THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Chorizos y percebes: la nueva corrupción de siempre

«La consecuencia obvia de la corrupción ‘blanda’ del sanchismo es esta corrupción ‘dura’ de hoy. Ocurre cuando uno promueve la endogamia y el nepotismo»

Opinión
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Chorizos y percebes: la nueva corrupción de siempre

Ilustración de Alejandra Svriz.

La corrupción que hay detrás del caso Koldo/Ábalos es muy enrevesada. Hay muchas ramificaciones. No solo está la historia del asesor/comisionista/matón Koldo, que parece una mezcla de Mortadelo y Filemón y Crematorio de Rafael Chirbes. No es solo la trama de mascarillas defectuosas de la empresa Soluciones de Gestión (un nombre que solo puede darle uno a una empresa pantalla o a una tapadera de los servicios secretos iraníes), cuyo epicentro, aunque no aparece su nombre en el sumario, es José Luis Ábalos: fue él quien presionó como ministro para que los contratos públicos fueran a esa empresa, desconocida en el sector. Hay otras muchas ramificaciones: desde el caso Delcy hasta el rescate público de Air Europa. Aparecen implicados personajes como el empresario y conseguidor Víctor de Aldama, que está detrás de innumerables chanchullos y pelotazos. 

Pero en el fondo es una historia sencilla. Es la corrupción de siempre. Llevamos más de cuarenta años de democracia y no hemos podido ni actualizar nuestra corrupción. Es el trinque de toda la vida: las comisiones, las mordidas, los reservados en las marisquerías (habría que estudiar la fijación de los chorizos por los percebes), la prostitución, la masculinidad tóxica (hay algo especialmente machote en este tipo de corrupción zafia), los favores al sobrino o al primo o a la suegra. Los implicados tienen incluso el fenotipo del corrupto típico: Koldo, Ábalos, Aldama tienen todos pinta de pedir la cuenta en un bar diciendo «tráeme la dolorosa» o responder a la pregunta «¿en efectivo o con tarjeta?» con «lo que me salga más barato» (bueno, en realidad mejor en efectivo siempre).

«La corrupción sanchista siempre ha sido más técnica, como la modificación de las leyes para beneficiar a los suyos»

En un mundo tan incierto produce cierta paz mental esta previsibilidad. Nos roban, pero nos roban como siempre. Pensaba que la corrupción del sanchismo sería diferente, más sofisticada, actualizada a sus tiempos. La corrupción sanchista siempre ha sido más técnica, o basada, irónicamente, en el lawfare: la modificación de las leyes para beneficiar a los suyos, como hizo el presidente al modificar el delito de malversación y así beneficiar a sus aliados independentistas. Era una corrupción, también, más transparente, paradójicamente: era la privatización de las instituciones, el cuestionamiento de los organismos neutrales, la colocación de afines en puestos de responsabilidad, siempre al aire libre. («¿De quién depende la Fiscalía? Pues eso»).

Esta corrupción blanda se vio desafiada por el caso Mediador, del famoso diputado del PSOE Tito Berni, que era corrupción comisionista de siempre, con sus prostitutas de siempre y sus extorsiones de siempre. Y sobre todo se ha fastidiado con el caso Ábalos. Son dos casos (el segundo infinitamente más importante que el primero) que encajan con la idea de la corrupción contra la que aparentemente se enfrentó Sánchez al ganar la moción de censura en 2018: la de los corruptos engominados repartiéndose el dinero en marisquerías. Hoy me doy cuenta de que la consecuencia obvia de la corrupción blanda del sanchismo es esta corrupción dura de hoy. Lo que ocurre cuando uno promueve la endogamia y el nepotismo es precisamente esto.

Durante años me molestaron mucho los periodistas obsesionados con los mentideros, los reservados, las reuniones secretas, el palco del Bernabéu, los contactos. Pensaba que era una visión injusta y estereotipada de la política. Me parecía que, en su fascinación con ese mundo del poder, aquellos periodistas contribuían a él (en cierto modo muchos son partícipes claros). Pero, en el fondo, es así como funciona el poder en España. Al final, siempre volvemos a los clásicos. 

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