THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

La ola electoral que viene

«No deja de ser paradójico que el curso con más elecciones de la historia llegue en un momento de extenuación para los sistemas democráticos»

Opinión
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La ola electoral que viene

Ilustración de Alejandra Svriz.

Aún es pronto para saber qué sucederá, pero el posible regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos nunca fue una ensoñación distópica de un novelista de los que habitualmente pueblan las mesas de novedades de las librerías. El modelo preelectoral estadounidense está asentado en un juego de espejos y engañosas percepciones que pueden decantar la moneda a un lado u otro. La candidatura de Trump es hoy más débil de lo que suelen contarnos. Con todo, el magnate está más cerca de acariciar de nuevo su antiguo despacho en la Casa Blanca cada día que pasa, y más con estas primeras victorias en las primarias republicanas sobre Nikki Haley, la única con posibilidades reales de pararle los pies. Eso sí, después de todo lo que ha sucedido, ya nada nos va a pillar por sorpresa. Ni tan siquiera su éxito. Algo huele a podrido en aquel país cuando frente a él se encuentra un Biden que ha dado suficientes pruebas de la disminución de sus capacidades de gobierno.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Lo avisaba hace unos días un lúcido Janan Ganesh en las páginas de opinión del Financial Times: los líderes populistas e iliberales no están causando los estragos económicos que muchos pensaban y profetizaron. No son pocos los que recuerdan, incluso entre sus adversarios demócratas, que la economía funcionaba bastante bien durante los años trumpistas. Como siempre, habrá que señalar la herencia recibida de Barack Obama pero, como el propio Ganesh subraya, también se pueden dilapidar dinámicas irrepochables. Lo mismo podríamos señalar de algunos de los otros hombres fuertes del momento, como Narendra Modi, Benjamin Netanyahu, Nayib Bukele o Viktor Orbán. 

Nos ha costado encajar el camino chino de crecimiento económico sin proceso de transición hacia maneras más democráticas. Esta ha sido la auténtica brecha interpretativa de las repetidas -y no bien entendidas- tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia. Ahora atravesamos un contexto marcado por unas democracias liberales tensionadas como consecuencia de aprendices de brujo que tampoco pierden necesariamente el ritmo global. El populismo y sus propuestas iliberales forman parte ya del paisaje cotidiano. El desafío no es pequeño. En un año como este, donde se van a convocar cerca de 70 elecciones en todo el planeta, seguiremos comprobando la salud de la que gozan estas proposiciones.

Habrá elecciones de todos los colores: presidenciales, paralamentarias y locales. A los Estados Unidos, por ejemplo, se les va a unir el Reino Unido, India, Unión Europea, Venezuela o Pakistán. Hasta los rusos pasarán por las urnas, como si eso supusiera algo en el solar de un Putin descontrolado. 2024 es un año en el que todo puede suceder. No deja de ser paradójico que el curso con más elecciones de la historia de la humanidad, según dicen los que saben, llegue en un momento de extenuación para los sistemas democráticos. Y que, como ya nos anunció la disputa argentina, puede estar marcada por la irrupción engañosa y repudiable de la Inteligencia Artificial generativa. Las manipulaciones con la imagen y voz de Sunak durante estos días demuestra que su uso tampoco será residual. 

«La fuerza de estos hombres fuertes está en la debilidad de los mecanismos políticos»

La credibilidad de las instituciones está erosionada y estos personajes carismáticos suelen ser inmunes a cualquier verificación. Su fuerza está en la debilidad de los mecanismos políticos. El ejemplo español nos da la medida del nivel de impugnación a la verdad como concepto de uso político. Este es uno de los signos más evidentes de nuestro tiempo. Hannah Arendt lo vislumbró en sus reflexiones sobre el totalitarismo: el nihilismo termina por favorecer el desarrollo de una credulidad acrítica. El caos y la desconfianza facilitan creer en casi cualquier cosa. Lo que congenia bien, paradójicamente, con esos postulados que subrayan que nada puede ser verdad.

Salvo Donald Trump, la inmensa mayoría de los chamanes actuales han surgido del sistema, y se mantienen dentro sin demasiados problemas. ¿Nos convencerán estos hombres fuertes de que se puede vaciar de contenido de la democracia desde dentro sin que los vayamos a echar de menos? Eso es, en el fondo, lo que están intentando, desdibujar los contornos de la democracia liberal, ofreciendo un catálogo de seguridades más aparentes que reales. La ola electoral de 2024 está aquí para recordárnoslo.

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