La crispación eres tú
«Resulta cínico que los mismos que miran para otro lado cuando la violencia proviene de sus socios amenacen con las siete plagas ante un ataque contra ellos»
Juan Lobato, secretario general del PSOE de Madrid, afirmó hace unos días en una entrevista que «estamos a un milímetro de que a uno le den un bofetón por la calle» y estupefacta me pregunté: ¿en qué madriguera ha estado recluido el señor Lobato en los últimos años? En 2015, Mariano Rajoy recibió tal bofetada que sus gafas salieron volando. Y eso por citar tan solo el caso más famoso, porque es que han sido muchas las agresiones recibidas por cuestiones ideológicas durante todo este tiempo.
A mí misma me estamparon un móvil en la cara en Torroella de Montgrí en 2017 tras un acto de campaña con Cs en el que unos simpáticos independentistas se dedicaron a hacer como que desinfectaban las calles tras nuestro paso y, aunque el golpe fue muy doloroso, no fue nada comparado con la agresión que recibió en esa misma localidad Sergio Atalaya, en aquel momento concejal de Blanes, y que acabó con él en el suelo y con la nariz abierta y sangrando. Y no fue el único: Miguel García, exconcejal de Hospitalet del Llobregat, tras una amenaza de muerte recibió un manotazo en la cara que le rompió las gafas y un puñetazo en el costado. Y así podría seguir con una larga lista de concejales y afiliados de Cs, PP y Vox agredidos en carpas.
Y más allá de las agresiones personales, los integrantes de cualquiera de estos tres partidos tienen que acudir protegidos por escoltas policiales si pretenden hacer actos en según qué pueblos de Cataluña, Navarra o el País Vasco porque algunos lugareños dicen que va a crispar —aunque Cs fue la fuerza más votada en mi comunidad en 2017 o el PP obtuvo más votos que ERC y que Junts en las últimas elecciones—, al igual que los miembros de S’ha Acabat, que no saben lo que es montar un acto en la Universidad Autónoma de Barcelona sin verse atacados por hordas que se autodenominan antifascistas sin tener en cuenta que intentar impedir la pluralidad ideológica mediante la fuerza es bastante fascista. Por cierto, cuando estos valientes jóvenes comparecieron en la Comisión de Empresa y Conocimiento para denunciar la falta de neutralidad de las universidades catalanas, la diputada socialista mostró contra ellos una actitud tan beligerante o más que los propios independentistas.
Los sanchistas se muestran ahora muy molestos por las manifestaciones ante su sede y no digo que no tengan derecho a quejarse, pero es que, aunque Juan Lobato no se haya enterado, las sedes del PSC en Cataluña fueron en repetidas ocasiones vandalizadas a lo largo del proceso independentista sin que jamás asomara ni una mínima parte de indignación que muestran ahora. De hecho, cuando desde los otros partidos constitucionalistas se difundían noticias sobre los ataques de sus sedes, los socialistas, en voz bajita, afirmaban que esto contribuía a la crispación. Es decir que, según ellos, lo que socavaba la convivencia no eran tanto los ataques de los independentistas como el hecho de denunciarlos.
Y por muy molestas que les puedan resultar las protestas continuadas en Ferraz, no es ni mínimamente comparable con la decena de ataques a la sede de Cs en Hospitalet con estiércol en las que el hedor resultaba tan insoportable que era frecuente que los operarios encargados de retirarlos acabaran vomitando, a lo que hay que sumar las pérdidas económicas que sufrieron los locales cercanos. Los autores de estos ataques a veces permanecían en el anonimato, pero otras, como en el caso de Arran —las juventudes de la CUP—, se grababan y se difundían en sus redes sociales en tono épico. ¿Ustedes recuerdan que los socialistas lo denunciaran y pidieran a ERC y Junts, en aquel momento socios de gobierno de la CUP, que los condenaran o que los sacara de las instituciones? Claro que no, porque nunca lo hicieron.
«Su caso no es creíble porque están proponiendo que deje de ser delito cuando la persona simbólicamente agredida es el Rey»
Sin embargo, ahora han encontrado hasta seis delitos —ellos, que ha despenalizado la sedición y ciertos tipos de malversación— en aporrear una piñata en forma de muñeco. Que incita al magnicidio, dicen. Más allá de que no va a tener ningún tipo de recorrido judicial, como saben perfectamente, puedo entender que se denuncie esa violencia simbólica como paso previo a un violencia real, pero en su caso no es para nada creíble porque están proponiendo que eso deje de ser delito cuando la persona simbólicamente agredida es el Rey y porque en la anterior legislatura su entonces ministra de Igualdad, Irene Montero, aplaudió que se lanzaran ladrillos contra la imagen de Lucia Etxebarria.
Y, desde luego, no fue violencia simbólica sino bien real la que recibieron mis antiguos compañeros de partido al salir del hemiciclo por parte de los manifestantes de Rodea el Congreso, alentados por los actuales socios del Gobierno, o en el Orgullo de 2019 cuando Marlaska, lejos de condenarlos, afirmó que el pacto con Vox «debe tener alguna consecuencia en un sentido o en otro». Yo, porque estoy en contra de cualquier tipo de violencia y condeno todos los actos de esta índole, que si no, parafraseando al ministro, podría justificar los ataques recibidos por sus pactos con los separatistas.
Resulta bastante cínico que los mismos que miran para otro lado cuando la violencia proviene de algunos de sus múltiples socios amenacen con el advenimiento de las siete plagas ante lo que perciben como cualquier ataque contra ellos y que se autoerijan el paladines de la convivencia mientras, según palabras del propio Pedro Sánchez, construyen un muro que separa la sociedad española en dos y aprovechan cualquier acontecimiento, por nimio que sea, para atacar a la oposición. Les reto a que encuentren una sola comparecencia pública de los portavoces socialistas en las que, sea cual sea el tema tratado, no arremetan contra el PP. ¿De verdad alguien puede creer que eso contribuye a luchar contra la crispación? Y es que, con el permiso del inmortal Bécquer, dan ganas de decirle a Pedro Sánchez:
¿Qué es crispación? ¿Y tú me lo preguntas?
Crispación… eres tú.