THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

La masa electoral de Sánchez

«Ya no funcionan las apelaciones que antes movían votos en las democracias liberales. Estamos en otra época y Sánchez ha interpretado mejor su espíritu» 

Opinión
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La masa electoral de Sánchez

Ilustración de Alejandra Svriz.

No se molesten en sacar las declaraciones de Pedro Sánchez en 2018 llamando «Le Pen español» a Quim Torra, aquel tipo de Junts que decía que somos «bestias con forma humana». Tampoco aquellas de 2021 en las que Sánchez achacaba a Junts el mismo «odio y xenofobia» que, en su opinión, difunde Vox. Y sentenciaba: «Se lo tienen que hacer ver». 

Digo que no se distraigan sacando las condenas de Sánchez a Junts porque no van a conseguir que nadie cambie de opinión. Los antisanchistas se solazarán, claro, y la derecha aplaudirá la exhibición de la contradicción, pero poco más. La masa electoral de Sánchez es un bloque de hormigón inalterable a las apelaciones en defensa de la democracia liberal. 

Es también inútil llamar la atención sobre las palabras de García-Page. No mueven un voto; peor aún, sus críticas a las cesiones de Sánchez a Junts no alteran a un concejal ni a un diputado del PSOE. Puede que, en la intimidad, incluso a solas, nieguen con la cabeza, miren al suelo, y piensen «No es esto, no es esto». La mayoría se aferra a excusas para calmar su conciencia, como eso de que tampoco tiene importancia si a cambio sacan «políticas sociales» como carriles bici, bonos de 200 euros para jóvenes, o transporte público «gratis». Esto se suele acompañar con golpecitos en el pecho al tiempo que se dice que han conseguido parar a la «ultraderecha». 

Los pactos con Junts, por tanto, por muy vergonzosos que sean, no harán que la masa que vota a Sánchez dude de su voto. Da igual que se entregue inmigración a un partido xenófobo. Como si dan el Ministerio del Interior a Otegi. Sánchez ha conseguido conectar bien con su electorado, y no se lo van a cobrar. Esto es sabido. Sin embargo, habría que dar la vuelta a la ecuación, porque detrás de todo líder con éxito hay una masa que lo apoya. 

La clave del poder discrecional de Sánchez está en conectar con la mentalidad de una parte considerable del electorado que pide a la democracia algo a lo que no estábamos acostumbrados. Esto me preocupa más que las artimañas de un ególatra sin escrúpulos que vomita carcajadas en el Congreso para referirse a la oposición. Es un problema mayor porque la salida de emergencia de una democracia está en las urnas, en la posibilidad real de los ciudadanos para quitarse de encima a un tirano o a un loco. Pero esto no ocurre aquí y ahora. ¿Por qué la masa electoral prefiere las evidentes maneras autoritarias de Sánchez a las democráticas? ¿No hay apego a la libertad? 

«La libertad de los modernos es la autodefinición de la identidad de los colectivos y el imperio de las emociones»

Pienso que se ha perdido la fe en la democracia liberal tradicional al tiempo que la verdad, la ciencia y la razón son vistas como cosas arcaicas frente a la voluntad y los sentimientos a la moda. Retorciendo a Benjamin Constant parece claro que hoy la libertad de los antiguos es atar al Gobierno para garantizar los derechos, tal y como defienden las democracias liberales salidas de 1945 y 1975, mientras que la libertad de los modernos, la del siglo XXI, es la autodefinición de la identidad de los colectivos y el imperio de las emociones. 

Esta distinción entre dos mentalidades, la tradicional y la moderna, explicaría que la masa electoral de Sánchez acepte y defienda la política identitaria y emocional del PSOE aunque suponga el sacrificio de la democracia liberal. El negocio está en primar la nueva libertad de los modernos sin escuchar las protestas de los antiguos, y pasando por encima de las instituciones, leyes y espíritu del viejo sistema. ¿De qué vale la fiscalización que pueda hacer el Senado o el estudio del encaje legal que haga el poder judicial, dirán, si lo importante son los derechos del colectivo LGTBI defendidos por el Gobierno o salvar el planeta, por ejemplo? 

El procedimiento no importa. Que se haga como sea. Temo que esa falta de respeto a los protocolos legales propios de los sistemas democráticos se deba al peso y a la urgencia del dogmático. Esto puede ser también resultado de esa plaga que se llama populismo, que tiene un tufo nihilista que apesta cualquier buena conciencia. Si al estilo populista unimos el desprecio al teórico legado de la Ilustración, como fue la razón o la ciencia aplicadas a la gobernanza, y apelamos a la justicia de cumplir los deseos y las emociones de la gente, ya tenemos el cóctel perfecto. 

Las reglas tradicionales de juego se han roto. La mentalidad es diferente y ya no funcionan las apelaciones que antes movían conciencias y votos en las democracias liberales al uso. Estamos en otra época, en plena transición a otra cosa que aún está sin definir. Eso sí, Sánchez ha sabido interpretar mejor ese espíritu de la opinión de la masa y va ganando. 

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