¡Literal!
«La viralidad no es un engendro específico de la sociedad de la información: siempre ha habido refranes, muletillas y frases hechas»
Mi último artículo del año. Me siento tentador de añadir: literalmente. La expresión, odiosa donde las haya, ha encontrado una versión más corta y eficaz entre los jóvenes: literal. «¡Soy yo literal!». «Ese hombre es mi padre, ¡literal!».
Aunque la cuestión parezca de cachondeo, es un asunto serio. Atender a lo que se dice en la calle es como accionar un pulsómetro que captase la frecuencia de la vida cotidiana. Y la voluptuosidad que reflejan los giros del lenguaje tiene siempre una enjundia filosófica.
En efecto, los chavales de ahora abusan del «literal», pero no es cosa suya. Su jerga explicita, más bien, lo que ya estaba ahí. Al fin y al cabo, para que uno tosa y espute ha de vivir en un entorno previamente viciado de estreptococos. Y ¿acaso no pueden los adultos contagiar a los niños? La viralidad no es un engendro específico de la sociedad de la información: siempre ha habido refranes, muletillas y frases hechas, que no son sino tics nerviosos de la ideología.
«Literal» proviene de la voz latina littera, que significa letra. Y esta, según San Pablo, mata, mientras que el espíritu vivifica. ¡Basta de textos, subtextos y contextos! Pretextos, en suma, que se esgrimen cuando la palabra permanece secuestrada por los ejércitos de la memética, la posverdad y el agitprop.
¿Literal? Hubo un tiempo en que no se concebía hablar de la literalidad del lenguaje. No hace falta decir que, antes de que se descubriera y popularizara la escritura, la única tradición existente era la oral. La lengua, como su propio nombre indica, no tiene su origen en la textualidad, sino en el aparato fonador.
«El sentido es anterior a la escritura. Fue la generalización de la lectura lo que permitió desdoblar lo dicho de su ‘literalidad’»
Que lo literal no encierra una virtud particular lo muestra el hecho de que hasta el siglo XV la imprenta no tomó su carácter industrial y abierto al pueblo. ¿Acaso un acontecimiento de este jaez invalidaba la sabiduría de los arcaicos? El sentido es anterior a la escritura. Fue la generalización de la lectura lo que permitió desdoblar lo dicho de su «literalidad».
No es casualidad que, después de promover el acceso a las Escrituras por parte de feligreses y campesinos, los protestantes se devanaran los sesos con la interpretación de los mismos. Como se atuvo a concluir el teólogo Schleiermacher, padre de la hermenéutica moderna, los intérpretes de un texto no tienen forma de abandonar el cerco que progresivamente los va sitiando.
¿Hacia dónde remar cuando un remolino nos succiona? Las aguas de la tradición son un arroyo en que solazarse, chapotear y ejercer la pesca recreativa. Y, si sacamos la artillería hidráulica, a lo mejor reventamos las presas. ¿Arroyos que arrollan? Tal es el peligro al que se expone el exégeta de la textualidad, que ha de tener cuidado de no ahogarse ni ahogar a los que le rodean. El circulo hermenéutico nunca se cierra.
No hay verdad sin palabra. Las personas ya la empleaban, antes de que existiera la escritura, para dar testimonio de lo que sabían. De ahí que Platón advirtiese en el Fedro de los peligros de la escritura: lo que es de vital importancia no puede ni debe almacenarse en los libros, sino en la memoria. ¿De qué me sirve el conocimiento si no lo recuerdo? ¿Conozco, de hecho, aquello que he olvidado? Es cuando menos significativo que el propio Sócrates no sólo no escribiese libros, sino que desarrollara toda su actividad filosófica dialogando con los viandantes…
¿Un propósito de año nuevo? Aquí va uno, literal. Los calamares se envuelven en un mar de tinta antes de esfumarse; el humano, en cambio, es el animal que, en lugar de huir, se afirma dando su palabra. Ríos de tinta derrama todo periódico, igual que todo activista espurrea un roción de palabras que nada significan, pero ninguno hace que la tierra sea más fecunda. Así que, en resumidas cuentas, renunciemos a la palabrería vana y seamos personas de palabra. ¡Feliz año!