Mala idea
«Itziar Ituño no comparte ideas con el resto de los manifestantes que la acompañaban, sino una creencia arraigada en su tierra natal»
Ortega distinguió famosamente entre ideas y creencias: tenemos ideas, es decir las hemos construido con nuestro trabajo mental como los pájaros fabrican su nido, para tener un sitio cómodo donde empollar; y estamos en ciertas creencias, como estamos en un bosque, en la ciudad o bajo el firmamento, instalados sin comerlo ni beberlo en algo que no es creación nuestra. Las ideas se discuten y se razonan, las creencias se asumen o rechazan sin más. Lo malo empieza al confundir las creencias con ideas y considerarnos dueños intelectuales de lo que en realidad nos imponen las circunstancias, la sociedad (peligrosa compañía) o alguien que nos fascina. Y luego está ese otro uso de la palabra, «tener mala idea», que no se refiere a una idea equivocada sino a una idea perversa, malintencionada, que busca hacer daño.
Nuestras creencias, cuando son apasionadas (cuando apostamos demasiado por ellas), dificultan mucho la convivencia con quien no las comparte: no se puede prohibir ninguna creencia (porque no somos dueños de creer o no creer) pero sí pueden prohibirse ciertas formas de creer que castigan o persiguen al que no cree. Voltaire resumía el discurso del fanático con solo cinco palabras: «Piensa como yo o muere». Por eso las leyes sólo pueden prescribir conductas, no modos de pensar. No todas las ideas son respetables, lo contrario nos obligaría a aceptar estupideces y genialidades con la misma flema, pero todas las personas son tolerables piensen como piensen: la fraternidad humana está por encima del aprecio intelectual. Claro que tolerar al prójimo no significa condecorarle…
«La fraternidad humana está por encima del aprecio intelectual. Claro que tolerar al prójimo no significa condecorarle»
En cambio la mala idea no tiene por qué ser respetada ni tampoco tolerada. Ni la mala idea ni su expresión agresiva y entusiasta. Debemos cortocircuitar la mala idea en defensa propia y en último caso escarmentar socialmente a quien la ejerce. Esto lo pienso al ver la manifestación de Bilbao pidiendo la excarcelación de los terroristas de ETA, en cuya cabeza iba una actriz cuyo nombre no quiero recordar –Itziar Ituño- que fue por ese motivo apartada de dos anuncios que protagonizaba. Algunos han protestado diciendo que la buena mujer tiene derecho a expresar sus ideas. Pero la verdad es que no se trata de ideas, es decir de elaboraciones intelectuales de cuño propio, sino de las típicas creencias asumidas acríticamente, según lo que ella mismo declaró. «Cada uno es de dónde es», dijo, una afirmación difícil de refutar pero no demasiado convincente para probar la verdad o falsedad de algo.
Después siguió asegurando que cada cual tiene sus raíces y que ella tiene unas raíces especialmente grandes, que la fijan a los dogmas abertzales como el geranio se agarra al mantillo en el que crece y del que se nutre. Tenemos la mala suerte de que ninguna raíz le une a España y su democracia, en cuya construcción han colaborado tantos vascos. A España no le ata ninguna raíz pero sí los intereses, que también tienen su aquel. Por ejemplo, en la serie de la que cobra interpreta a una inspectora de la Policía Nacional (según me cuentan, pues como bien suponen ustedes yo no he sido testigo de esa obra de arte). De modo que en esta época en que se protesta con indignación porque un blanco se maquille para hacer de negro o se prohíbe que un señor de mediana edad y raza blanca traduzca el poema de una joven afroamericana, la izquierda revoltosa acepta sin rechistar que una joven poseedora de retorcidas raíces abertzales que la hacen simpatizar con los asesinos de policías interprete a una de este cuerpo sin especiales remilgos. No me digan que no tiene una triste gracia.
No, Itziar Ituño no comparte ideas con el resto de los manifestantes que la acompañaban, sino una creencia arraigada en su tierra natal y en su genealogía familiar. Según ella no tiene más remedio de pensar como piensa, o sea que no piensa, porque pensar es poder pensar otra cosa. Si hubiera nacido en Munich a mediados del siglo pasado hubiera sido seguramente nazi, por las mismas razones y con los mismos resultados morales que su pro-terrorismo actual. Y desde luego hubiera tenido jaleadores entusiastas de la misma calaña que los actores, actrices, festivales, etc… que la defienden muy serios en las actuales circunstancias. Porque la manifestación de Bilbao, como todas las precedentes y las que la sigan del mismo género, no son expresión de ideas -¡que más quisieran!- sino de una fenomenal mala idea: la de que hay que excarcelar y homenajear a quienes se encargaban de liquidar a los que no llevaban en el coco los mismos mitos que ellos: piensa como yo o muere, gracias, Voltaire. Y no, la mala idea no tiene derechos, a ver si se enteran en el Festival de Cine donostiarra.