THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Milei, Alvise y el siglo de la antipolítica

«Hay ahora mismo en todos los rincones de Occidente un amplio movimiento popular que posee como principal signo distintivo el rechazo difuso hacia la democracia liberal»

Opinión
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Milei, Alvise y el siglo de la antipolítica

Javier Milei. | Ilustración de Alejandra Svriz

Conozco a personas con educación universitaria y de clase media que tienen previsto votar el próximo 9 de junio a Alvise Pérez, ese detritus intelectual de la antipolítica que ahora anida en los albañiles menos ventilados de Instagram. Que semejante personaje haya logrado hacerse con un hueco significativo en las encuestas para las elecciones europeas se podría interpretar como algo meramente anecdótico, igual que cuando aquel inclasificable Ruiz Mateos consiguió un par de actas en otros comicios similares, pero tras un fenómeno tan en apariencia marginal como ese late un movimiento de fondo, y no sólo en España o en Europa, que retrata el nuevo tiempo histórico que nos está tocando vivir. Sin ir más lejos, el actual presidente del octavo país más extenso del mundo, Javier Milei, era un perfecto don nadie, otro outsider no mucho menos insignificante en la escena pública argentina que aquí el tal Alvise, hace apenas tres años

«La revuelta internacional contra el Estado que hoy se da en todas partes podría ilustrarse con la estampa de un ciego con una pistola que no para de disparar al azar en cualquier dirección»

Y salvando todas las distancias que se quiera, tampoco una mujer con el currículum turbio de Giorgia Meloni hubiera sido imaginada por alguien serio como primera ministra de Italia hace un lustro. Por no hablar, en fin, de Trump. Hay ahora mismo en todos los rincones de Occidente un amplio movimiento popular que posee como principal signo distintivo el rechazo difuso hacia la democracia liberal, algo que se manifiesta en ese vociferante repudio contra los partidos clásicos y los políticos profesionales que tan bien saben capitalizar los populistas del más surtido pelaje. Un tiempo nuevo, el nuestro presente, en el que un tipo como Milei puede gritar a los cuatro vientos que la justicia social es injusta y aberrante, todo ello mientras cosecha los aplausos entusiastas de miles de adeptos encuadrados en los estratos más empobrecidos, precarizados y míseros de la pirámide social argentina. Algo que puede parecer contradictorio y hasta inconcebible, pero solo a primera vista. 

A fin de cuentas, ¿qué deberíamos esperar que pensasen sobre el concepto «justicia social» los habitantes de un país que cuenta oficialmente con más de un 50% de pobres tras haber sido gobernado durante un par de décadas por cierta organización política que todavía insiste en llamarse a sí misma Partido Justicialista? «Con la democracia se come, con la democracia se educa, con la democracia se cura», sentenció Raúl Alfonsín, en la Plaza de Mayo, tras el final de la dictadura militar. Pero no era cierto. Los argentinos menores de cuarenta años, esos que solo han conocido una decadencia nacional sin fin a lo largo de sus vidas, saben que la democracia no da de comer y que tampoco educa, igual que no cura. Milei no llegó en un cohete desde Marte ni surgió del vacío, es la consecuencia del nihilismo terminal y colectivo de una sociedad desesperada que, entre otras renuncias, está dejando de creer también en la democracia

Y eso que en Argentina, un lugar que había llegado a parecer europeo y que cada vez se asemeja más a Haití, se exterioriza de modo brutal, en España igualmente está ocurriendo si bien con sordina. Los rebuznos recurrentes del muy seguido y popular Alvise contra «los políticos», en realidad remiten a una consigna apenas velada contra el sufragio universal, la democracia representativa y el sistema de partidos. El éxito indiscutible de la antipolítica en este primer tercio del siglo sugiere una inquietante simetría con lo que ocurrió durante el mismo periodo de la centuria anterior, cuando también las masas buscaron – y encontraron- fuera de las fronteras del sistema el pretendido bálsamo  milagroso para solucionar una crisis económica cuya naturaleza última no eran capaces de comprender. Porque tampoco a un poblador del conurbano de Buenos Aires que malvive de recoger cartones por la calle se le puede exigir que entienda hasta su último extremo las implicaciones socioeconómicas globales y regionales de la irrupción de China e India en los mercados. Y otro tanto cabría decir de los seguidores de gente como Alvise en las redes. La revuelta internacional contra el Estado que hoy se da en todas partes podría ilustrarse con la estampa de un ciego con una pistola que no para de disparar al azar en cualquier dirección. Malos tiempos, sí, para la democracia.

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