Cuatro retos (fáciles) para la Iglesia española hoy
«Urge una declaración episcopal, y algunas normas en especial para el clero y los consagrados, que ponga algo de sensatez en medio del gatuperio actual»
Dibujábamos en nuestro anterior artículo para THE OBJECTIVE un perfil del nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Luis Argüello. Pero ya entonces notábamos que no hay figura sin fondo, contorno sin entorno. De modo que postergamos, hasta esta nueva entrega, el esbozo que nos faltaba: el de los principales retos que, a nuestro modesto juicio, afrontan los obispos españoles (así como su presidente) durante el cuatrienio entrante.
Comencemos con una puntualización: no se trata aquí de describir todos y cada uno de los desafíos que se le presentan a la Iglesia católica, o incluso al cristianismo entero, en un país como España, que incluso Michel Houellebecq destaca entre los que han sufrido un cambio más rotundo de reciente en estos envites. De ser ese el caso, ¡sin duda no habríamos incluido el adjetivo fáciles en nuestro título! Adelantémoslo: al terminar de leer este texto, al lector quizá le quede la sensación de que hay asuntos claves para la Cristiandad que han quedado sin tocar. Poco me sorprende: esa es también mi impresión tras redactarlo.
No hablaremos aquí, por ejemplo, de datos tan contundentes como que ya solo uno de cada cinco matrimonios en España se celebren según el rito católico. O que menos de la mitad de los nacidos entre nosotros sean luego bautizados. Son estos números, justo por su especial peso, con que sería injusto cargar las espaldas de los 77 obispos españoles hoy en activo. Son lances que, en realidad, conciernen a toda la Iglesia. O a toda nuestra civilización.
Nos abstendremos de pormenorizar aquí, pues, todos los envites que se les suscitan hoy a los cristianos, o todos los problemas religiosos de nuestra nación. Nos conformamos con algo bastante más humilde: explorar aquellos evites y problemas que, cuando uno es obispo (o su presidente) sí le quedan mucho más a la mano, y por tanto sí puede (o incluso debe) remediar. El mejor modo de que un siervo no haga su trabajo es cargarle con mil y una tareas imposibles; como siervos del pueblo de Dios que han aceptado ser, seamos razonables con nuestros prelados y sugirámosles tan solo aquellas labores que sí les quedan a mano. E, incluso, entre todas estas, espiguemos tan solo las principales (¿las más sangrantes?).
Que son, probablemente, los cuatro siguientes:
1. ‘Despepifiquemos‘ los medios de comunicación de la Iglesia
Lo sé: el verbo despepificar no existe. Pero la lengua ha de adaptarse a la realidad. Y esta es una realidad rotunda que urge solventar. Cuando surgió el sida hubo de creársele un nombre; cuando proliferaron las noticias de olas enormes causadas por maremotos, acogimos el término japonés tsunami para designarlas. No vamos a discutir aquí si nos enfrentamos a una enfermedad tan grave o a un fenómeno tan destructivo como lo son el sida o los tsunamis: quedémonos solo con que habremos de nombrarlo también.
Los medios de comunicación de la Iglesia están pepificados y alguien los deberá despepificar. El despepificador que los despepifique buen obispo será. Pues sí estamos aquí (a diferencia de con la cifra de matrimonios o de bautizos) con una responsabilidad que atañe de forma primordial a la CEE, propietaria última de medios como Cope o Trece TV. Los méritos de esos medios serán así, al final, méritos de nuestros obispos; sus manchas, máculas sobre todo en sus mitras y báculos episcopales.
¿A qué nos referimos con que medios como Cope o Trece TV estén pepificados? Desde luego, no al hecho que la doctrina de la Iglesia coincida en sus emisiones con la doctrina del Partido Popular. Cuando, por ejemplo, el PP se oponía a la actual ley en pro del aborto (oposición que, por cierto, ya ha desaparecido de su ideario), resultaba lógico que la Iglesia, con su apuesta radical por la vida, pudiera coincidir con tal tesis. Resultaba lógico que sus medios proclamaran tanto esa posición del PP como la católica: eran la misma.
De igual modo habremos de juzgar los demás casos en que el PP, o cualquier otro partido, coincida en sus posiciones morales con la perspectiva católica. Sería absurdo hablar de voxificación o podemización de la Cope o de Trece TV solo porque en esos medios se promocionase alguna postura que resulta que Vox o Podemos también pudieran sostener. Lo importante es que la Iglesia lance en esos medios su mensaje propio; que otros vengan a coincidir con ella no es más que una (grata) conveniencia.
Si hablamos, pues, de que a Cope o Trece TV hay que despepificarlos es por algo mucho más grave. Su tara no es que coincidan de vez en cuando, o ni siquiera con frecuencia, con el PP. Su tara es que se hallen al servicio (y pongan por tanto a la Iglesia al servicio) del PP. Dicho de otro modo: no es que esos medios sean la voz de la Iglesia y esta algunas veces coincida con la pepera, sino que parecen haberse convertido en la voz del PP y, luego, esta resulta que, vaya, mira tú, resulta que coincide varias veces con la episcopal.
¿Estoy arrojando una acusación demasiado fuerte? Analicémosla de modo empírico, como si de una teoría científica se tratase. No nos servirán aquí, claro, los casos en que PP e Iglesia coinciden: ahí no sabremos a cuál de esos dos señores prestan los medios episcopales su servicio en realidad.
Ahora bien, en epistemología hablamos, ya desde tiempos de Robert Hooke e Isaac Newton, del experimentum crucis: un experimento que permite decidir, de modo claro, entre una teoría u otra, cuando ambas compiten por asentarse. Aristóteles dice que, al dejar caer dos objetos, llegará antes a tierra el más pesado; la teoría de Galileo afirma, por el contrario, que ambos llegarán al mismo tiempo. Lancemos, pues, unas cuantas esferas de igual tamaño, pero distintos pesos, desde la torre de Pisa y comprobaremos quién tiene razón. (A quienes hayan sufrido la educación española reciente me temo que les haré un pequeño spoiler, antes llamado destripe: fue Galileo a quien esta prueba acabó otorgando la razón).
Tranquilícese el lector: nuestra idea aquí no consiste en arrojar desde las torres de la Almudena a algún locutor de Cope ni a ningún dirigente del PP por comprobar cuál llegaría antes al suelo. (De hecho, desde Galileo ya sabemos que ambos llegarían más o menos a la vez). Nuestro experimentum crucis, nuestro experimento crucial reside aquí en algo mucho más sencillo. Observemos una ocasión en que la posición del PP y la de la Iglesia católica difieran netamente. En un caso semejante, ¿de qué lado se posicionarán los medios que se dicen episcopales, pero que a fuer de pepificados quizá haya que etiquetar más bien de peperiles? Hace poco más de un año tuvimos una excelente ocasión de realizar parejo experimento. Y fue de hecho Luis Argüello uno de los protagonistas del mismo.
Volvamos al viernes 13 de enero de 2023. Vox lanza esa mañana, por boca de su vicepresidente en Castilla y León, García-Gallardo, una propuesta sencilla: ofrecer a todas las mujeres de esa región que soliciten un aborto la posibilidad de escuchar el latido fetal o ver una ecografía. Insisto: hablamos de una simple oferta, una simple posibilidad que la madre bien puede rechazar en el acto y, por tanto, proseguir con sus pretensiones de abortar. O también puede aceptar la oferta y luego seguir adelante también con tales pretensiones, claro. Toda la libertad sigue estando del lado de esa mujer; de hecho, al ofrecérsele más información sobre lo que ocurre en su seno, esa libertad (como siempre que aumenta el conocimiento) queda incluso aumentada. Sí, es cierto que los datos indican que, entre las mujeres que optan por escuchar o ver a su feto, desciende luego el número de las que siguen queriendo eliminarlo. Pero cualquier liberal respetuoso de esas elecciones de las mujeres debería acoger con gusto esta ampliación de sus opciones.
No ocurre así con el Partido Popular, sin embargo: en cuanto su portavoz nacional, Borja Sémper, sabe de esta noticia (a través de un tuit de la Ser, por cierto) expresa (también por Twitter, ahora conocido como X) su oposición radical a tal medida. Será la tónica del PP durante los días siguientes. Y, dado que en Castilla y León este es el partido mayoritario del gobierno con Vox, la propuesta al final fracasará. Pues no solo el PP, sino todos los medios de comunicación, periodistas y activistas a él afines unirán sus voces contra esta sencilla medida. Y dentro de tal grupo de medios de comunicación y periodistas se contarán los de Cope y Trece TV, los dos medios de titularidad episcopal.
Este es el experimentum crucis del que hablábamos: cuando la postura del PP y la de la Iglesia difieren (el primero, contrario a esta leve medida antiabortistas; la segunda, partidaria de ella, como corroborarán pocos días más tarde todos los obispos de Castilla y León), resulta que los medios de la Iglesia… se ponen del lado del primero y abandonan el antiabortismo de la segunda. La situación fue tan kafkiana que el martes 17 de enero, al entrar Luis Argüello, como arzobispo de Valladolid, en una tertulia de Cope, tiene que trasmitir a todos los contertulios allí presentes un dato demencial: ni uno solo de ellos está defendiendo la postura de los católicos. Dicho de otro modo: ni uno solo está transmitiendo la postura de los obispos, que son los dueños de ese medio de comunicación. El experimento, así, llega a su conclusión: cuando hay que elegir entre el PP y la Iglesia, eligen… PP.
No ocurrió solo, claro está, en esa tertulia (aunque solo en ella pudimos escuchar a un obispo reprochando a Cope el estar a otra cosa distinta a lo de defender el catolicismo, que es como si se reprocha a un concesionario de Renault el estar vendiendo en realidad kiwis Zespri). En un artículo de esos días narré más casos similares. El resultado de aquel escrito no fue, por desgracia, que modificasen su peperización, sino que dejasen de llamarme para ir a sus programas. Al parecer, es un pecado más grave criticar a los medios episcopales que defender en ellos todas las facilidades posibles para abortar.
Me cuesta explicar a mis amigos extranjeros estas cosas que tenemos ya tan interiorizadas en España. ¿Cómo es posible que los obispos dediquen esfuerzos y dineros de la Iglesia en una radio o una tele que están al servicio de otro señor? Para ayudarles a entender esa paradoja, solo se me ocurre aquella no menos rocambolesca historia del obispo de Winchester, que durante el Medievo supervisaba (y recaudaba de) los prostíbulos al sur del Támesis. Ni la prostitución ni el aborto son acciones que pertenezcan al mensaje evangélico de los obispos; sería deseable que tampoco, ni en Winchester ni en España, fueran acciones que se promocionaran en sus predios.
2. ‘Deslennonicemos‘ las clases de Religión
¡Otra palabra nueva con la que nos encontramos aquí! Pero es que lo insólito de cuanto ocurre en la Iglesia española actual nos exige también un vocabulario insólito. No se confunda este deslennonizar, por cierto, con quitar a Lenin de las clases de Religión españolas; es a Lennon (John) a quien más bien nos referimos. ¿Por qué?
He de confesar que la primera vez que me topé con Lennon donde no debía estar fue durante una entrevista que me hicieron en Cope, donde la presentadora se empeñó en loarme su canción Imagine (que denuesta la idea de cielo, de infierno e incluso de morir por los demás). Lo narré ya en este otro artículo de THE OBJECTIVE. Pero ya hemos tratado de largo la cuestión del peculiar catolicismo de los medios de comunicación eclesiales, de modo que conviene atender a ese otro bastión que depende directamente de la Conferencia Episcopal y en que hay también mucho por pulir: los currículos de las asignaturas de Religión en nuestro país.
¿Qué es lo que aprenden en esas clases nuestros niños y jóvenes? Durante lustros, como profesor de primer curso en la Universidad, pude comprobarlo de primera mano; luego, diversos padres de diversos infantes me han corroborado, preocupados, esa idea. Básicamente, nuestros alumnos interiorizan que ser cristiano va de ser buena persona; o, como decía una reciente publicidad de la propia Conferencia Episcopal, ser buen ciudadano, buen amiguito y “saber trabajar en grupo”. Si acompañamos todo eso de unos cuantos murales en pro de la Paz Mundial, unas cuantas estrofas del ya citado Imagine de Lennon y mucha preocupación por el medio ambiente, obtendremos resultados como el de la hija de un amigo, que las pasadas Navidades (siete años tiene la criaturita) informó a su padre de que el 25 de diciembre iba de “cuidar el planeta”. O así se lo había contado su profesora de Reli al menos. Viva la gente, la hay donde quiera que vas, viva la gente, es lo que nos gusta más.
¿Qué ocurre con los conocimientos que uno sí esperaría que figurasen en una asignatura que depende de los obispos católicos? ¿Qué saben sus alumnos con 10, 14, 18 años acerca de la Biblia, de la historia de la Iglesia, de los sacramentos? Jamás se ha hecho una encuesta que nos dé este dato. O, mejor dicho, se ha hecho una encuesta para conocer las emociones de los alumnos de Religión (si les gustaba la asignatura, si creían que les era útil, si les cayó bien el profesor, etc.), pero ni una sola pregunta de tal estudio evaluaba lo que esos estudiantes salen sabiendo de ella. Imagine, amigo lector, cuánto podría fiarse del saber aritmético de un alumno si a este se le evaluara solo preguntándole cuánto le gustaban las clases de Matemáticas; imagine las buenas notas que obtendría un circo de payasos en las calificaciones de PISA si estas, en vez de medir saberes reales, evaluara solo el placer que se obtiene al asistir a él.
Terminaré, pues, con la humildad debida: no se me crea a mí. No se crea a tantos y tantos padres molestos por la ignorancia religiosa de su progenie. No se crea a los profesores de Universidad que ya no pueden referirse a ningún conocimiento religioso al explicar Arte, Literatura o Filosofía, aun cuando los discentes que tienen delante lo hayan sido también, a veces durante nada menos que 12 años, de las clases de Religión. No se crea nada de todo eso: acúdase a los datos. Recopílense estos.
Hágase una encuesta, desde la propia Conferencia Episcopal, en que se mida en diferentes colegios y edades cuánto saben acerca de San Pablo, del concilio Vaticano II o sobre las virtudes cardinales los alumnos que reciben formación católica. Hágase esa estudio y luego, cuando se constate la ignorancia con que salen esos jóvenes de la asignatura cuyo currículo tienen encomendado los obispos, preguntémonos hasta qué punto cumplen estos una de las funciones esenciales de la Iglesia, que es Mater et Magistra, madre y maestra. O hasta qué punto su dejadez en lo de maestros conduce a un catolicismo chato, ignorantón, a nuestro derredor.
3. Recuperemos un lenguaje que transparente la verdad
Mi filósofo favorito es Wittgenstein, que durante gran parte de su vida se obsesionó con que el lenguaje fuera lo más cristalino posible. Acaso se parecía en ello, al menos, al propio Jesús de Nazaret, que recomendó a sus seguidores que “vuestro sí sea un sí, y vuestro no, un no; cualquier cosa que añadáis procede del mal” (Mt 5, 37).
«Tengo un problema en mucho ambientes cristianos: no me entero de lo que se está hablando»
Como wittgensteiniano, pues, tengo un problema en mucho ambientes cristianos: no me entero de lo que se está hablando. Comprenderá el lector que no es por falta de saberes: no me refiero a avanzadas lecciones de Teología Fundamental o Exégesis del Antiguo Testamento, en las que se me escape la terminología griega o hebrea empleada. Bien al contrario, me refiero a simples artículos de periódico, o incluso charlas informales. Ha cundido en muchos círculos eclesiales tal miedo a molestar a cualquiera, a parecer rudo (al fin y al cabo, ya lo hemos dicho, el cristianismo se está reduciendo para muchos a la canción “Viva la gente, la hay donde quiera que vas”), que al final muchas veces no se dice nada, o se dice en medio de tantas precauciones, provisos y diplomacias, que nadie parece hablar.
Pondré un ejemplo: hace unos meses, asistí a la presentación de un libro (católico) en que los ponentes (católicos) se refirieron a menudo a “la herida de su generación”, sin aclarar muy bien a qué llaga concreta se referían. Comparto edad, más o menos, con los citados ponentes, así que en principio esa referencia no debería haberme resultado del todo abstrusa. Pero estuve todo el acto sin enterarme de qué hablaban. Al final, me acerqué a ellos y les inquirí, curioso, por tan misteriosa “herida”: se referían, me aclararon, “a la reforma litúrgica”. Me quedé con la cara, supongo, de ese niño al que le dan la solución a un acertijo que era imposible adivinar.
Usar medias palabras, hacer alusiones crípticas, decir las cosas sin decirlas, pueden ser recursos útiles cuando uno trabaja en la diplomacia vaticana o de otra especie. Pero no parece la mejor estrategia ante un mundo en que los cristianos deberían presentarse con dos virtudes, la bizarra valentía y la más trasparente sinceridad, que nuestro mundo reclama y que ya bastante maltratadas se hallan en él.
¿Por qué incluyo esto entre los retos de la Conferencia Episcopal en concreto? Porque sería deseable que fuera la primera en dar ejemplo a este respecto. El propio Argüello ya exhibió estos dos rasgos (valentía y trasparencia) durante su anterior etapa como portavoz de la institución, aunque alguna vez le supusieran algún embrollo. Así que sería aconsejable reforzar esa línea y que cualquiera se entere, a partir de ahora, de lo que un obispo o todos ellos en conjunto nos quieren, exactamente, decir.
«Hoy día, las redes sociales son un espacio hostil no ya hacia los católicos, sino de los católicos entre sí»
4. Desestresar la presencia católica en redes sociales
Termino este modesto catálogo de sugerencias con la más complicada de todas. Parte de una constatación: hoy día, las redes sociales son un espacio hostil no ya hacia los católicos, sino de los católicos entre sí. No es extraño verlos insultándose entre ellos (pese a lo claro que es Jesús en Mt 5, 22). O haciendo “correcciones fraternas” que se parecen mucho al vituperio (acaso porque en el fondo lo son). He visto a curas mofándose de monjas y a católicos con calificativos terribles hacia el papa, cuando no con deseos macabros hacia él.
En suma, cabe decretar ya que las redes sociales, que podrían haberse constituido en un espacio de diálogo y aprendizaje sobre la fe, se han vuelto un espacio en que es imposible intercambiar cuatro palabras con el discrepante. Por supuesto, los obispos no son aquí responsables de tanto desatino; tampoco lo son, bien es cierto, de que mejore la cosa.