Santiago Abascal es un traidor
«¿Cómo puede alzar su voz contra los oligarcas quien conspira para facilitar a Musk una plataforma con impunidad total y a Putin una paz sin justicia?»

Ilustración de Alejandra Svriz.
No es broma, lo digo muy en serio, lo puedo incluso demostrar: tengo pruebas irrefutables. Llegará usted al final de este artículo y verá que no le miento. Créanme que no es una palabra que yo use mucho, se me hace muy grande desde que leí a Dante reservar el último anillo de su infierno al pecado de la traición, allí está Satanás masticando eternamente a Judas Iscariote por haber traicionado a Cristo, como si no bastara el castigo que él mismo se dio por su falta: ahorcarse.
La palabra traidor pertenece a la cosmovisión del nacionalista, para el cual la Humanidad se divide en dos categorías: nosotros y los extranjeros. La cosa no es en todo caso tan simple como parece, hay subdivisiones. El nosotros se divide en tres grupos: nosotros los que pensamos igual, los progres descarriados que piensan equivocadamente pero que todavía son españoles, y los traidores a la patria. Los extranjeros se dividen en dos grupos: aliados en la cruzada y enemigos de nuestras costumbres. Más o menos funciona así la cosa en el discurso de Abascal, ya se sabe que para alcanzar la virtud de la claridad hay que sacrificar el defecto de la complejidad.
Calificar a alguien de traidor es la fórmula de cancelación-exprés del nacionalista, cuya lógica no es muy distinta a la del woke, que tiene sus conjuros equivalentes cuando le escupe a alguien el anatema de machista, colonialista, homófobo o racista. Son palabras que le permiten a uno marcar a aquel a quien hay que destruir y que además eximen a quien las pronuncia de cualquier argumentación.
Todo nacionalismo histérico (y llamo así a los nacionalismos que tienen la necesidad de invadir los espacios públicos y privados con banderas, y de sazonar los rituales de la vida con un himno nacional), tiene un arquetipo de traidor, que nunca es un sujeto hipotético, sino que se concreta en una persona, en un grupo, un partido, una clase social o una religión. Para Santiago Abascal no hay traidor más nítido y perfecto que Pedro Sánchez, que ejemplifica todo aquello contra lo que un hombre decente debe luchar.
Pedro Sánchez es para empezar un mentiroso, su palabra no tiene valor ninguno, no hay más que visitar la hemeroteca para comprobarlo. Además Pedro Sánchez es un felón que concede amnistías a golpistas como Puigdemont, que promovió un fraude electoral y trató de asaltar el Parlament. El PSOE es un nido de puteros, como parece apuntar las informaciones que afloran sobre Ábalos, Tito Berni y otros. Los oligarcas y las élites son un poder que en la era de la globalización nos imponen sus marcos regulatorios para aumentar su poder sin límite alguno. Los musulmanes y los ateos nos alienan de nuestras raíces cristianas. De todo esto nos previene Abascal.
«La única traición incontrovertible que Abascal comete cuando abraza a Trump, es la traición a sí mismo»
Pero hete aquí que el mismo señor que nos lanza estas advertencias ha posado con Donald Trump haciendo de su puño el emoji de like. Uno duda de que Trump se acuerde de quién es Abascal o supiera pronunciar su nombre si le preguntaran o de si acaso sabría situar a España en un mapa. Pero Abascal presume de ser el pana del primo de Zumosol. Quizás no sea más que el tolili de clase que se arrima al matón del cole para poderle pegar una colleja a otro friki antes de que se la peguen a él. En la jerga del nacionalista, a esto le llaman lacayo. En la jerga del cole, lameculos. Plutarco en su obra Moralia, lo llama adulador, que es aquel que se hace pasar por amigo, pero que al contrario que un verdadero amigo, no opone resistencia alguna a las peores inclinaciones del adulado, sino que le apoya en ellas y le otorga una sensación de legitimidad.
Así Abascal se pone al servicio de los intereses de Trump, que son claros e indisimulados: acabar con el incordio de las instituciones europeas, con sus regulaciones y sus valores, y devolver a Europa a esa comunidad de pequeñas taifas nacionalistas suspicaces, divididas y enfrentadas a merced de los imperios de turno, Rusia y Estados Unidos.
Podría por tanto decirse que Abascal es un traidor a Europa, más aún cuando aparece es esas fotos posando con ese payasada seguidista del Make Europe Great Again, que no es más que un caballo de Troya para devolvernos a la siniestra Europa pre-UE, pero seamos justos: alguien que no cree en Europa no puede ser un traidor a la UE. Podría decirse que es un traidor a España, porque por mucho que pueda argumentarse que la UE no es un espacio de paridad, donde todos tengan la misma voz, también se puede decir que si España ha alcanzado el grado de desarrollo y prosperidad que tiene se lo debe a su pertenencia a la UE. Sin embargo, la única traición incontrovertible que Abascal comete cuando abraza a Trump, es la traición a sí mismo. Es decir, a su propio discurso.
¿Con qué cara puede acusar a alguien de embustero aquel que apoya a Trump, que ha hecho de la mentira –los alternative facts– todo un sistema de defraudación masiva? ¿De qué manera puede alzar su voz contra los oligarcas quien conspira para facilitar a Elon Musk una plataforma con impunidad total y a Putin una paz sin justicia? ¿A quién va a señalar como putero quien posa con el señor que pagó cientos de miles de dólares a la actriz porno Stormy Daniels para tapar sus infidelidades? ¿Qué credibilidad puede tener para llamar golpista a Puigdemont quien pierde el culo por hacerse un selfie con el tipo que trató de subvertir unas elecciones y alentó el asalto al congreso? ¿Qué valores cristianos defiende aquel que se arrima a un tipo que propone como solución para la tragedia de Gaza una limpieza étnica y la construcción de un resort playero?
Santiago Abascal es un traidor. A sí mismo.