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Política

Cuando el ego periodístico se convierte en el mejor aliado de un presidente victimista

Tanto Pablo Motos como Ana Rosa Quintana entraron en el terreno de juego del argumentario de Sánchez

En 1997 Felipe González dejó el mando del PSOE, según sus palabras, porque quería centrarse en denunciar la conspiración mediática de la que había sido víctima. Escuchando aquel relato victimista de Felipe González, parecía que su derrota electoral era culpa de unos pérfidos periodistas que se habían confabulado contra él. 

Pero González tenía un gran aliado en aquella campaña victimista: el ego de los propios periodistas que estaba señalando. Eran los propios Luis María Anson, Pedro J. Ramírez o José Luis Gutiérrez y demás pandilla los que le daban munición para su teoría. En un ejercicio fabuloso de cuadratura de círculo, los periodistas señalados primero se hacían los ofendidos ante cualquier insinuación de maniobra política («¿Nosotros? ¡Nosotros somos periodistas independientes! ¡Sólo queríamos contar la verdad, pero nos daba igual que consecuencias pudiera tener en campaña electoral!») para, acto seguido, asegurar que el triunfo electoral se debía a ellos y que era su objetivo («Aznar se cree que ha ganado él las elecciones, cuando hemos sido nosotros…»). Anson llegaría a publicar uno de sus recuadros gráficos asegurando que la derrota de Felipe González había sido gracias a los periodistas y que, sin ellos, Aznar nunca habría ganado. Pedro J. Ramírez publicaría hasta un libro para reivindicar toda aquella ‘amarga victoria’, etc. Al final el ego de poder apuntarse el tanto de haber provocado un cambio era muy tentador, aunque hacerlo era favorecer el relato de periodistas conspiradores que deseaba el ‘presi’ de los bonsáis.

Cuando el actual presidente del Gobierno y sus brujos visitadores remake diseñaron la actual estrategia de comunicación de Pedro Sánchez sabían que, de nuevo, el ego periodístico iba a ser su mejor alianza. El diseño de presentarse como una víctima que, en el fondo, lo ha hecho todo bien y que, simplemente, ha caído presa de un contubernio mediático encabezado por Pablo Motos y Ana Rosa Quintana, que han sembrado de bulos a la población, y animando a los españoles a diferenciar entre opinión pública y opinión publicada y a denunciar el desequilibrio tertuliano merecería ser desechado en dos minutos en la parte final de una entrevista, como el plano anecdótico.

  • «Es que mienten mucho los periodistas».
  • «Pues si cree que hemos mentido, tiene a su disposición los tribunales para que marquen si se ha dado alguna información inveraz. Gracias, pasemos a hablar de sus propuestas para la próxima legislatura o su gestión…»

Pero tanto Pablo Motos como Ana Rosa Quintana entraron al trapo. Se pusieron a la defensiva y permitieron que los primeros 15 minutos de sus respectivas entrevistas fueran para entrar en el terreno de juego del argumentario monclovita.

Escuchar a Motos tratando de presumir desesperadamente de lo muy progresistas que son los tertulianos de El hormiguero, o a Ana Rosa Quintana remarcando que a ella también le insultan y ofreciendo todos sus editoriales, da cuenta la alta consideración que tienen estos presentadores de sí mismos, hasta el punto de considerar que la línea editorial de sus programas merecía ser tratada como primer punto de una entrevista a un presidente del Gobierno.

Eso sí, mientras que Pablo Motos pareció incómodo ante un presidente que tomaba el control de su plató, Ana Rosa Quintana no se dejó quitar el micro, y aquello pareció un forcejeo que puede haber sido más intenso que el Sánchez-Feijóo. 

Era difícil identificar en el actual Pedro Sánchez, ni en la actual Ana Rosa Quintana, aquella cordial complicidad de la entrevista que mantuvieron en 2016, cuando tiraban juntos a canasta en un campo de baloncesto o intercambiaban complicidades con la esposa del presidente. Aquella entrevista en la que, al terminar, Pedro y Begoña prometieron a Ana Rosa que la siguiente entrevista sería en La Moncloa, promesa que, al parecer, nunca fue cumplida.

Aquella Ana Rosa Quintana de 2016 jugaba a la transversalidad a lo Griso, tenía tertulianos de Podemos como Monedero y hasta regañaba a los tertulianos-espectáculo del sector anti-izquierda cuando se le desmadraban. Recuerdo cuando Ana Rosa le retiró su cuaderno de apuntes a Alfonso Rojo para evitar que siguiera acorralando a Elena Valenciano, o cuando le vapuleó para enaltecer a esa anécdota humana apellidada Talegón. O sus especiales sobre desahucios, su martilleo contra el PP ‘rajoyde’ o sus apoyos a las huelgas feministas del 8-M.

Aquel era otro Pedro Sánchez, pero también era otra Ana Rosa. Difícilmente uno se imagina a la actual yéndose a hacer footing a Vallecas con Pablo Iglesias como e 2015. Pero cuando tienes la trayectoria que tiene AR, y tienes la suerte de ser tu propia productora, nadie te puede quitar el derecho a hacer el programa que a ti te dé la santa gana.

Estas son las últimas semanas de El Programa de Ana Rosa. El cara a cara con Sánchez probablemente ha sido su último combate, con resultado en tablas. En la duda quedará si la Ana Rosa que veamos por las tardes será como la anterior a 2020 o la posterior. 

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