THE OBJECTIVE
Antonio Caño

La reconciliación que necesitamos

«La ley de amnistía nos aleja del pacto y las reformas imprescindibles para evitar el declive de la democracia española»

Opinión
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La reconciliación que necesitamos

Sánchez y Puigdemont. | Alejandra Svriz

De todos los argumentos escuchados estos días para justificar la ley de amnistía aprobada por el Congreso de los Diputados, el más obsceno de todos es la comparación con la que en 1977 facilitó el tránsito de una dictadura a una democracia y permitió el abrazo entre los españoles, hasta entonces divididos en dos bandos.

Aparte de las diferencias groseras en el procedimiento y el respaldo, en la oportunidad y en el objetivo -diferencias que sólo se ignoran desde la hipocresía y el sectarismo-, la tropelía mayor consiste en reivindicar que esta amnistía, al igual que aquella, promueve la reconciliación.

Es tan burdo, que cuesta entrar a polemizar sobre ello. Bastaría con recordar que los promotores de la amnistía no advertían la necesidad de la reconciliación antes de que los votos de los amnistiados fueran necesarios para que Pedro Sánchez siguiera en el poder. O sería suficiente con reparar en que, a los pocos minutos de aprobada la ley, los beneficiados anunciaran que se disponen a volver a cometer los delitos de los que acababan de ser perdonados.

Reconciliación, como vemos, no se aprecia por ningún lado. Entre otras razones porque, así como una inmensa mayoría de españoles quería en 1977 dejar atrás el pasado y construir un futuro democrático juntos, los separatistas catalanes, tal como ellos mismos manifiestan cada día, no tienen ninguna intención de reconciliarse con el resto de los españoles en el marco de las leyes vigentes. Quieren, como confiesan, romper el actual régimen constitucional para cumplir su proyecto nacionalista.

Todo esto lo saben también los socialistas que votaron a favor de la ley de amnistía. Lo de la ley de 1977 y la reconciliación es una excusa mala que, para mayor gravedad, devalúa el mérito gigantesco de la Transición y confiere al procés un valor político, y hasta épico, del que carece por completo.

Esta burla viene, en todo caso, a recordarnos que, si bien España no necesita en absoluto una amnistía, sí que está reclamando una nueva reconciliación. No, desde luego, una reconciliación con aquellos que ni la aceptan ni la desean, sino una reconciliación entre una mayoría de la población que sigue confiando en nuestra democracia, pero que tras años de división y enfrentamiento, ha dejado de compartir un proyecto de futuro.

La celebración reciente del aniversario de los atentados del 11-M ha puesto en evidencia hasta qué punto esa división es profunda y prolongada. En los últimos años se ha agravado con nuevos y más graves reproches mutuos, acelerados, además, por la transformación del PSOE en un partido populista y caudillista sin rumbo político ni principios morales.

Los problemas se amontonan sin que seamos capaces de darle respuesta como sociedad. Si desvistes a los datos oficiales de su propaganda, se puede comprobar que España es el país más envejecido de Europa, el de peor capacidad productiva, uno de los más endeudados y de los que menos horizonte ofrece a su juventud. Todas nuestras instituciones están oxidadas y en riesgo manifiesto de colapso ante cualquier percance imprevisto.

«Necesitamos reformas profundas de orden político y económico para tratar de ofrecer un futuro a las nuevas generaciones»

Necesitamos reformas profundas de orden político y económico para tratar de ofrecer un futuro a las nuevas generaciones. Reformas que sólo puede acometer una sociedad comprometida con un destino unitario y dirigida por líderes que, dentro de la disputa tradicional del juego político, sean capaces de acotar y respetar el espacio del interés colectivo.

La reconciliación que España necesita sólo puede partir de un pacto entre las fuerzas constitucionalistas para poner al día nuestro sistema político, adaptar nuestra economía y nuestras instituciones a los cambios que se experimentan en nuestra sociedad y en el mundo, incluso actualizando, si es preciso y posible, nuestro texto constitucional.

Me temo que esta ley de amnistía y la falsa reconciliación que promete, lejos de acercarnos, nos aleja de esa verdadera reconciliación que necesitamos y que da la impresión de que tendrá que esperar a una nueva catástrofe.

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