THE OBJECTIVE
Daniel Capó

¡Viva la libertad, carajo!

«Milei es un producto más de la trituradora del peronismo, el resultado de décadas de desarme moral bajo la atenta mirada de unas élites corrompidas por el poder»

Opinión
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¡Viva la libertad, carajo!

Ilustración de Alejandra Svriz.

Lejos del aire melancólico de la revuelta, el grito de «¡Viva la libertad, carajo!» se ha convertido entre los argentinos en algo más que una proclama política. Su visceralidad apela a los instintos más inmediatos de una sociedad que lleva demasiado tiempo sometida al trágico rictus del populismo. Se dirá, y seguramente con razón, que Milei es un producto más de la trituradora del peronismo, el resultado de décadas de desarme moral bajo la atenta mirada de unas élites corrompidas por el poder. Hay un mito —más o menos real, más o menos recreado, como sucede con todos los mitos— que nos habla de las virtudes del pasado liberal de un país que se ufanaba de haber sido una de las grandes potencias económicas del mundo. Utilizo la palabra mito a sabiendas de que aquel liberalismo soñado no fue tal y de que la riqueza pretérita tuvo mucho de coyuntural y que fue favorecida por la fecundidad de los campos. Importa poco ahora: hay dioses útiles y dioses inútiles —como bien supo ver Álvarez Junco—, del mismo modo que la mentira puede a veces ser fructífera y la verdad estéril.

Modelo paradigmático de políticas demagógicas, el peronismo se ha caracterizado por un uso descarado de las decisiones oportunistas, tanto con la derecha como con la izquierda, según conviniera al clima electoral del país. El resultado ha sido un empobrecimiento masivo a lo largo de las décadas, una erosión constante de los fundamentos de la patria que van mucho más allá de los meros resortes económicos. Hay una maldad asociada al populismo que es el proyecto del descrédito, de la falta de respeto hacia los ciudadanos. Al socavar la libertad de las personas, también se destruye su autonomía y, peor aún, su integridad. Ser casto, para los clásicos, significaba ser íntegro y, por tanto, decente. La descomposición, durante décadas, del cuerpo político argentino nos habla de ello.

«La victoria de Milei supone un grito de hartazgo, especialmente de los jóvenes»

Y entonces llegó Milei, cuyo liderazgo resulta incomprensible sin ese contexto previo. Figura de gestos locoides, al menos en su discurso público ostenta aquella desvergüenza sin anclaje propia de algunos cuentos infantiles: la del niño que se atreve a proclamar ante la multitud que el emperador va desnudo. Se le ha acusado de pertenecer a la extrema derecha, aunque cuesta reconocer en su discurso fanáticamente neoliberal alguna de las proclamas integristas que definen a los partidos de derecha radical europea. Su lenguaje bebe de otras fuentes; sobre todo del capitalismo puro y duro. Siembra una nueva esperanza, en contraposición al régimen anterior. Su victoria supone un grito de hartazgo, especialmente de los jóvenes y de las madres condenadas a ver cómo sus hijos abandonan el país en busca un futuro mejor. Representa también un mensaje contrario a la elite, con la paradoja de que su única promesa es el triunfo de la responsabilidad individual frente a los experimentos baldíos de la burocracia.

Cuesta creer que su abecedario político y económico se sostenga con éxito pasados los años, pero esto sólo el tiempo lo dirá. Observado desde la distancia, Milei llega como un cometa dispuesto a impactar sobre la zona cero del peronismo. Cabe pensar que la tensión irá en aumento en su país. Al fin y al cabo, ningún imperio cae sin dejar tras de sí una secuela de ruina. Si su victoria implica la despedida definitiva de la lógica peronista, habrá valido la pena. Sin embargo, soy escéptico. Va a necesitar mucha suerte, mucho valor y mucha inteligencia para navegar por ese río revuelto. Como sucede en tantos otros países, en Argentina queda todo por hacer.

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