MyTO

Los hombres estamos discriminados

«El feminismo discriminatorio que nos domina convierte a los varones en presuntos delincuentes y en seres humanos defectuosos»

Opinión

Ilustración de Erich Gordon.

  • Madrid, 1967. He sido columnista en Libertad Digital, Vozpópuli y El Español. Ahora escribo en La Razón y THE OBJECTIVE y hablo en Herrera en Cope. Soy profesor titular de Historia del Pensamiento en la UCM. Tengo unos cuantos libros de historia y política.

El 44,1% de los hombres se sienten discriminados por su sexo según el CIS. Me parece poco. Es posible que un porcentaje haya mentido en la respuesta para evitar la condena social y moral que acarrea confesarlo. De hecho, los más jóvenes, entre 16 y 24 años, han sido los más sinceros porque son menos conscientes de la repercusión de su libertad de expresión. No acaba ahí el estudio, porque lo reconoce un 32,5% de las mujeres —imagino que, siguiendo la ley, Tezanos habrá incluido también a las sentidas y no solo a las biológicas—: el hombre está discriminado. 

Ese porcentaje se antoja corto desde el momento en que a los hombres se nos dice que la masculinidad «tradicional» es una enfermedad mental a tratar, o una situación tóxica que genera peligro social. El feminismo discriminatorio que nos domina convierte a los varones en presuntos delincuentes y en seres humanos defectuosos que deben echarse a un lado para que pasen las mujeres. Es más; se nos quiere hacer pagar a los hombres la discriminación sexual desde Atapuerca. Cualquier jurista que merezca tal nombre sabe que los delitos no son colectivos ni se heredan.

En frente, dice ese feminismo discriminatorio, está «la mujer», que reúne todas las bondades mentales y morales, a la que hay que venerar —salvo que sea de derechas— y resarcir de una historia de opresión. Esta monserga hay que escucharla y sufrirla todos los días porque la difunden los medios, la escuela, la política y la cultura. ¿Qué van a pensar esos chicos de 16 años si se les insulta y desprecia por su biología? 

A los hombres se nos dice que nuestra naturaleza es negativa, que está asociada a lo peor del ser humano, a la violencia y al egoísmo. Y como este feminismo discriminatorio es moral y puritano nos predica que hay que cambiar al hombre con reeducación, adoctrinamiento y mucha ingeniería social por parte del Estado. Es obligatorio, dicen, crear «nuevas masculinidades». ¿Cuáles? Pues las que digan las feministas discriminatorias. Es el viejo sueño totalitario del «Hombre Nuevo» que postuló el comunismo hace cien años, ahora aplicado al sexo y al género.

Una de las trampas es considerar que los hombres somos un colectivo opresor —como la burguesía en el marxismo— y las mujeres el oprimido —el proletariado—. Pero la Historia no es así. Es un relato falso. No existen esos colectivos por sexo. Las diferencias geográficas, culturales, sociales, educativas o religiosas siempre fueron más importantes que la característica genital. No solo eso, sino que hubo muchos y variados tipos de hombres y de mujeres, con gustos, intereses e inclinaciones diametralmente opuestas. Decir lo contrario es mentir. No hace falta señalar, por ejemplo, que Ayuso y Yolanda Díaz comparten biología pero nada más. O, siguiendo el hilo, las evidentes dificultades de la líder de Sumar para formar un «colectivo» con Belarra y Montero.

«No hay un colectivo oprimido de mujeres que actúan con bondad, y otro opresor de hombres que se mueven con malicia»

No hay que caer en la trampa del colectivismo, ni en el conteo de hombres y mujeres en los grupos humanos. No somos un número. No despreciemos la inteligencia y el esfuerzo por la biología solo para hacer «justicia social» priorizando a un miembro de un «colectivo oprimido» en la elección de un cargo público o privado. Es una trampa. No hay un colectivo oprimido de mujeres que actúan con bondad, y otro opresor de hombres que se mueven con malicia. Los prejuicios son multidireccionales porque son humanos, y lo aplicamos a la belleza, complexión física, procedencia y muchas cosas más. Solo hay un baremo racional para la elección del personal: su curriculum y expectativas. Todo lo demás es un fraude político.

Tampoco existe una lucha histórica entre géneros, solo entre personas e ideas. Pankhurst, la sufragista británica más importante de la historia, creó un movimiento transversal constituido por hombres y mujeres de toda condición. Su lema era: «Mis enemigos no son los hombres, sino el Gobierno». Lo mismo puede decirse de nuestra Clara Campoamor. Pero estas referencias son consideradas viejunas por un feminismo posmoderno para el que todo es un constructo cultural, incluida la percepción de los genitales o la edad. 

Detrás de este feminismo vejatorio está el posmodernismo, esa ideología asumida por el progresismo basada en deconstruir la realidad para hacer lo que llama «transformación social», vamos, la revolución de toda la vida. Quieren cambiar las estructuras económicas, sociales y políticas. Sus armas son el lenguaje y la legislación. Para eso dan la matraca desde los medios de comunicación y el llamado «mundo de la cultura», y usan las instituciones y la educación para decir a los hombres que son malos por naturaleza. Del mismo modo desprecian la ciencia y la razón porque contradicen el imperio de la voluntad, y no permiten el encaje del discurso político con la realidad. 

Su «justicia social» es la injusticia del siglo XXI, que consiste en negar a los hombres la libertad de su identidad —en un campaña vejatoria inédita— y la igualdad ante la ley para privilegiar a las mujeres. La moralidad obligatoria de este feminismo discriminatorio esconde uno de los grandes negocios políticos, académicos y culturales actuales. Es lógico, por tanto, que las nuevas generaciones se rebelen ante tanta imposición, porque la tiranía y el supremacismo condescendiente son inaguantables. Esto, la rebelión contra el dogma irracional, sí es una constante histórica y no la tabarra victimista con la que nos castigan diariamente. Y no trato de hacer mansplaining, es sentido común o, si se quiere, una reacción contra el womansplaining.

98 comentarios
  1. Boswell

    Conozco demasiado a las mujeres, y no me fío de casi ninguna. Tampoco de casi ningún hombre, pues te engañan, te traicionan y te roban (sobre todo los hombres. Sujeto omitido, mejor, mediato).

    Por eso ya no amo (ni amaré) a las mujeres, salvo a mi madre y a mi hija. Y lo más curioso es que ninguna me ha hecho daño, más lo contrario, las he dejado a todas, más que nada porque me aburro y prefiero estar solo. Como dice la fiel y extraordinaria colombiana (hoy se ha hecho las mechas y esas cosas y está contenta como una mandarina, Por supuesto, la invité, unos 100 euros. Todavía quedan caballeros españoles, aunque el feminismo se cargó la caballerosidad…), soy un ermitaño. Pues vale, lo seré. Me conformo con los árboles y con un polvo de vez en cuando…

    Pero sí que he visto a muy queridos amigos destrozados por el feminismo hembrismo, que ha impedido, por ejemplo, que una adorable abuela paterna vea un rato a sus nietos.

    Yo no he tenido ninguna de esos traumas, pero los he visto, vicariamente, en otros amigos, a los que una mujer ha destrozado la vida.

    La rebelión ha empezado, JORGE.

  2. Mesetario

    Me voy a hacer islámico, que poco nos queda para ser dominados, y entonces a disfrutar del harén y ver llorar a las feminazis

  3. Boswell

    De la misma manera el hombre, estoico sin saberlo, pues ha tenido los más duros y más peligrosos trabajos posibles, tan sólo para llevar un poco de dinero a la familia, mientras la mujer ociosa y exigente se gasta el dinero en el gimnasio (donde está un monitor con el que se acuesta, por cierto), en uñas y en bolsos que no necesita, sólo sabe trabajar como un burro de carga, y hasta le regañan por tomarse unas cervezas, muchas hembras hembristas feministas maquinan todo el día para aprovecharse de ellos. Todo derechos y ninguna obligación.

    Entres otros motivos, por eso la tasa de suicidios es mucho más alta en los hombres que en las mujeres, que con un solo bolso se les pasa el suicidio de repente.

    La rebelión ya ha empezado, al menos en USA, JORGE.

    Yo casi no deseo que mi hijo se case, porque en caso de divorcio perderá hasta la camisa, además de la custodia de los hijos. Y sufrirá mucho (potencial suicidio).

    Ya le he dicho que pediré el ADN de sus hijos, mis potenciales nietos. Y si él y ella no acepta, desheredado o sólo la legítima.

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