THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

A favor de Fernando Savater

«En fin, quedan pocos medios que no sean de nadie y, a la vez, de todos. Savater es una de esas plumas que nunca necesitó posesión»

Opinión
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A favor de Fernando Savater

Fernando Savater. | Alejandra Svriz

En la Feria del Libro de Madrid hay dos tipos de estados atmosféricos: o el calor asfixia en los primeros estertores caniculares, o la lluvia amenaza con arrasar hasta la última caseta. Aquella jornada resultó de las calurosas: cielo abierto, agobio más allá de los treinta y tantos grados, vaqueros cortos y poco elegantes, camisa abierta algún botón más de lo recomendable, etc. Frisaba yo la edad de quince años, y estoy hablando del día que conocí a don Fernando Savater. Él, obviamente, no se acuerda, pero frente a su caseta firmaba una escritora muy superventas y muy famosa y muy gilipollas. La cola para las firmas de su última novela la despachaba esta señora con un frío apretón de manos, sin ni siquiera zafarse del cigarro que con chulería sujetaba en la comisura de sus labios. La caseta donde firmaba Savater no arremolinaba en torno a su uralita semejante gentío. Es más, no había nadie. Sin embargo, lejos de la notoriedad artificiosa de enfrente, don Fernando dedicó veinte maravillosos minutos a hablar con el joven imberbe y pretencioso que hoy firma esta columna. Recuerdo que charlamos sobre una serie de divulgación filosófica que había estrenado no hacía mucho en televisión. Supongo que por la charleta aparecería Kant, aparecería Heidegger, aparecería quizás el que por entonces era mi filósofo favorito, Sartre. No recuerdo esos detalles, pero sí la pasión con la que aquel hombre intentaba hacerle entender al mocoso algunas aristas del pensamiento histórico.

«Fernando Savater es un antídoto contra el sesgo de confirmación. Sus columnas obligan a replantearse con cada renglón cualquier hipótesis preestablecida»

A Savater lo expulsan ahora de los foros que un día ocupó -y que tanto le deben-, simplemente, porque la duda que sobrevuela la mente de aquel que piensa con independencia le inclina ahora hacia posiciones lejanas a los dogmas que obligan a defender en según qué espacios. Los despidos con los que intentan trufar su impoluta carrera vienen a constatar un axioma: te echamos porque no eres de los nuestros. Ese último posesivo debería desterrarse de cualquier sintagma relacionado con la prensa. Pero la realidad es que hoy en día el lector necesita una prensa que se limite a confirmar sus propias creencias políticas, el gobierno necesita una cabecera para ellos, la oposición necesita una noticia propia, y, en fin, quedan pocos medios que no sean de nadie y, a la vez, de todos. Savater es una de esas plumas que nunca necesitó posesión: navegó contra el nacionalismo vasco cuando más difícil resultaba, se posicionó a favor de alternativas independientes cuando la política se movía únicamente en torno a dos vértices oficiales, y ahora nada contracorriente en caudales descaradamente progubernamentales.

Fernando Savater es un antídoto contra el sesgo de confirmación. Sus columnas obligan a replantearse con cada renglón cualquier hipótesis preestablecida. He crecido con él, tanto le debo desde que en el instituto abrí con la satisfacción de quien ve el mundo con nuevos ojos las extraordinarias páginas de su Ética para Amador. Más tarde ocupé junto a él un espacio en una sección de opinión, esta que nos reúne hoy, para orgullo de mi ego y de mi madre, primera fan de Fernando. Por si esta vanidad no fuese suficiente, también compartí maravillosa editora en la misma editorial con la que publicó aquel libro que firmó una mañana soleada en la Feria del Libro. La misma mañana soleada en que, con toda la caballerosidad del mundo, hizo las delicias intelectuales de aquel muchacho torpe que hoy intenta, con humildad, ensalzarlo. Decía Ortega que la voluntad de ser uno mismo es heroísmo. Sólo me queda ovillarme a su lado en la heroica trinchera que ocupa, y que representa, como ninguna otra, la más absoluta libertad de razonamiento, el juicio que nunca quiso venderse, el argumento soberano. Gracias, don Fernando.

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