van a llegar hasta nuestros días: el de Presidencia, con Alfonso Osorio, el de Gobernación, con Rodolfo Martín Villa y el de Justicia, con Landelino Lavilla. Estos ministros nombraron a una serie de juristas de prestigio que trabajaron intensamente y el resultado fue un Decreto-Ley, que, años después, ya con la Constitución del 78 vigente, dio lugar a la actual Ley Electoral de 1985, que en lo esencial es similar al Decreto-Ley del 77 en que se inspira.

Según lo han contado Miguel Herrero Rodríguez de Miñón —uno de los juristas que intervino en aquel proceso— y el propio Alfonso Osorio, parece que éste, que además de Ministro de la Presidencia ostentaba una Vicepresidencia del Gobierno, se opuso tenazmente a que las listas de candidatos fueran cerradas y bloqueadas. Argumentaba que, si se hacía así, la democracia podría desembocar en una partitocracia, en la que los ciudadanos dejarían de ser los auténticos electores para que fueran los partidos los que eligieran a los que, después, tendrían que ser los representantes del pueblo.

Han pasado ya 47 años y aquellas prevenciones de Osorio, un abogado del Estado de enorme prestigio, se han demostrado llenas de acierto. Ya nadie duda que los candidatos a diputados y senadores a quienes buscan conquistar no es a los ciudadanos de sus circunscripciones, sino a los líderes de sus partidos, que son, al fin y al cabo, los que les ponen y les quitan de las listas.

Pero lo que no sospechó el previsor e inteligente vicepresidente de Suárez es que esa partitocracia, que ya era y es una deriva nefasta de cualquier régimen democrático, podría terminar siendo un sistema en el que el líder máximo del partido ejerciera un poder omnímodo, con tintes claramente dictatoriales.

«Sentir que puedes hacer con la voluntad de tus correligionarios, convertidos en súbditos, lo que te dé la gana es una experiencia que puede tener repercusiones psíquicas»

No hace falta que señale a nadie, creo que todos los lectores conocen un perfecto ejemplo de lo que digo. En el PSOE de hoy no se mueve una mosca ni por casualidad. Los candidatos a las elecciones del 23-J que hicieron campaña jurando que la amnistía era inconstitucional, después del 23-J y como un solo hombre, juran ahora que la amnistía no sólo es constitucional, sino que es imprescindible. Y, ¡ay del que diga lo contrario!

Sentir que puedes hacer con la voluntad de tus correligionarios, convertidos en súbditos, lo que te dé la gana es una experiencia que puede tener repercusiones psíquicas que quizás interesen a los especialistas en psiquiatría. Pero ni lo soy ni aquí se trata de entrar en eso.

Lo que aquí sí que hay que analizar es la repercusión que esa experiencia de imponer tus criterios y tu voluntad a los tuyos sin el menor problema puede llevarte a pensar que también puedes hacer lo mismo con toda la Nación. Es decir, a convertirte en un autócrata, según la definición académica.

¿Y qué obstáculos se oponen para lograr ese objetivo? Pues en un Estado de Derecho como Dios manda, y como es el español desde la Constitución de 1978, los obstáculos que se oponen a la aparición de un autócrata son los contrapesos que las democracias liberales han ido creando para limitar los poderes del Estado, empezando por la sacrosanta separación de poderes. Pero que no es el único, también son contrapesos las libertades de expresión, reunión y manifestación.

Por eso, identificar a un autócrata o a un aspirante a autócrata es relativamente fácil. Basta con observar el respeto que tiene o deja de tener a la separación de poderes para saber hasta qué punto su objetivo puede ser el convertirse en un autócrata.

«Si todas estas maniobras terminaran de consumarse, no tendríamos que ir a Rusia para encontrar un ejemplo perfecto de autócrata»

La experiencia de la Legislatura anterior, con los 120 Decretos-Leyes, que, de una u otra forma, no sólo han sorteado el control que el Legislativo tiene que tener sobre el Ejecutivo, sino que también han evitado los informes preceptivos, que, aunque sin ser vinculantes, tienen mucha repercusión. Esta es una muestra de la escasa separación que ha existido en España entre estos dos poderes, que es vital para un Estado de Derecho.

Pero donde se contempla con más nitidez una deriva autocrática es en las maniobras para ir borrando la independencia del Poder Judicial, que tiene que ser total. Hacer que la Fiscalía General del Estado sea ejercida por un seguidor incondicional de la política del líder máximo. Hacer del Tribunal de Cuentas una sucursal del poder omnímodo de ese líder. Hacer que el Tribunal Constitucional, en vez de una Institución de prestigio intocable, sea una reunión de seguidores incondicionales dispuestos a darle la razón en todo. Y, por último, apoderarse del Consejo General del Poder Judicial, en vez de, como dijo Alberto Ruiz-Gallardón cuando fue Ministro de Justicia, acabar con el obsceno espectáculo de que los políticos nombren a los jueces que podrían ser los que juzgaran a esos políticos.

Si todas estas maniobras terminaran de consumarse, no tendríamos que ir a Rusia para encontrar un ejemplo perfecto de autócrata. Pero que no se diga que no lo está anunciando con escandalosa claridad.

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