THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Todo está podrido

«Sánchez y los suyos carecen de ética; es decir, son retorcidos y mentirosos, y eso dirige su política. De ahí el ataque a nuestro Estado de derecho»

Opinión
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Todo está podrido

Ilustración de Alejandra Svriz.

No hizo falta más que ver su actitud en la puerta del Tribunal Supremo. Se veía a García Ortiz como un tipo arrogante y desafiante. Sonreía con suficiencia al entrar por la puerta de autoridades, no por la de los investigados. En su cabeza tenía un plan. No iba a contestar a ninguna pregunta del magistrado y no lo hizo. No le dio la gana. Acusó al juez de lawfare y se piró. Sabe que si es condenado el Tribunal Constitucional irá a su rescate. El espectáculo fue tan esperpéntico que 13 de los 36 miembros de la Junta de Fiscales de Sala han pedido por carta su dimisión. Denuncian que García Ortíz se escuda en la institución para defender su persona, y eso es intolerable en una democracia.

El caso solo tiene un nombre, el de corrupción política, que se ha extendido por la vida pública como un cáncer desde que gobierna Pedro Sánchez. Como se decía en la Francia de la III República: «Todo está podrido». Esa sensación de que la corrupción había entrado hasta los huesos en la República debilitó el sentido comunitario francés y dio alas a los autoritarios y totalitarios que querían una ruptura o una revolución. Hoy, en España, tenemos esa misma sensación y no encontramos una salida cerca ni fácil.

Una guía para entender lo que nos pasa la proporciona el libro póstumo de Rafael Alvira, El dogma democrático (Rialp, 2024), una obra delicada, profunda, que anhela salir del pesimismo aferrándose a lo bueno que todavía nos queda. El origen de la corrupción, escribió Alvira, está en la confusión entre lo público y lo privado. Aquí es encomiable el acierto para definir a Sánchez y a su entorno. Si en la vida privada se carece de ética –por ejemplo, falsificar una tesis doctoral–, es cuestión de tiempo que esa manera de obrar se traslade a lo público. 

No hay ley que detenga esa inclinación hacia la corrupción porque el obrar mal está en la esencia de ese político. Al revés, cuando la tendencia es a convertir lo público en privado, a beneficiarse de lo común –no pierdan de vista a Sánchez y a su entorno–, la legislación se convierte en un instrumento para asegurar la corrupción política y económica. Esta inclinación a ensuciar procede de la falta de ética. Es cuando se hace política al margen de la ética e incluso contra ella. Sin ética, apuntó Alvira, se piensa que obrar bien en política es ser ingenuo, y que la ingenuidad es dar ventaja al otro. Eso es el sanchismo: considerar la política como una guerra en la que vale todo con tal de permanecer en el poder

Alvira lo señala con claridad: si la ética no domina la política, la política domina el derecho; es decir, se pisotea el Estado de derecho por un interés particular o partidista. La consecuencia de ese pisoteo es una comunidad basada en reglas débiles, como la nuestra, con inseguridad jurídica, abuso institucional, desigualdad ante la ley, tensiones rupturistas, polarización casi extrema, y desconfianza general en el sistema. Esto es justo lo que ocurre. Sánchez y los suyos carecen de ética; es decir, son retorcidos y mentirosos, y eso dirige su política. De ahí el ataque a nuestro Estado de derecho, el debilitamiento de la comunidad política, y el desprecio a la nación española como sujeto de soberanía.

«Sánchez y García Ortiz piensan que el cargo es de su propiedad, y no les importa el deterioro reputacional que están provocando»

El prototipo sanchista ha llegado al punto máximo de gobernante sin ética, que es ahí donde considera que la institución es suya. Eso es lo que pasa con Sánchez o con García Ortiz, que piensan que el cargo es de su propiedad, y no les importa el deterioro reputacional que están provocando. Esto ocurre, nos contaba Alvira, porque ese modelo de político se desentiende del bien común, no acepta que su posición es efímera y que debe estar al servicio de la comunidad, no de sí mismo. 

¿Qué pasa si el político no trabaja para el bien común, como es el caso de Sánchez y otros, sino para sí mismo o los suyos? Alvira afirmaba que es el tipo de líder que genera desconfianza hacia el sistema, los partidos y los políticos, causando un daño que va más allá de su paso por el Gobierno. Ese deterioro destruye una comunidad que, si además es débil porque se ha pisoteado el Estado de derecho, tiene una difícil salvación. 

Es aquí donde el político –sigamos con el ejemplo del presidente del Gobierno– demuestra su falta de responsabilidad. Alvira señala que el dirigente es responsable de transmitir confianza en el sistema que hace funcionar la comunidad y en la vida en común. Lo contrario, polarizar y levantar muros contra el adversario, es irresponsable; es decir, poco ético. Por eso este perfil de político, como el de Sánchez, no destaca por un comportamiento ético y honesto, sino por la argucia y la trampa. Alvira clavó aquí la definición. 

¿Qué puede hacer entonces la oposición? No hablo solo del PP y Vox, sino de la sociedad civil. No es bueno abandonar la ética como guía de la política. Para no caer en las consecuencias negativas de la ingenuidad, Alvira recomienda la prudencia, el obrar con cautela y reflexión, sin precipitarse, sin decir, por ejemplo, que se vota el «decreto minibús» para no dar argumentos a Sánchez. Esa es la ingenuidad mala, la que alimenta al corrupto. Me temo que, aunque a Alvira no le diera tiempo a escribirlo, la oposición, aquí meto al PP y a Vox, no ha introducido sabiamente la prudencia todavía. 

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