THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Los hombres estamos discriminados

«El feminismo discriminatorio que nos domina convierte a los varones en presuntos delincuentes y en seres humanos defectuosos»

Opinión
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Los hombres estamos discriminados

Ilustración de Erich Gordon.

El 44,1% de los hombres se sienten discriminados por su sexo según el CIS. Me parece poco. Es posible que un porcentaje haya mentido en la respuesta para evitar la condena social y moral que acarrea confesarlo. De hecho, los más jóvenes, entre 16 y 24 años, han sido los más sinceros porque son menos conscientes de la repercusión de su libertad de expresión. No acaba ahí el estudio, porque lo reconoce un 32,5% de las mujeres —imagino que, siguiendo la ley, Tezanos habrá incluido también a las sentidas y no solo a las biológicas—: el hombre está discriminado. 

Ese porcentaje se antoja corto desde el momento en que a los hombres se nos dice que la masculinidad «tradicional» es una enfermedad mental a tratar, o una situación tóxica que genera peligro social. El feminismo discriminatorio que nos domina convierte a los varones en presuntos delincuentes y en seres humanos defectuosos que deben echarse a un lado para que pasen las mujeres. Es más; se nos quiere hacer pagar a los hombres la discriminación sexual desde Atapuerca. Cualquier jurista que merezca tal nombre sabe que los delitos no son colectivos ni se heredan.

En frente, dice ese feminismo discriminatorio, está «la mujer», que reúne todas las bondades mentales y morales, a la que hay que venerar —salvo que sea de derechas— y resarcir de una historia de opresión. Esta monserga hay que escucharla y sufrirla todos los días porque la difunden los medios, la escuela, la política y la cultura. ¿Qué van a pensar esos chicos de 16 años si se les insulta y desprecia por su biología? 

A los hombres se nos dice que nuestra naturaleza es negativa, que está asociada a lo peor del ser humano, a la violencia y al egoísmo. Y como este feminismo discriminatorio es moral y puritano nos predica que hay que cambiar al hombre con reeducación, adoctrinamiento y mucha ingeniería social por parte del Estado. Es obligatorio, dicen, crear «nuevas masculinidades». ¿Cuáles? Pues las que digan las feministas discriminatorias. Es el viejo sueño totalitario del «Hombre Nuevo» que postuló el comunismo hace cien años, ahora aplicado al sexo y al género.

Una de las trampas es considerar que los hombres somos un colectivo opresor —como la burguesía en el marxismo— y las mujeres el oprimido —el proletariado—. Pero la Historia no es así. Es un relato falso. No existen esos colectivos por sexo. Las diferencias geográficas, culturales, sociales, educativas o religiosas siempre fueron más importantes que la característica genital. No solo eso, sino que hubo muchos y variados tipos de hombres y de mujeres, con gustos, intereses e inclinaciones diametralmente opuestas. Decir lo contrario es mentir. No hace falta señalar, por ejemplo, que Ayuso y Yolanda Díaz comparten biología pero nada más. O, siguiendo el hilo, las evidentes dificultades de la líder de Sumar para formar un «colectivo» con Belarra y Montero.

«No hay un colectivo oprimido de mujeres que actúan con bondad, y otro opresor de hombres que se mueven con malicia»

No hay que caer en la trampa del colectivismo, ni en el conteo de hombres y mujeres en los grupos humanos. No somos un número. No despreciemos la inteligencia y el esfuerzo por la biología solo para hacer «justicia social» priorizando a un miembro de un «colectivo oprimido» en la elección de un cargo público o privado. Es una trampa. No hay un colectivo oprimido de mujeres que actúan con bondad, y otro opresor de hombres que se mueven con malicia. Los prejuicios son multidireccionales porque son humanos, y lo aplicamos a la belleza, complexión física, procedencia y muchas cosas más. Solo hay un baremo racional para la elección del personal: su curriculum y expectativas. Todo lo demás es un fraude político.

Tampoco existe una lucha histórica entre géneros, solo entre personas e ideas. Pankhurst, la sufragista británica más importante de la historia, creó un movimiento transversal constituido por hombres y mujeres de toda condición. Su lema era: «Mis enemigos no son los hombres, sino el Gobierno». Lo mismo puede decirse de nuestra Clara Campoamor. Pero estas referencias son consideradas viejunas por un feminismo posmoderno para el que todo es un constructo cultural, incluida la percepción de los genitales o la edad. 

Detrás de este feminismo vejatorio está el posmodernismo, esa ideología asumida por el progresismo basada en deconstruir la realidad para hacer lo que llama «transformación social», vamos, la revolución de toda la vida. Quieren cambiar las estructuras económicas, sociales y políticas. Sus armas son el lenguaje y la legislación. Para eso dan la matraca desde los medios de comunicación y el llamado «mundo de la cultura», y usan las instituciones y la educación para decir a los hombres que son malos por naturaleza. Del mismo modo desprecian la ciencia y la razón porque contradicen el imperio de la voluntad, y no permiten el encaje del discurso político con la realidad. 

Su «justicia social» es la injusticia del siglo XXI, que consiste en negar a los hombres la libertad de su identidad —en un campaña vejatoria inédita— y la igualdad ante la ley para privilegiar a las mujeres. La moralidad obligatoria de este feminismo discriminatorio esconde uno de los grandes negocios políticos, académicos y culturales actuales. Es lógico, por tanto, que las nuevas generaciones se rebelen ante tanta imposición, porque la tiranía y el supremacismo condescendiente son inaguantables. Esto, la rebelión contra el dogma irracional, sí es una constante histórica y no la tabarra victimista con la que nos castigan diariamente. Y no trato de hacer mansplaining, es sentido común o, si se quiere, una reacción contra el womansplaining.

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