THE OBJECTIVE
Carlos Granés

Libertad, política y ficción

«Lo único que no hacemos con la libertad es ejercerla. Por alguna extraña razón, a los hispanos nos cuesta pensarnos como sujetos autónomos y libres»

Opinión
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Libertad, política y ficción

El ministro de Derechos Sociales, Pablo Bustinduy. | Europa Press

El mundo hispano tiene una relación conflictiva con la libertad. La idea lo seduce y tienta, pero la práctica se le dificulta. Lo decía el argentino Juan Bautista Alberdi: para nosotros la libertad siempre está allá, lejos, como si fuera una meta volante o un puerto de montaña. Por la libertad se lucha, se emprenden revoluciones, se mata y nos hacemos matar; a la libertad se le canta, se le recita, se le reza, se le añora en fantasías y ficciones. Lo único que no hacemos con la libertad es ejercerla. Por alguna extraña razón, a los hispanos nos cuesta pensarnos como sujetos autónomos y libres. 

Quizá eso explique que nos sigan obsesionando los determinismos sociales, los caprichos de la providencia, la fatalidad del destino, los encasillamientos identitarios, la inutilidad de todo esfuerzo y todo mérito. Y seguramente por eso necesitamos un «horizonte de emancipación colectivo» y una ficción o una utopía que ordene el mundo y nos anime a seguir pedaleando. No es extraño que buena parte de nuestro tiempo se nos vaya en planear luchas libertadoras, milenarismos religiosos, nacionalismos redentores, ficciones ideológicas o frentes anti-lo-que-sea-que-me-oprime. 

El hispano necesita a Dios o al futuro. Le aterroriza la incertidumbre y le cuesta concebir la existencia desprovista de esos «horizontes» que marcan el camino de la liberación o la redención. La posibilidad de una existencia que se construye poco a poco, en la incertidumbre, o que se va abriendo paso a través de un campo nublado, donde hay que tomar decisiones, elegir rumbo, arrepentirse, corregir, ensayar y aprender de los aciertos y errores, le resulta aborrecible.

Es la sensación que queda después de leer Política y ficción, el interesante libro que acaban de publicar el actual ministro de Derechos Sociales, Pablo Bustinduy, y quien estaba predestinado a dirigir una cartera igualmente importante, la de cultura, una vez Podemos culminara su asalto celestial, Jorge Lago. Y no porque ellos hagan un análisis crítico de esta inclinación hispana, sino porque su libro tiende a ejemplificarla y encarnarla. 

«¿Qué hacer entonces si todas las ficciones políticas han dejado de persuadir al ciudadano?»

La tesis central es que todos los discursos políticos, desde el liberalismo a la socialdemocracia, desde el comunismo al populismo, se articulan como ficciones, y que todas estas ficciones responden a un mismo problema: «eludir el conflicto social», «desplazarlo en el tiempo». Excepto el populismo, que exacerba y visibiliza los conflictos, las otras ficciones se caracterizarían por buscar la paz social prometiendo soluciones futuras. El liberalismo, mediante el mercado; la socialdemocracia, superando las contradicciones del capitalismo; el comunismo, prometiendo el final de la división de clases. 

El problema actual sería que ya no creemos en ninguna de ellas. Ni siquiera la que en su momento defendieron los autores, el populismo, debido a que las tensiones sociales que genera no se sostienen en el tiempo. La conflictividad une a los colectivos o identidades inconformes en un «nosotros», pero al final, si no se llega al poder rápido, se diluye el «nosotros» y queda el conflicto. Es la situación en la que estamos ahora: guerras identitarias, moralismo, batallas culturales, que los autores, con buen criterio, consideran nocivas.

¿Qué hacer entonces si todas las ficciones políticas han dejado de persuadir al ciudadano? Pues insistir en lo mismo: inventar otras nuevas o al menos luchar para «hacer posible la imaginación de esos mundos posteriores». Es la conclusión del libro y el punto, no el único –la utopía comunista no me parece equiparable a sistemas ideológicos más anclados a la realidad, como el liberalismo y la socialdemocracia-, que más me hace dudar. ¿De verdad necesitamos más ficciones, más utopías, más literatura al servicio de la política? ¿De verdad dependemos de una «gran idea» que esboce el futuro? ¿No será que más bien necesitamos lo contrario, olvidar a los chamanes ideológicos para que cada cual, en uso de su libertad y autonomía, vislumbre su futuro?

Para los autores, las ficciones nos deben liberar del presente. Y si se estuvieran refiriendo específicamente a las ficciones literarias, les daría la razón. Pero no. Ellos no las separan. La ficción política y literaria es lo que nos catapulta a futuros mejores, ahorrándonos el trayecto por ese campo nublado donde cada cual toma sus propias decisiones. Y con esto corroboran la intuición de Alberdi: nos encanta soñar e imaginar futuros en los que seremos libres, pero mientras tanto seguimos sin ejercer la libertad. 

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