THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Horda de periodistas de derechas

«Si sabemos que Begoña Gómez abusó de su posición para hacer negocios a cambio de influencias es gracias a la libertad de información. No es machismo»

Opinión
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Horda de periodistas de derechas

Yolanda Díaz en un mitin de Sumar

El totalitarismo odia la libertad de expresión cuando gobierna. No lo soporta. En su mente binaria, el totalitario cree que todo el que no rema a favor de su causa es un vendido o un traidor. Si la información disgusta, el análisis perturba y la opinión no coincide con el dogma, abre la caja de los truenos y no deja espacio para la tolerancia y el debate. Es un comulga o muere. Eso vale para los dos extremos, pero esta vez lo ha expresado Yolanda Díaz que, como dice Sonia Sierra: «Es un meme». 

La vicepresidenta segunda del Gobierno de España, y ministra de los fijos discontinuos, dice que quien informa sobre la trama indecente que rodea a Begoña Gómez es una «horda de periodistas de derechas panfletarios». Quizá la aburguesada comunista no encontró un sinónimo hiriente de «periodista», o no dio para más. Luego recurrió al recurso habitual cuando se critica a una mujer de izquierdas, y llamó «machista» a todo el que ose tomar el nombre de Begoña Gómez en vano. 

Después, sin pausa, habló de «trabajadores» y «trabajadoras», así, en plan inclusivo, pero solo de «empresarios». La ausencia de lenguaje desdoblado para el mundo de la empresa se debe a que la izquierda sostiene que el capitalismo es patriarcal. Este infantilismo totalitario es una demostración de cómo el progresismo quiere que el lenguaje sirva para crear un relato que deforme la realidad y ayude a la «transformación». Es otra manera de mentir, y ya sabemos que Lenin apuntó aquello de que la mentira es revolucionaria. 

El odio a la verdad parece natural en esta izquierda. Quizá sea porque estar comprometido con lo verdadero supone aceptar sinsabores, fracasos y enmiendas. Para aceptar la verdad hace falta ser humilde, y la humildad supone tolerancia y diálogo, y hoy, este progresismo es arrogante y dogmático ante el adversario. Lo cuenta bien David Cerdá en un ensayo delicioso, para leer lentamente, sin prisas, titulado El dilema de Neo. ¿Cuánta verdad hay en nuestras vidas? (Rialp, 2024).  

El Gobierno que sufrimos, se sigue de la citada lectura, embarra la información hasta el punto de que no somos capaces de distinguir la verdad de la mentira. El ciudadano común se acaba cansando. No puede con la avalancha de información contradictoria y de opiniones contrapuestas, exageradas y polarizadoras. Ese cansancio o aturdimiento le lleva a aceptar el barro, la confusión de trinchera, o simplemente a desconectar. Lógico. Es más sencillo dejarse llevar por el ruido que esforzarse en escuchar la música de fondo. Y no debemos olvidar que la mayoría considera que la ignorancia es la felicidad, sobre todo si la mentira es cómoda. 

«El instrumento que utilizan para el engaño es la ideología, que repudia la verdad y la información cuando contradice el dogma»

Es más fácil tomar la pastilla azul y no saber la verdad, que tragar la pastilla roja y asumir que casi todo es una mentira o que lo desconocemos. Una vez que se sigue el segundo camino, dice David Cerdá, no hay marcha atrás. Es la opción inconformista, la del que no se calla, la de esos que quieren saber lo verdadero, lo que el poder oculta. Contar la verdad no alista al mensajero en una «horda panfletaria». Es gente con hambre de conocer la verdad y la pulsión de contarla. 

Ese compromiso con la verdad es lo que David Cerdá llama «lucidez». La mentira, la manipulación y la ocultación, que tan bien practica la izquierda de Yolanda Díaz, son las «tinieblas», son la vuelta al periodo previo a la Ilustración. Oscurecen para engañar, y el gran instrumento que utilizan para el engaño es la ideología, que repudia la verdad y la información cuando contradice el dogma. 

La columna vertebral de la lucidez, apunta David Cerdá, es la capacidad para generar pensamientos veraces. Esto exige rigor, no demagogia. Necesita trabajo, no repetir la cantinela habitual de insultos gubernamentales a los informadores que, por cierto, cada vez se parecen más a los que profirió el búnker franquista ante el Contubernio de Múnich, o a Trump en campaña electoral, o a los que sueltan los dictadores bolivarianos. 

Si ahora sabemos que Begoña Gómez, tal y como apuntan las investigaciones periodísticas, abusó de su posición para hacer negocios a cambio de influencias es gracias a la libertad de información. No es machismo ni algo panfletario. Tampoco hay ninguna «horda», sino «trabajadores» y «trabajadoras» de prensa. Y si se confirma será la verdad, no el patriarcado en acción. Es posible que Yolanda Díaz acabe reconociendo, como Churchill, que tragarse sus palabras es una dieta muy saludable.

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