Vision Pro o las paradojas de la soledad
«Las nuevas gafas de realidad virtual se convierten en la representación más evidente de la soledad en un mundo con todas las posibilidades para la conexión»
Hace unos días la tienda de Apple en la Quinta Avenida de Nueva York comenzó a vender el nuevo artilugio de la multinacional. Las Vision Pro han llegado para quedarse, aunque todavía sea pronto para valorar su impacto duradero. Estas gafas de realidad virtual que, según algunas informaciones podrían haber llegado ya a los 200.000 ejemplares vendidos, dejaron escenas de todo tipo por la ciudad unas horas después. Las ha habido extravagantes, cómicas e, incluso, tristes. Los usuarios han sido fotografiados o grabados utilizándolas, paseando por la calle, en trayectos de metro y conduciendo.
De todas estas imágenes, las que pueden convertirse en un icono de una época son aquellas en las que varios jóvenes están disfrutando de una comida en un restaurante en torno a la misma mesa, sin relación alguna, porque se encuentran jugueteando con su nueva adquisición. Y el observador no puede más que preguntarse si estas gafas permiten ver más allá de su entorno virtual.
Esta vez tampoco es diferente. Esas escenas ya eran habituales desde la expansión de los teléfonos inteligentes. Lo que ha cambiado es el impacto visual de estas situaciones. Las Vision Pro nos incitan a pensar que, de nuevo, el futuro nos ha sobrepasado. Que, quizá, no estemos preparados para este juego, como antes lo pensamos con el primer impacto de la Inteligencia Artificial generativa. Con todo, nos acostumbramos con facilidad a estos cambios.
Algunos hasta pueden creer que series como Black Mirror son una forma de hacer prospectiva de lo porvenir. Las gafas se convierten así en la representación más evidente de la soledad en un mundo con todas las posibilidades para la conexión. Si Edward Hopper pudiese retratar nuestra época, estos amigos podrían ser protagonistas de una actualización de su Nighthawks (1942). Porque, queramos o no, seguimos siendo una especie noctámbula de realidad.
La World Wide Web fue saludada como una oportunidad para conectar con cualquiera, en cualquier momento y con rapidez. Recuerden aquello de Conecting people, utilizado por más de un empresa que intentaba colocar su producto. Sin embargo, la sensación es que aquellas promesas no se han cumplido en plenitud. Son muchos los psicólogos que denuncian hoy cómo la soledad se ha colado entre nosotros como una silenciosa pandemia de salud mental.
«En España, un 14% de la población adulta sufre de soledad no deseada»
Según algunos estudios recientes, uno de cada cuatro habitantes del planeta siente que se encuentra bastante o muy solo. En España, las cifras nos indican que un 14% de la población adulta sufre este fenómeno de la soledad no deseada. Es una de las paradojas de nuestro tiempo, ya de por sí paradójico y acelerado. Y no sé bien cómo conjugar ambos conceptos. Paradójicamente acelerado, aceleradamente paradójico. Tanto da.
Ninguno de nosotros somos una isla. Pero demasiadas personas se sienten solas, a pesar de estar rodeadas de gente con asiduidad. Las revoluciones tecnológicas imponen, contra lo que pudiera parecer, un desasosegante anonimato social. Y son legión los que huyen del silencio porque lo asimilan a una soledad demasiado ruidosa interiormente.
Hannah Arendt afirmaba en su Diario filosófico que pensar la soledad era siempre un diálogo consigo mismo. Era el mismo camino que recorrió Octavio Paz décadas después para considerar que, cuando uno se encuentra en soledad, no está realmente solo sino consigo mismo. Algo de verdad profunda tocaban ambos. Quizá debamos conseguir cotidianamente un tiempo para estar solos en el silencio. Reconocerse es el mejor antídoto contra esta asfixiante sensación de soledad. Lo que no quita que, como somos seres relacionales, sigamos necesitando de los demás. Uno no puede, por mucho que lo desee, abrazarse a sí mismo. Tampoco parece la mejor opción. Y las Vision Pro tampoco nos ayudarán demasiado a poner solución a nuestros problemas con la soledad.