THE OBJECTIVE
Hugo Pérez Ayán

La izquierda y el bozal

«Si la izquierda quiere recuperar terreno entre los jóvenes, tal vez deba renunciar a su superioridad moral y volver a entender la pulsión de libertad de la juventud»

Opinión
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La izquierda y el bozal

Ilustración de Alejandra Svriz.

Existe desde hace mucho tiempo la convención de que uno de joven es de izquierda y cuando se hace mayor se vuelve más de derechas, o al menos más conservador. La lógica de esta premisa vendría a ser que la juventud es el momento de la irreverencia, la rebeldía y el cuestionamiento del statu quo, todo ello relacionado históricamente con posiciones progresistas o liberales en el sentido americano del término. Es decir, de izquierdas. Y sin embargo, de un tiempo a esta parte se puede percibir en la conversación pública y en el análisis demoscópico que los jóvenes en realidad cada vez tienden más a la derecha, especialmente a las opciones más radicales. Se habla, incluso, de que ser de derechas es el nuevo punk

Contra esta idea clama la activista trans Alana S. Portero: «Ser de derechas es el nuevo punk, que se dice mucho. Pues me gustaría decir a estos chavales que no es verdad, que se están poniendo solos el bozal, las correas y que van a tener las vidas más dirigidas del mundo entero. No van a ser libres. […] La libertad está en otra parte.» ¿Pero qué es exactamente el punk? Pues es una corriente que busca incomodar a lo establecido, ofendiendo al buen gusto y la moral. Precisamente, y al contrario de lo que piensa Alana, es eso en lo que se ha convertido la izquierda hegemónica, que impone una corrección política cuyo cuestionamiento es ya algo transgresor, porque ser de izquierdas efectivamente hoy es lo oficial y el cuestionamiento de sus postulados es la disidencia. 

Es más, se puede afirmar que quienes se ponen solos el bozal y las correas son las propias personas de izquierdas al asumir esa corrección política. Para muestra, un botón. El otro día escribía un joven militante socialista lo siguiente en X (antes Twitter): «Hoy le han robado el móvil a un amigo al salir de la universidad. No digo quiénes, que cada uno imagine. Estoy cansado de la cada vez mayor inseguridad que se vive en las calles.» La reacción no se hizo esperar y pronto todos sus compañeros de militancia y trinchera se abalanzaron en una crítica feroz por sus insinuaciones de supuesto tinte racista. El tuitero ni siquiera se atrevió a describir a los ladrones de su amigo, no tuvo el valor de verbalizar lo que pensaba, y aun así recibió la furia de los suyos. El bozal y la correa. 

Pero por supuesto, los izquierdistas también pretenden atar en corto a los demás y no solo a los suyos. Véase el caso de la situación relatada recientemente por el escritor Jacobo Bergareche en El Mundo. Contaba el novelista que les invitaron a él y a su hija de 19 años a un acto del Ministerio de Igualdad para relatar su experiencia en el mundo de la educación. En este, la joven dio su visión sobre por qué ciertas carreras contaban con escasos estudiantes masculinos y sobre por qué los jóvenes cada vez eran más conservadores y reacios al feminismo. En el público algunas oyentes se escandalizaron ante sus reflexiones e incluso amenazaron con marcharse, todo ante la impasibilidad de una moderadora que se limitó a atribuir a una acusada juventud y una educación sesgada las opiniones erróneas de la muchacha.

Precisamente esta es la posición desde la que la izquierda aborda la creciente «derechización» de la juventud. Su superioridad moral les impide contemplar otra opción que no sea que todos estos jóvenes que, por ejemplo, se sienten desconectados de un feminismo que les trata como violadores en potencia, que estigmatiza su «masculinidad tradicional» y les exhorta a deconstruirse, en realidad estén equivocados y sean víctimas de la desinformación que circula en las redes sociales. Ellas —y ellos— tienen razón: el problema es que los chavales se están desviando de esas verdades evidentes. No son capaces de ver que en realidad todo esto no es sino el resultado de sus propios discursos y políticas, un movimiento pendular que ahora amenaza su hegemonía social en los tramos más bajos de edad. 

«Si hace 40 años la izquierda era sinónimo de libertad, hoy Alaska, Loquillo y otros referentes de aquel movimiento serían cancelados»

En realidad la disidencia de esta corrección política no es algo específicamente de derechas, pero sí es cierto que es esta parte del espectro político la que está capitalizando el descontento. Un magnífico ejemplo es el último anuncio de la marca de ropa Spagnolo. El spot es una apelación directa a los «modernitos» que caricaturizan a los «cayetanos» —clientes potenciales de la marca— como rancios, niños de papá con coche caro y zapatos náuticos, todos iguales. Les dice a estos modernitos: «Porque tú eres único, ¿verdad? Tú no entras en ninguna categoría. Estás por encima de todo eso. ¿Sabes? Quizá haya algo que esos cayetanos sí hacen muy bien, ni reniegan de lo que son, ni temen convertirse en otra cosa». 

Seguramente tenga razón el vídeo publicitario. Piensen en el militante socialista antes mencionado: reniega de lo que piensa y tiene miedo a convertirse en lo que critica habitualmente. Tiene miedo a ganarse el rechazo de los suyos. ¿Hablaba la señora Portero de que siendo de derechas estos jóvenes iban a tener la vida más dirigida del mundo y no iban a ser libres? Pues Spagnolo le contesta: ¿Y ella? ¿Ella no cae en ninguna categoría? ¿Acaso no existe mayor categorización que identificarse como parte de un colectivo identitario donde cada forma de vivir la sexualidad tiene su propia bandera? ¿No es eso tener una vida dirigida y renunciar a ser algo más que parte de la masa? 

Este es, pues el recorrido en la inversión de los valores de la izquierda y la derecha. Si hace 40 años la izquierda era sinónimo de libertad y de desacomplejamiento con la Movida, hoy Alaska, Loquillo, Nacho Cano y tantos otros artistas referentes de aquel movimiento transgresor serían cancelados. Tal vez por eso muchos de ellos se sienten más cómodos con la derecha liberal que no pide perdón de Ayuso que con personajes como Irene Montero, Carmen Calvo o Yolanda Díaz. Aun así, la izquierda irreverente no está del todo perdida. El aclamado Broncano, puesto a dedazo por la militante socialista que todavía dirige RTVE, sí se está demostrando en cierto modo representante de esa izquierda vacilona, sin tapujos e incluso políticamente incorrecta. Tanto que desde la cúpula progre de RTVE le han dado un toque para que no se salga demasiado del redil.

Posiblemente, el ya innegable éxito en audiencias de Broncano resida justamente en que, hasta cierto punto, es capaz de hacer un humor irreverente. Y eso es lo que gusta a mucha gente que, de izquierda o no, solo quiere echarse unas risas antes de irse a dormir y no que les aleccionen sobre cómo ser ciudadanos ejemplares. No será por ayudar, pero si la izquierda quiere recuperar terreno entre los jóvenes, tal vez deba renunciar a su pretensión de superioridad moral y volver a entender la pulsión de libertad de la juventud.

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