THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

Ni la 'poli' ni el sistema te aman, acéptalo

«Si la ley cada vez importa menos, no podemos seguir reverenciando a sus representantes. En Ferraz se ha empezado a transmitir este mensaje al PSOE»

Opinión
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Ni la ‘poli’ ni el sistema te aman, acéptalo

La Policía carga para dispersar la manifestación de la calle Ferraz. | Europa Press

Año 2007: mucha gente descubre, pasmada, que los bancos no son solo ese amable cajero de la sucursal de abajo, que te telefoneaba antes de quedar en descubierto («Será que no me han ingresado bien la nómina este mes, muchas gracias, Antonio, ahora lo compruebo»). Ni tampoco ese subdirector que te asesoraba sobre tus inversiones como un padre. Estalla la crisis bancaria mundial.

En España, golpea con especial saña a las muy politizadas cajas de ahorros. Esas «opciones preferentes» que te habían vendido eran las preferidas, sí, pero para Caja Madrid, no para ti. Las entidades bancarias no te quieren. Ni siquiera te respetan. Estás un poco más solito en el mundo.

Año 2021: los españoles descubren que se han tirado buena parte del año anterior encerrados, más mil y una restricciones absurdas, y que todo ello fue ilegal. El Tribunal Constitucional da la razón al recurso planteado por los diputados de Vox: los estados de alarma fueron inconstitucionales.

Eso sí, nadie pagará por ello, nadie sufrirá la más mínima sanción por haberte mantenido meses arrestado en casa. Así que los españoles constatamos que el Gobierno puede, ilegal, recluirnos en casa; pero aun así él quedará libre de todo castigo. El alto Tribunal no te protege. Ni te respeta. Porque lo hace con tanto retraso, que sus decisiones nos darán igual. Te reafirmas: estás muy solo en este mundo complicado de hoy.

Otoño de 2023: se multiplican las concentraciones ante las sedes del PSOE de toda España. Miles de personas quieren que este partido los escuche. Son personas que aún recuerdan bien el intento de golpe en 2017. Y no aceptan los planes sociatas: que el Estado se humille ante los golpistas, que les pida perdón por habérselo impedido, y todo ello sin más contrapartida que el mantenimiento en el poder de Pedro Sánchez (anteayer mismo el Parlamento catalán aprobaba una nueva ley de referéndum). El PSOE está dando cosas que pertenecen a todos los españoles (dineros, competencias, dignidad) a cambio de cosas que solo le benefician a él como partido. Demasiada paciencia hemos tenido con ellos hasta ahora. Es razonable que la indignación estalle.

«Como en cualquier otra drogadicción, también los toxicómanos de poder exigen dosis cada vez más fuertes»

Ahora bien, en la sede madrileña de Ferraz estalla asimismo otra cosa: la policía gasea con veneno lacrimógeno a la gente allí concentrada. Luego se lanza, porra en ristre, a apalearlos. A quien sea. Por estar allí. Unos feligreses salían de misa y también recibieron ostias, esta vez sin hache. Manifestaciones ante el PSOE, ¡hasta ahí podíamos llegar!

Las escenas son conmovedoras: personas mayores en el suelo, ancianos atendidos por los sanitarios, adultos que al día siguiente aún respiran con dificultad, chicas jóvenes heridas. Ante las risas, por cierto, de algunos maderos. Que al parecer disfrutan su trabajo, y eso está bien, pero del modo equivocado, como disfrutaría de él un matón a sueldo o un sicario.

La infamia produce el razonable estupor: que el Gobierno dé orden de apalizar a la oposición pacífica es un paso más que nos hace reiterar esa frase que llevamos cinco años repitiéndonos, «¡No pensé que fueran a atreverse a tanto!». Incluso entre los habituales corifeos del PSOE se nota ese lapso temporal, un poco como el ratín que tardamos en resolver un CAPTCHA y así revelamos que somos humanos. Ellos también lo son (seguramente) y tardan en, primero, asimilar la nueva fechoría de los suyos. Segundo, en inventar una justificación que la defienda. Y, al final, en atreverse a propagarla. No es que no hayan entrenado suficientes acrobacias argumentales durante el último lustro: es que el grado de indignidad va ascendiendo, geométrico, y requiere más y más dotes. Como en cualquier otra drogadicción, también los toxicómanos de poder exigen dosis cada vez más fuertes.

Por mi parte, si me permite el lector una nota personal, solo hay algo que me otorgue, entre tanto marasmo, cierto consuelo (muy magro): acabo de tornar de Londres, donde se ha celebrado la primera reunión de ARC (Alliance for Responsible Citizenship). Es este el nombre de la así inaugurada organización internacional a través de la cual Jordan Peterson quiere que nos aliemos los principales críticos a la deriva wokista que aturde a Occidente. Más de mil personas de decenas de países hemos convivido, discutido, aprendido durante tres días. Y bien, mi magro (muy magro) consuelo es no haber tenido que vivir estas tercermundistas cargas policiales estando un servidor aún en Londres. Estas cosas le ruborizan a uno cuando los colegas, con razonable interés, insisten en preguntarte qué diablos es lo que ocurre en tu país. Ellos lo hacen con su mejor intención; tú te sientes más y más avergonzado.

Ahora bien, en medio de tanta consternación, hay algo que produce admiración siempre nueva y creciente: nuestros viejos amigos, los moderaditos. Moderaditos como ese jefe de Opinión de Abc que, el día en que apalean a tus conciudadanos solo por manifestarse, prefiere ponerse a reprochar que alguno encendiera una bengala a 200 metros, y no dice ni mu (aunque sí «beeee») ante las palizas. O esa portavoz del PP, Cuca Gamarra, que apela a un árbitro imaginario y le dice «¿Ves?, ¿no lo ves?, nosotros condenamos las manifestaciones ante el PSOE, pero ellos no condenan las que nos han hecho a nosotros, ¿no somos muchísimo mejores que ellos, señor árbitro? ¡A ver si nos lo recompensa de una vez!». Y, claro, como el árbitro es imaginario, pues nunca te da lo que le pides, Cuca, ojalá fueras más cuca.

«Me asombran esas personas de derechas que siguen pensando que la policía es siempre de los suyos»

Con todo y con eso, mis favoritos a la hora de asombrarme (pues del asombro surge el saber, aseveró ya Aristóteles) son esas personas de derechas que siguen pensando que la policía es siempre de los suyos. Son gentes que siempre que surja un conflicto se ponen por defecto (y por exceso) del lado de los polis. Para mí, la verdad, se trata de un misterio, como si alguien apoyara siempre a los fruteros o a los profesores de Derecho mercantil solo por su oficio. Todas las profesiones son necesarias: ¿qué le ven a la policía para apoyarla incluso cuando es obvio que se sobrepasa? ¿Serán los uniformes? ¿Las porras? ¿Hay algo libidinal en todo ello? Me asombra y me da que pensar, ya lo he advertido.

A estas personas me gustaría recordarles algunas verdades simples. Por ejemplo, que todas y cada una de las dictaduras del mundo han disfrutado de la protección ferviente de sus respectivas policías. No hay nada especialmente bueno, ni democrático, ni protector de nuestros derechos en el mero ser agente «del orden». Como las pistolas que acarrean, un cuerpo policial puede servir para el bien o para el mal; como las pistolas que acarrean, cuando sirven al mal resultan en particular nocivos. Hay que tenerlos bajo atenta vigilancia a unos y a otras, pues. (Mucho más que los fruteros o los profesores de Derecho mercantil). Y denostarlos en cuanto se sobrepasen: nosotros solo tenemos la palabra, ellos las armas; usemos al menos la primera para avergonzar a quien abuse con las segundas.

En el caso de España, además, ese amor irrestricto hacia la policía por parte de señores y señoras de derechas resulta históricamente paradójico: ¿no fueron acaso miembros de dos cuerpos policiales (guardia civil y de asalto) los que asesinaron en 1936 al líder opositor don José Calvo Sotelo? ¿No fue ese mismo año otro policía, el malhadado teniente Castillo, quien aprovechó su cargo (y su ideología socialista) para liquidar (durante otro funeral) a Andrés Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera? Una cosa es estar todo el día obsesionados con la historia, como quiere la izquierda; otra es olvidar sus enseñanzas más básicas. Y que la poli no ha sido siempre buena es una de ellas, queridos señores y señoras de derechas: no, tampoco es siempre buena con ustedes.

Llegados a este punto, algunos argumentarán que, bueno, aunque haya de vez en cuando agentes malos, eso no es motivo para someter a la institución policial entera a nuestros severos juicios. Es aquí cuando me viene a las mientes aquel chiste macabro. Un oncólogo se reúne con su paciente y le anuncia, con tono serio, «Estimado, me temo que hemos detectado cáncer en su hígado, en un pulmón y en su colon». Y el paciente responde: «Caray, doctor, con todos los órganos que tengo, ¡ya son ganas de criticar, que se ha ido usted a centrar justo en esos tres!». A los policías les gusta hablar de sí mismos como un cuerpo: bien, aceptemos la metáfora. Si varios de tus órganos tienen tumores, de poco me sirve que me destaques que aún te quedan otros sanos: tu cuerpo como tal está enfermo, y hay que ponerse cuanto antes a extirpar.

«Aún hay buena parte de la oposición en España que sigue sin entender que las instituciones no están de su lado»

En realidad, lo que nos ocurre es que aún hay buena parte de la oposición en España que sigue sin entender el momento presente. Aún no ha entendido que las (cada vez más degradadas) instituciones no están de su lado; que el (cada vez más progre) establishment económico no está de su lado; que el sistema internacional tampoco está de su lado. Nadie va a venir a salvarnos. (Bueno, Jesucristo sí, pero al final de los tiempos; quizá haya que ir haciendo algo mientras tanto).

Y, por tanto, si de verdad piensas que lo que está haciendo el PSOE es socavar nuestra democracia, tengo una mala noticia que darte: sería bueno que acompañaras tan contundentes palabras con contundentes acciones; si no, querido, no resultarás creíble. Si de verdad estamos ante un cambio de nuestro sistema por otra cosa, me temo que eso no se arregla ni con una, ni con diez, ni con cien manifestaciones en la Plaza de Colón. Tampoco con muchos mensajes de WhatsApp a tus amigos, ni presentando una instancia de protesta ante tu Ayuntamiento, ni escuchando a Federico.

Vivimos amenazas nuevas y crecientes a las que habrás de enfrentarte con respuestas nuevas y crecientes. Comprende que las concentraciones ante las sedes del PSOE son un paso adelante (para un servidor, un paso no del todo insólito, pues permítaseme la inmodestia de recordar que ya lo sugerí en la tele, allá por julio); harás mal en considerarlo un exceso. Pues, en realidad, se trata del primer peldaño de una escalera en que aún nos quedan muchos tramos por ascender.

Con la amnistía, nuestra izquierda quiere que incumplir la ley no importe para ella ni para sus amigos; ahora bien, también quiere que tú te sigas sintiendo obligado (¡así es la derecha!) a cumplirla escrupuloso, por no enfadar a un árbitro imaginario («el sistema», «el orden», «la Constitución») que te lo agradecerá.

Pero no es así como funciona el mundo. En el momento en que la izquierda ha decidido que no importa incumplir la ley, lo justo es que también ellos padezcan las consecuencias de ese retorno a la barbarie. Si la ley cada vez importa menos, no podemos seguir sintiendo una reverencia ancestral ante sus representantes. En Ferraz se ha empezado a transmitir este mensaje al PSOE, ¡por fin!, tras años de aguantar impávidos sus tropelías. Son duros de mollera, así que habrá que usar este y otros cuantos métodos pedagógicos nuevos que se nos vayan ocurriendo. Los profesores estamos acostumbrados a ser imaginativos cuando queremos que nos entiendan. Y, al fin y al cabo, la lección acaba de empezar.

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