Marisa Paredes y la izquierda
«Marisa Paredes se hubiese muerto podrida de miseria y prohibiciones morales en la Cuba castrista, pero Castro, el Che, o Lenin, Stalin o incluso Mao no se criticaban»
Marisa era atractiva, buena actriz y le gustaba posar de diva, de mujer fatal y de aura maldita. Todo ello es bien visible en su larga carrera actoral y lo era asimismo en su persona, en su vida. La conocí hace mucho (aunque algo mayor que yo) cuando los progres y los modernos -no exactamente lo mismo- nos veíamos en las largas y ricas noches de lugares como el madrileño pub de Santa Bárbara, justo enfrente del palacete que es hoy la Sociedad de Autores. Los progres iban de pana y de variaciones marxistas y los modernos (más coloristas, como los pantalones con tela de leopardo de Will More) queríamos sexo, droga y rock. En realidad, muchas diferencias, pero todos -final del franquismo- buscando libertad, democracia, en el fondo, una vida propia y feliz. Éramos muy diferentes, pero todos teníamos un amplio paraguas común que se llamaba Izquierda. El cobijo de la verdad, de la justicia, de la libertad obviamente y del futuro, con la consigna de un mundo mejor. Ahí estaba Marisa Paredes que, desde luego no era comunista -como amigos que se la jugaban, el querido Agustín Díaz Yanes- pero que era ultramoderna y chic y a favor de todas las libertades. Porque, si el marxista cree que la libertad colectiva (la del pueblo masificado) es antes que la libertad individual, el moderno juzga, al revés, que la libertad individual es la base irrenunciable, la libertad moral, y que, lógicamente, la unión de muchas libertades individuales produce la libertad colectiva. Lo sigo creyendo.
Marisa está asimismo en las gozosas y libérrimas noches de la Movida, desde el inicio, cuando (antes de ser jaco y basura) la heroína se vio, brevemente, como la droga de la transgresión. Ver entrar juntos a Marisa Paredes, Iván Zulueta y Eusebio Poncela -supuestamente todos se picaban caballo- era observar el mefítico malditismo en cuya causa, sino en sus prácticas, estabas. Zulueta (el director de Arrebato) murió de la heroína, y Poncela -actor siempre singular, el único que vive- confesó haber estado años enganchado al caballo. ¿Marisa? Lo ignoro. Pero entre esas magias se movía. La última vez que la vi -en la tele ya- fue cuando increpó públicamente a la presidenta Ayuso por ir a los funerales de Conchita Velasco. ¡Fuera, fuera!, gritaba Marisa a Isabel, tal vez ignorando que la presidenta madrileña había visitado a Velasco en su casa y se habían gentilmente fotografiado juntas. ¿De izquierdas Conchita Velasco? Libre de mente, como buena actriz, pero muy habituada, desde su romance con el falangista Sáenz de Heredia, a soplar en flautas o gaitas diversas, porque, no me jorobe, la vida es la vida, y poco más hay. Marisa gritaba por ella misma, acaso sin saberlo, más que por la propia Concha Velasco.
La Izquierda de nuestra juventud (y aún algo después) era todo. Pero pienso desde hoy que se analizaba poco o nada. Nadie admiraba ni quería el comunismo real -el de detrás del telón de acero-, pero no se criticaba. Marisa se hubiese muerto podrida de miseria y prohibiciones morales en la Cuba castrista, pero Castro, el Che, o Lenin, Stalin o incluso Mao no se criticaban, aunque realmente no estuvieras con ellos. Visité Yugoslavia en los primeros 80 y recuerdo la infinita tristeza de Belgrado vigilada, como no mucho después el terrible Berlín Este, enemigo de la vida. De La Habana ni hablo -aunque fue después- porque tanta miseria te hacía llorar. ¿Era eso el marxismo, el socialismo? Pues era espantoso. Los izquierdistas íbamos felices a París, a Nueva York, a Roma. No a Moscú. Con la caída del Muro y de los regímenes soviéticos, cuando los jóvenes de allá elegían en masa Occidente, y vendían las estrellas rojas y los pequeños bustos de Lenin como baratijas, yo empecé a reflexionar. La Revolución bolchevique de 1917 fue -aunque sólo se viera después y con dificultad, pese a exilados notables- el primer gran fracaso de la Izquierda radical en el siglo XX. Todo ese siglo estuvo lleno de avances que propició la izquierda que no estaba en el poder, y de desastres, horrores y fracasos en todas las revoluciones que triunfaron, desde Rusia a China (y países satélites) llegando a Cuba, que persevera, o la vergüenza de Venezuela que hoy tiembla… Fracaso de todas las opciones del comunismo y un único y gran triunfo de la izquierda: la socialdemocracia y el Estado del bienestar, que hoy no sé bien donde quedan.
«La Izquierda no se critica porque es el progreso, y este lamentable error, esta falta de autocrítica, este pobre estancamiento de la Izquierda nos lleva a los barrizales de hoy con Sánchez y su tropa adjunta»
Pero (y eso le pasó a la pobre Marisa) ¿cómo iba a ser uno capaz de criticar la Izquierda, el gran, rojo y hermoso toldo de tu vida casi entera? La Izquierda no se critica porque es el progreso, y este lamentable error (que permite peligrosas inanidades intelectuales como podemitas y sumaritas, Iglesias, Montero, Yoli Díaz), esta falta de autocrítica, este pobre estancamiento de la Izquierda nos lleva a los barrizales de hoy con Sánchez y su tropa adjunta. Mucha pena. La Izquierda debe replantearse, analizarse, condenar lo muy condenable y apostar (en la libertad individual) por una «Nueva Izquierda» o aquella «Nueva reforma» de Paul Goodman, santo de la contracultura. Falta visión, Marisa.