'Los campos de la muerte de Texas': ¿a quién le importa que maten a mujeres?
Se estrena la tercera entrega de la serie de Netflix, que lanza un mensaje poderoso para comprender el dolor de los familiares de desaparecidos
«Por fin alguien me escuchó», dice una de las supervivientes de violencia familiar en el documental Escena del crimen: los campos de la muerte de Texas. El problema es que su voz fue tomada en cuenta 30 años después de su primera denuncia. Si alguna autoridad hubiera tomado su denuncia como cierta, muchas mujeres estarían vivas y el denunciado, en prisión.
Escena del crimen: los campos de la muerte de Texas es la tercera entrega de esta serie de Netflix, que incluye los títulos Desparecido en el Hotel Cecil y El asesino de Times Square. El título del nuevo documental, dirigido por Jessica Dimmock (Flint Town), hace referencia a una serie de asesinatos sucedidos en Los Campos de Calder Road, en Estados Unidos. El grueso de las víctimas fallecieron entre los años 70 y finales del 2000. Fue realmente una masacre y esta revisión no solo es necesaria, sino que permite corroborar que pocas cosas han cambiado desde entones en materia legal.
La directora se toma el tiempo suficiente para mostrarle al espectador cómo se combinaron una serie de hechos para que el principal sospechoso actuara hasta el último segundo a placer, a pesar de que la policía tenía muy claro el tipo de persona que era. Las denuncias eran múltiples y hasta había sido acusado de manipular un cadáver, sin que se investigara si además de manipularlo no era el propio asesino.
Revictimizar
Uno de los grandes aciertos que tiene el documental es la manera en que describe y muestra los desolados campos que rodean la autopista I-45, que atraviesa Texas de arriba abajo, donde los asesinos arrojaban los cuerpos de las víctimas, sin que nadie sospechara que se trataba de una práctica metódica. Por eso fueron llamados «Los campos de la muerte». El nombre fue tomado de la oscarizada película de Roland Joffé.
Las primeras desapariciones ocurrieron en 1970, cuando las mujeres confiaban en conductores desconocidos para viajar entre Estados y las fuerzas policiales vecinas no solían comunicarse. Por lo tanto, era muy sencillo para un criminal pasar de un lugar a otro sin que su foto o siquiera la denuncia existiera en su nuevo destino. Al mismo tiempo, las autoridades solían prestarle poca atención cuando una familia declaraba a una adolescente o joven como desaparecida. Regularmente, pensaban que era una adicta, una prostituta o personas con problemas con los padres.
La revictimización no terminaba allí. Cuando ya no se trataba de una desaparición, sino de una muerte confirmada, se le pedía a los allegados que no contactaran a las familias de otras mujeres que fallecieron en circunstancias parecidas. Esto, según la Policía, era para evitar el dolor de repasar lo sucedido. La realidad era otra: temían que los ciudadanos y los medios de comunicación concluyeran que los asesinatos tenían un patrón.
Precisamente, como dice la realizadora Jessica Dimmock a la web Oxygen: «Me gustan los documentales sobre crímenes que se centran en el tipo de factores culturales e históricos y, en algunos casos, ambientales, que pueden unirse para contar la historia. Realmente me atrajo eso en The Killing Fields. Había un patrón. Eso no significa que sea necesariamente el mismo asesino, sino que había un patrón que permitía a los asesinos en serie, básicamente, actuar en el mismo territorio una y otra vez, y eso es realmente inusual y sin precedentes».
Una película de tres episodios
A diferencia de otros documentales, en los que el foco se centra exclusivamente en seguir los pasos del acusado o posible asesino, en Los campos de la muerte de Texas el dolor de los familiares tiene un lugar muy importante y probablemente es lo que le permite brillar por encima de otras producciones de su tipo. Diferentes testimonios de quienes perdieron a sus seres queridos o fueron objeto de abusos transmiten ese dolor, que rara vez traspasa la pantalla.
Y precisamente ese es el valor principal del documental. Cuando sabemos el destino de uno de los culpables de estas atrocidades nos indignamos tanto como los propios protagonistas del programa. Esto no es casual. «Uno de nuestros objetivos, ante todo, es para las víctimas, las mujeres en particular. También a sus familias, que han tenido estas preguntas sin respuesta durante tantos años y décadas. La mayor esperanza es que haya justicia para ellos, que por fin tengan respuestas. Esperamos que puedan tener algún tipo de resolución y algún conocimiento sobre lo sucedido», dice Dimmock a Oxygen.
Deja helado presenciar cómo el tiempo se detuvo para Tim Miller tras perder a su hija, Laura, que desapareció en 1984, a los 16 años de edad. Tal pérdida le llevó a fundar un escuadrón de búsqueda que ayudaba a las familias sin cobrarles ni un euro. Esta iniciativa dio con el paradero de 400 desaparecidos. También resalta el trabajo de muchas personas que se resistieron a dar por cerradas historias inconclusas y siguieron llamando la atención de autoridades y medios de comunicación.
Al mismo tiempo, la directora desarrolla muy bien el guión, de manera que el espectador que no conoce estos casos, se pregunta si al final habrá un responsable. A medida que pasan los años y evoluciona la medicina forense, un mismo nombre se repite una y otra vez durante la investigación. En este sentido, es como ver una película pero dividida en capítulos. Dicho de otro modo, en algunos momentos, más que un documental, pareciera que estuviéramos viendo una película con ese tono gris y pausado que ya hemos visto en True Detective, por ejemplo.
Creer en las víctimas y sus familias
El mensaje más importante de Los campos de la muerte de Texas es la obligación de creerle a las víctimas y a los familiares de personas desapercibidas. Si esas voces hubieran sido escuchadas, si las pistas que proporcionaban los allegados de los extraviados hubieran sido corroboradas o seguidas de manera acertada, todo habría sido diferente. Lo más aterrador es que eso no ha cambiado mucho.
«Algo que pasa en estos casos una y otra vez es que los padres o familiares sabían que algo andaba mal. Acudieron a las autoridades y las autoridades dudaron de ellos y dijeron: ‘Sabes, probablemente es una fugitiva’ o ‘ella va a volver’ y todas estas familias sabían que ese no era el caso. [Esto cambiaría] Pienso, escuchando a las familias y creyéndoles», concluye Dimmock.
En tiempos en los que se discuten leyes que terminan favoreciendo a los victimarios en lugar de las víctimas, es importante comprender ese dolor con el que conviven las familias de los que ya no están: un dolor que les acompaña más allá de la muerte.