Gaza también soy yo
«La crisis diplomática con Israel es consecuencia de la conducta de Sánchez, bien sea por ignorancia o mala fe»
El choque diplomático entre España e Israel con motivo de la visita de Pedro Sánchez ha tenido, como casi todo lo que ocurre últimamente, interpretaciones radicalmente diferentes, según la hagan partidarios o detractores del líder socialista: un acto de coraje, para los primeros; una grave equivocación para los segundos. Hay que decir que, tanto si tienen razón unos o los otros, España pagará las consecuencias porque Israel no es un aliado más de Estados Unidos o Europa. Israel sigue siendo, además de una pieza decisiva en el conflicto de Oriente Medio, un compromiso moral de Occidente con su propia historia y con la democracia.
El meollo del asunto es que, según la versión más próxima a la Moncloa, se puede criticar a Israel sin que eso signifique alinearse con Hamás, como se debe condenar la pérdida de civiles palestinos en Gaza, sin que eso impida condenar igualmente la matanza de civiles judíos del 7 de octubre. Dicho así, parece un argumento impecable. Sin embargo, entiendo que la crisis actual tiene connotaciones más complejas que obligan a ser algo más sofisticado en el análisis y, por tanto, exigen ser más cuidadoso en la toma de posición.
En primer lugar, el conflicto surgido entre España e Israel tiene mucho que ver con las formas, tan importantes en la diplomacia y en la vida. Lo que más molestó en Israel fueron las palabras de Sánchez en el lado egipicio del puesto fronterizo de Rafah, exactamente en el mismo punto en el que poco tiempo después se produciría la liberación de algunos de los rehenes israelíes capturados por Hamás. Como España -ni Bélgica, cuyo primer ministro también estaba presente- no había participado de ninguna forma en las negociaciones para el rescate, aquello se vio como un gesto de oportunismo cruel, que ofendía a las víctimas y a todo el pueblo de Israel.
Tanto en esa intervención en Rafah como en sus anteriores encuentros con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente de ese país, Isaac Herzog, Sánchez condenó «la catástrofe humanitaria» en Gaza y advirtió que «la cifra de civiles muertos resulta verdaderamente insoportable». También defendió un alto el fuego en Gaza y una conferencia de paz, además de sugerir que el terrorismo debe de ser combatido no sólo con violencia, para lo que puso el ejemplo de España contra ETA. Por último, y como forma de presión a Israel, Sánchez advirtió que, si la negociación no se produce, España reconocerá al Estado de Palestina.
«La consecuencia del viaje de Sánchez no será la reducción del número de muertos en Gaza, sino la exclusión de España en cualquier esfuerzo humanitario futuro»
Aunque suenen aparentemente razonables, la realidad es que todas esas palabras y propuestas representan un ataque a Israel y sólo se pueden explicar por el profundo desconocimiento por parte del Gobierno español de la situación sobre el terreno o por simple mala fe. Trataré de explicar por qué.
- Combate al terrorismo. Lo que Israel sufrió el 7 de octubre no fue un acto de terrorismo convencional. Fue un intento de exterminio. Fue la prueba evidente de que el objetivo de Hamás no es debilitar al Estado de Israel para obligarle a negociar la solución de dos Estados. Hamás dejó claro con ese ataque que su propósito es hacer desaparecer a Israel y eliminar a tantos judíos como pueda. Sugerirle a un país expuesto a ese riesgo que su lucha es similar a la de España contra ETA, es realmente un insulto.
- Alto el fuego. Como consecuencia de la matanza del 7 de octubre, y en su legítimo derecho a evitar que vuelva a ocurrir, Israel lanzó una operación militar muy arriesgada con el propósito, quizá inalcanzable, de liquidar todo rastro de Hamás y eliminar el riesgo existencial que supone para Israel la presencia junto a su territorio de ese grupo terrorista, respaldado por Irán y otros países poderosos. Pedir a Israel un alto el fuego antes de que ese objetivo se considere cumplido es lo mismo que pedirle que acepte convivir con esa amenaza. Por esa razón, no lo está pidiendo ningún verdadero aliado de Israel.
- Muerte de civiles palestinos. Parece claro que, como consecuencia del ataque israelí, se están produciendo muchas muertes de civiles inocentes, entre ellos muchos niños. El principal culpable es Hamás, que ha instalado gran parte de su estructura militar entre la población civil, incluidos hospitales. Carecemos, sin embargo, de datos para saber cuántos son en realidad los muertos o si estamos en el punto de una «catástrofe humanitaria». Las únicas fuentes de las que disponemos en Gaza son de Hamás, las mismas que mintieron escandalosamente respecto al ataque al hospital Al Ahli. Tampoco las ONG o las agencias de la ONU que trabajan en la zona son verdaderamente independientes. Mucho más aventurado es acusar a Israel, como hizo Sánchez ayer en un mitin político en Madrid, de causar «una matanza de civiles». A un Estado democrático, como es Israel, otro Estado democrático y amigo, como se supone que es España, está obligado a concederle el beneficio de que trata de conducir este conflicto con apega a la legislación internacional.
- Conferencia de Paz. En este momento de la guerra, cuando Israel está a la ofensiva y Hamás en riesgo de desaparecer, una conferencia de paz sólo puede beneficiar a los terroristas, como prueba el hecho de que, en su último comunicado y después de mucho tiempo oponiéndose a toda negociación, Hamás muestra simpatías por la propuesta de Sánchez.
- Reconocimiento de Palestina. Ha habido muchos momentos a lo largo de la historia en los que esta podría haber sido una opción razonable. En los tiempos de los acuerdos de Oslo, cuando Israel y la Autoridad Palestina hacían esfuerzos por convivir, tal vez el reconocimiento de un Estado palestino hubiera sido un impulso a la paz. Pero, ¿qué supone hoy en día el reconocimiento de Palestina? ¿Qué es hoy Palestina? Ni siquiera el territorio parece claro a estas alturas. La Autoridad Palestina languidece en Cisjordania entre la ineficacia y la desafección de los suyos. En realidad, la auténtica autoridad palestina en los últimos años ha sido Hamás. Por lo demás, no puede haber un momento peor que este para dar un paso de tal magnitud, no puede haber un momento más hostil para Israel.
Todo esto nos lleva a preguntarnos qué pretendía Sánchez con su viaje y sus declaraciones. Permitirán que dude de quienes sostienen que el presidente se sintió obligado a decir la verdad. Conociendo los antecedentes, resulta difícil de creer. En todo caso, también pudo haber dicho la verdad en Egipto respecto a las continuas violaciones a los derechos humanos en ese país.
Si lo que se quería era salvar la vida de los palestinos de Gaza, no parece que el camino elegido fuese el más eficaz. Una verdadera gestión diplomática y humanitaria debe de ser discreta, sutil, entendiendo los límites de cada parte para conseguir lo máximo al alcance en cada momento. Como hemos visto, la consecuencia del viaje de Sánchez no será la reducción del número de muertos civiles en Gaza, sino la exclusión de España en cualquier esfuerzo humanitario futuro.
Todo esto nos lleva a concluir que Sánchez no pensaba en su viaje ni en los civiles de Gaza ni en los judíos masacrados ni en Palestina ni en el futuro de Israel. Pensaba, como siempre, en sí mismo, en lo que le convenía decir en esta ocasión, bien sea con el objetivo de fortalecer su coalición de gobierno o de adquirir un perfil mundial de líder de una supuesta izquierda indomable. Quién sabe hasta dónde quiere llegar.