THE OBJECTIVE
Daniel Capó

El campo se levanta contra las políticas verdes

«¿Cuál será la traducción electoral del movimiento de los tractores? Aún no lo sabemos, pero se avecinan tiempos de nuevos cambios»

Opinión
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El campo se levanta contra las políticas verdes

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hace unos años, las élites burocráticas que dirigen la Unión tomaron consciencia del eclipse europeo. Londres amenazaba con irse, el euro se tambaleaba y la crisis de la deuda soberana anunciaba la llegada de un duro ajuste para las clases medias de los países del sur. Al este, Rusia recuperaba su instinto imperial tras el hiato que supuso el final de la Guerra Fría. Más al este, China se afirmaba como un nuevo poder global dispuesto a hacer valer su voz cuando quisiera. Ningún tiempo es sencillo y el futuro se tiñe de colores contrapuestos al albur de las emociones políticas. Todo eso es verdad. Pero Europa de repente empezaba a despertarse del sueño utópico de 1989. El mundo ya no respondía exactamente a los criterios democráticos definidos por el liberalismo, ni la globalización representaba una suma positiva para todos los países por igual.

Sin embargo, la preocupación en Bruselas iba más allá de las angustias coyunturales del momento para sumirse en un profundo pesimismo. La economía dictaba un retroceso que cada vez resultaba más evidente: la participación de Europa en las nuevas tecnologías era escasa y, en todo caso, secundaria en la batalla que libraban los grandes ejes de desarrollo. Ni los gigantes de Internet –de Alphabet a Amazon– contaban con nombres comunitarios, ni los sectores más innovadores en biotecnología o en el gran salto que supuso la inteligencia artificial, como muy pronto descubriríamos también.

Sin autonomía real en lo militar, envejecida demográficamente y con unas finanzas públicas y privadas altamente endeudadas, la UE parecía condenada a seguir por la senda de una decadencia acelerada a pesar de sus múltiples recursos. La solución apareció entonces bajo una fórmula que reunía el moralismo de las élites europeas y las angustias apocalípticas del inicio de siglo –o de milenio–. La respuesta se llamaba «medio ambiente» o, si prefiere, «políticas verdes».

«Si la UE no era capaz de competir en el campo de las nuevas tecnologías, lo haría en lo que ahora denominamos ‘economía verde’»

Estas políticas tenían dos vertientes: la primera apuntaba hacia una rápida modificación de la industria y del consumo europeos; la segunda, quizás más importante aún que la primera, pasaba por invertir masivamente en I+D medioambiental. Es decir, si la UE no era capaz de competir en el campo de las nuevas tecnologías de la información o en el de la inteligencia artificial, lo haría en lo que ahora denominamos «economía verde». ¿Fue o no una decisión acertada? Tras años de parálisis, era al menos un paso adelante. Recordaba, de algún modo, el plan Eureka que impulsó Mitterrand en los 80 para hacer frente a la iniciativa tecnológica americana. Todavía está en vigor, creo. Aunque sin grandes resultados conocidos.

Como siempre sucede con el poder, la Unión buscaba imponer un relato. Y, con las políticas verdes, no ha podido hacerlo sin réplicas. Las últimas han estallado estas semanas por medio de una protesta agraria masiva que recorre la geografía de los principales países de Europa y que ha cogido por sorpresa a los dirigentes de la Comisión. La demoscopia no parece captar estos sutiles cambios de opinión que se producen bajo la superficie entrando en erupción de cuando en cuando.

¿Cuál será la traducción electoral del movimiento de los tractores? ¿Qué supondrá en términos políticos? Aún no lo sabemos, pero se avecinan tiempos de nuevos cambios. Y es posible que la Unión se replantee una vez más su última iniciativa para no perder el ritmo del momento. Es lo que tiene gobernar de arriba hacia abajo. Es lo que tiene también vivir en una época de decadencia relativa, en la que Europa ya no es la protagonista principal.

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