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Isabel Díaz Ayuso: la intrépida de Chamberí

«La política se ha convertido en un ring donde se despedazan quienes la ejercen ante el griterío de las primeras filas, ocupadas por la casta»

Isabel Díaz Ayuso: la intrépida de Chamberí

Isabel Díaz Ayuso | Efe

Las peores guerras son las fratricidas, más cuando son políticos y amigos destrozándose ante el estupor de quienes asisten a un espectáculo revestido de una liturgia teatral. Isabel Natividad Díaz Ayuso (Madrid, 1978) seguramente es ya un cadáver político. Pero como también lo son Pablo Casado y Teodoro García Egea, presidente y secretario general del Partido Popular (PP). Aunque en el caso de estos todavía no se ha producido el óbito. Se hallan en la UCI con coma asistido. Frente a ellos asiste perplejo y desternillándose de risa hasta caerse de la butaca Pedro Sánchez, primer ministro de España y odiado por Isa (para los amigos) e IDA (para sus enemigos), la atractiva y castiza vecina del barrio de Chamberí, quien ingenuamente creyó que la actividad política era cosa de cervezas y risas y de hablar como si estuviera en la mesa camilla de su casa.

Pues no, señora mía, la política (y en esta España de hoy mucho más) se ha convertido en un ring donde se despedazan quienes la ejercen ante el griterío de las primeras filas, ocupadas por la casta, así como el resto del estadio, en la gradería en la que se asienta una ciudadanía harta, pero colaboradora silenciosa de la mugre que cae desde el cuadrilátero. Díaz Ayuso, a quien la dirección nacional del partido le ha abierto expediente informativo para investigar si está envuelta en un caso de corrupción por un trato de favor a su hermano, recuerda a Peter Sellers en Bienvenido, Mr Chance (Hal Ashby, 1979). Ese jardinero que abandona la mansión de su dueño en Washington cuando éste muere, y descubre que el mundo es otra cosa, que él no está preparado para sobrevivir en la jungla exterior. Y pese a todo, con su simple lenguaje de jardinería sorprende a propios y extraños, incluido el presidente de Estados Unidos, hasta el punto que las fuerzas oscuras se plantean la necesidad de desembarazarse de él.

Pues eso es lo que le ha sucedido a la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha enredado políticamente demasiado y, además, con chulería. Como la cúpula de su formación está en manos de un débil e inepto apellidado Pablo Casado y un tiranuelo malvado secretario general, que responde al nombre de Teodoro García Egea, se la han cargado políticamente hablando, claro está, sin medir las consecuencias del golpe. Ella, que ciertamente tiene también parte de culpa, ha confesado que no creía que la política podía ser tan cruel y menos entre personas de un mismo partido. ¡Pues vaya, señora Ayuso! La historia está llena de zancadillas, apuñalamientos y crímenes. Y usted también ha despedido fulminantemente a colaboradores suyos en los momentos más críticos de la pandemia.

El PP sostiene que pudo haber una irregularidad en la intermediación de su hermano en un contrato público de compra de mascarillas al inicio de la catástrofe por un valor de un millón y medio de euros y que éste cobró una comisión de 288.000 euros. Ella asegura que no ha habido ninguna ilegalidad en la operación y que el partido no ha aportado ningún soporte documental. El caso viene de meses. Ante la supuesta falta colaboración de la lideresa madrileña, no se le ocurrió mejor cosa a la dirigencia de los populares que encargar las pesquisas a un detective privado. El PP niega que esto haya sido así, pero insiste en que se ha visto obligado a la apertura de expediente porque ella se ha negado a ayudar en la investigación. Ese gesto es la puerta de la expulsión, más aún cuando Ayuso ha manifestado que Casado ha fabricado este caso para desprestigiarla y acabar con su carrera política.

El PP es una máquina trituradora humana. Es un nuevo Saturno devorando a su hijo. Goya, si viviera, lo pintaría de nuevo en este siglo y hasta a lo mejor se documentaba viendo las series Dallas y Falcon Crest. El partido destrozó a Cayetana Álvarez de Toledo y ahora a Isabel Díaz Ayuso todo en el lapso de un año y medio. Poco le importa a su cúpula ser una alternativa real de gobierno, como así lo indicaban las encuestas tras el gran triunfo de la presidenta de la Comunidad de Madrid en su reelección el pasado mayo. Se adelantó a la moción de censura que iban a presentar contra ella PSOE y Ciudadanos, disolvió la legislatura y convocó elecciones anticipadas sin arredrarse a que Pablo Iglesias, entonces vicepresidente segundo del Gobierno, bajara al ruedo como candidato de Podemos. La presidenta dobló el número de escaños de los populares en la Asamblea Parlamentaria y formó un gobierno monocolor con el apoyo externo de Vox. Fue su momento de gloria cargado de excesiva retórica al afirmar que la libertad había triunfado en Madrid frente al comunismo. Muchos gremios como el de la restauración, la hostelería y el taxi le dieron el voto porque ella se opuso a la directriz del Gobierno de cerrar toda actividad económica para frenar la expansión del virus. Más controvertido fue el papel del Ejecutivo regional en la atención de las residencias de mayores. Ayuso recibió muchas críticas de la oposición con la construcción del Hospital Isabel Zendal, acusándola de despilfarro y, en cambio, de desatender la urgente necesidad de contratar más médicos y sanitarios.

La lideresa regional no ha tenido políticamente una vida sencilla. Ha mantenido una batalla encarnizada con Sánchez y con los medios de comunicación afines al gobierno de coalición. Muy seguramente ha exagerado a veces en su papel de víctima del poder central, quejándose por cualquier cosa y culpándole por la falta de seguridad ciudadana cuando muchas de esas funciones son competencia autonómica. Pero eso es la política: culpar al enemigo sin reconocer los propios fallos. No ha cedido tanto como algunos medios afirman a las pretensiones xenófobas de Vox. Hace unos días recibió una ovación cerrada en la que participó la oposición cuando en la Asamblea Parlamentaria le dijo a la dirigente de la ultraderecha que la violencia de las bandas criminales no siempre la perpetran latinos o inmigrantes, sino españoles.

Díaz Ayuso no puede presumir de una gran formación intelectual. Pero como ella tantos y tantos políticos de uno y otro signo empezando por el inquilino de La Moncloa. En realidad, de qué sirve tenerla si luego el ciudadano vota y elige aunque sea tapándose la nariz.

La presidenta de la Comunidad, cuyo mandato concluye en principio en mayo de 2023, es intuitiva y se mueve bien entre la gente. Eso dice ella: lo que más le gusta es hablar con los vecinos de su barrio céntrico de Chamberí, almorzar en la taberna de debajo de su edificio, conversar con los parroquianos y pasear con sus perros. El éxito le ha contagiado, sin embargo, de una cierta altivez para enmascarar la timidez. Es una esponja y absorbe los consejos de su jefe de gabinete y gran valedor, Miguel Ángel Rodríguez, quien fuera portavoz del gobierno en el primer mandato de José María Aznar. Mucho más de la mitad de su encumbramiento se lo debe a él.

Casado, que era hasta hoy gran amigo suyo, no digirió del todo el éxito de su compañera de partido e intento malmeterla con su otro amigo, José Luis Martínez-Almeida, alcalde Madrid. Tozudamente ha venido poniendo excusas para la celebración del congreso regional del partido y a las lógicas aspiraciones de Díaz Ayuso para ser elegida presidenta del PP madrileño. En el fondo ha sido una disculpa. Muy mal aconsejado por el secretario general, García Egea, ha visto fantasmas de que ella quería moverle la silla y ha emprendido una batalla que ha desembocado en una guerra abierta. Tal vez aún queda por escribir un capítulo final (un congreso extraordinario, una ruptura del partido, un desembarco de Ayuso en Vox), pero el daño para el PP es inmenso. ¿Los grandes triunfadores?: Pedro Sánchez y Santiago Abascal, el líder de Vox. 

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