THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

Navidades postmaterialistas

«En la línea entre el materialismo y el espiritualismo se encuentra el verdadero equilibrio moral. Quiero creer que hacia allá vamos, o volvemos»

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Navidades postmaterialistas

Celebración del tercer y cuarto premio de la Lotería de Navidad en la administración "La Caprichosa" de Toledo. | Ángeles Visdómine (EFE)

En estos días decembrinos de gran auge comercial, asistimos, pegados a un escaparate, a la desacralización de los mitos religiosos y la sacralización de las cosas. «El hombre es animal adorador, adorar es sacrificarse y prostituirse», escribe Baudelaire. Y a través de la Historia, el hombre ha ido cambiando su adoración de sitio. Ahora son las cosas, sencillamente las cosas, el centro de la conversación. «La precisión de las descripciones materiales de la vida tiene cierto atractivo para aquel al que todo se le ha vuelto igualmente indiferente», anotaba Benjamin Constant en sus diarios (Gallimard).

Como todos sabemos, la desacralización de lo sagrado es una característica de los modernos de aquí y ahora. Pero el hombre no ha cambiado tanto, aún necesita incandescencia para llenar ese vacío y ahora, decíamos, se apasiona con cosas materiales. Y pregunto si es un vacío existencial porque, paralelamente, hemos desacralizado el cristianismo. El abandono del canto gregoriano o de la misa en latín por parte de la Iglesia es una catástrofe, seguramente tiene que ver con que las iglesias estén vacías. Fuegos artificiales, show de luces en Notre-Dame. Se consuma así la pérdida de ese algo que sabe captar Caravaggio en La deposición de Cristo. Hay una infantilización de lo que antes era oscuro y sagrado y, en cambio, se sacraliza el hombre-objeto, se sacralizan los anuncios de perfume, las marcas de coche, de coñac, de corbata… Natacha de Santis ya desmitificaba en los años 80, en una entrevista con Paco Umbral, que la alta costura sigue siendo un invento del dinero:

—La alta costura no existe. Como te decía Ágatha Ruiz de la Prada, se gana más con los pobres. Los pobres, los chicos y las chicas, son los que compran. Menos y más barato, pero de una manera más constante.

La moda plena vive de paradojas como esta, o como que su mimetismo nos lleva al individualismo y la frivolidad. La Navidad desacralizada supone la exaltación de estos mimetismos, que los existencialistas llamaban «alienación» y Ortega, «rebelión» de las masas. Lo más gracioso es que todo el que lee el ensayo de Ortega se identifica con las élites. El hombre, la mujer, el niño, el rico y el pobre, el personaje y el anónimo. Vivimos el culto de aquello que no somos, vivimos en la insatisfacción crónica, permanente, o en la servidumbre de trabajar más horas para tener cosas en lugar de tiempo y compañía (no para disfrutar de las cosas, sino de la compañía y del tiempo libre).

«Quizás será porque ya tenemos de todo, hemos llegado al postmaterialismo superando a los chinos, que son los grandes adoradores de los cachivaches electrónicos»

Gilles Lipovetsky, en su ensayo El imperio de lo efímero (Anagrama), sostiene que «vivimos en sociedades dominadas por la frivolidad, último eslabón de la aventura plurisecular capitalista-democrática-individualista». Efectivamente, los teóricos posliberales de hoy no han inventado nada. Han captado la esencia de los hippies de antaño, que lo que se presentó como una democratización se ha convertido en una especie de insatisfacción crónica, una pérdida de la conciencia histórica y el descrédito general ante el progresismo está haciendo su aparición. Hay un nihilismo vacío que ya no triunfa en la política, ni en la Navidad, ni en la vida.

Navidades convulsas, compras compulsivas, colas interminables, regalos impersonales, vida virtual. Pero se percibe otra música de fondo, que podría ser característica de sociedades que superan el materialismo por la vía de la acumulación. Estamos en un espiritualismo que no condesciende a las antiguas miserias de siempre, de preguntar qué van a regalarnos. Quizás será porque ya tenemos de todo, hemos llegado al postmaterialismo superando a los chinos, que son los grandes adoradores de los cachivaches electrónicos. Albert Camus anota en sus Diarios (Ivan R. Dee) que el progreso de las condiciones materiales con el tiempo, daña a la naturaleza humana y añade que «en la línea entre ambos se encuentra el verdadero equilibrio moral». Quiero creer que hacia allá vamos, o volvemos.

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