El radical masoquismo y otras perversiones políticas
«España pasa por un momento de radical-masoquismo inusitado. Intelectuales, artistas y periodistas se han plegado a las demandas independentistas»
Las perversiones sexuales tienen cierto interés clínico. Una que otra puede ser incluso fascinante, estéticamente sugerente o instigadora de portentosas creaciones artísticas; hasta inquietantemente provocadora. Las perversiones políticas, en cambio, son por lo general patéticas o directamente peligrosas, además de predecibles e intelectualmente pobres. Abundan los ejemplos, desde el chovinismo, ese desmedido amor por la raíz y el tufo nacional que lleva a quien lo padece a cubrir con alabanzas y ensoñaciones lo suyo, su terruño, despreciando de paso lo que hacen o producen los demás, hasta el utopismo empecinado, que sacrifica el presente y lo posible en nombre de una fantasía idílica, un futuro dorado y paradisíaco sin cimientos en la realidad.
Una muestra de chovinismo afloró hace unos días en las declaraciones de Ségolèn Royal, cuando, henchida de orgullo por el humus nacional, arremetió contra esa aberración gastronómica que ofende el paladar de los franceses: el tomate bio español. En cuanto a los utopistas, ahí están los decolonialistas que inspiran al ministro Urtasun: soñadores que quieren devolver el tiempo a etapas previas, a un mundo premoderno en donde seres deconstruidos, no binarios, antirracistas y eco-conscientes no habían sufrido el encuentro corruptor con el hombre blanco occidental, y por lo mismo nada sabían de los pecados que hoy hacen nauseabunda la existencia humana.
Otra perversión política, quizá la que más detesto, es el radical-sadismo. Su diagnóstico es sencillo: consiste en defender ideas cuyas consecuencias no las van a pagar sus promotores, sino otra gente, por lo general lejana y exótica. Está muy esparcida esta patología en Estados Unidos y Europa, porque se trata de una depravación típica de los países ricos. La encarnó Michel Foucault, por ejemplo, el libertino francés que después de desvelar la lógica de los micropoderes en Occidente, decidió apoyar el macropoder hiperconservador de los ayatolás iraníes. O los estudiantes de Harvard, que defienden a Hamás; o incluso el recientemente fallecido Gianni Vattimo, que deseaba para Latinoamérica, ya que en Europa era lastimosamente imposible, sistemas comunistas.
«Si el radical-sadismo es de países ricos, el radical-masoquismo suele incubarse en países desinstitucionalizados»
Si el radical-sadismo es de países ricos, el radical-masoquismo suele incubarse en países desinstitucionalizados, donde la política se confunde con la religión y se le tiene una fe ciega al divino líder y una abominación satánica al rival político. ¿En qué consiste este extravío? En defender con fanatismo ideas que de triunfar o de llegar al poder serían usadas para desollar vivos a sus mismos valedores. Roberto Bolaño explicó bien este extravió. Como típico intelectual latinoamericano de los setenta, apoyó, según dijo, partidos que «de haber vencido nos habrían enviado de inmediato a un campo de trabajos forzados». Eso fue lo que les ocurrió a varios escritores cubanos que creyeron en Fidel Castro.
Hoy España pasa por un momento de radical-masoquismo inusitado. Intelectuales, artistas y periodistas, jaloneados por el partido socialista, se han plegado a las demandas independentistas, e incluso han empezado a aceptar sus justificaciones y razonamientos. No les ha importado que Puigdemont los desprecie, ni que se ufane de lo poco que le importa la gobernabilidad de España, ni mucho menos que le hubiera hecho saber a Pedro Sánchez, al estilo de una buena dominatriz, que su límite era la sangre, hacerlo «mear sangre». Mientras más muestras de radicalismo da Puigdemont, más se pliegan los socialistas a un personaje y a un ideario que los devorará, que acabará prostituyendo su historia, sus honrosos logros, y comprometiendo su futuro. Eso sólo se puede explicar a partir de un odio irracional al PP, a esos a quienes Nacho Duato, en un vídeo lleno de sensibilidad, tolerancia y progresismo, llamaba «cucarachas, ratas, lombrices». Mearán sangre, acabarán en un campo de trabajos forzados, se inmolarán con Sánchez o pactaran la independencia de Cataluña, lo que sea con tal de que sus rivales políticos –que no son animales «cacófagos», como también dijo Duato, sino sus vecinos, amigos, colegas y parientes- no vuelvan a acercarse al poder.