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El superviviente del ataque al CNI en Irak: «Llevo 20 años dándole vueltas, es inexplicable»

Sánchez Riera relata en un libro el infierno que vivió en Latifiya en 2003 y del que se salvó por «suerte, azar y el destino»

El superviviente del ataque al CNI en Irak: «Llevo 20 años dándole vueltas, es inexplicable»

José Manuel Sánchez Riera en la actualidad. | Patricia I. Sánchez Argüello

José Manuel Sánchez Riera (Madrid, 1966) fue el único de los ocho agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) que salvó la vida en el ataque de la insurgencia iraquí contra los dos vehículos en los que viajaban el 29 de noviembre de 2003. Aquel hecho sigue siendo el día más negro en la historia de los servicios secretos. Pasadas dos décadas, publica el libro Tres días de noviembre (Ed. Espasa) donde vuelca todo lo sucedido junto a la localidad de Latifiya y cómo superó su posterior enfermedad por estrés postraumático, así como cierto sentimiento de culpa por ser el único superviviente: «Llevo 20 años dándole vueltas, es inexplicable», confiesa a THE OBJECTIVE ante el hecho de salir vivo -y sin heridas- de aquel infierno.

Los espías españoles viajaban en dos coches de regreso de Bagdad a la Base España en Diwaniya cuando fueron atacados en la carretera con armas automáticas. El CNI había decidido enviar vehículos con blindaje tras el asesinato de José Antonio Bernal el 9 de octubre de ese año en la capital iraquí, pero aún no habían llegado. No fue la única adversidad a la que se enfrentaron los agentes, que solo tenían armas cortas para responder a los kalashnikov de los atacantes, con una capacidad de tiro mucho mayor y con los que podían hacer blanco a doscientos metros.

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El coche en el que iba Sánchez Riera sufrió un accidente tras los primeros disparos. Él, medio aturdido, perdió la pistola que llevaba en su regazo cuando salió del habitáculo. La única pistola ametralladora que le pasaron se le encasquilló en dos ocasiones tras disparar el primer tiro. Todo ello en medio de las ráfagas que sobrevolaban sus cabezas y que les iban hiriendo uno a uno con el paso de los minutos. El número de teléfono del contingente español que tenían asignado por seguridad en caso de auxilio no funcionó -o nadie lo cogió- en ese momento crítico. Cuando llamaron a la división polaca, de la que dependía orgánicamente la brigada española en Irak, tampoco hubo respuesta.

Al cuarto intento, uno de sus compañeros llamó por el teléfono satélite a su enlace en Madrid, la persona del CNI que coordinaba desde España los equipos que estaban en el país árabe y a la que pudo informar de los primeros fallecidos y heridos. La voz de alarma ya se había dado, pero cuando se fue a dar la posición del lugar del ataque, la llamada se cortó. En una posterior comunicación, solo pudieron facilitar dos dígitos en medio de los disparos antes de perderla. Y ya no fue posible restablecerla.

En esa desesperada situación, mientras se peleaba con una pistola que no funcionaba, su compañero Carlos Baró le dijo que subiera a la carretera y tratase de buscar ayuda. El corto trayecto entre los dos todoterrenos le pareció eterno. «No se me olvidará nunca el sonido del impacto en el suelo de cada uno de los proyectiles: un golpe seco que levantaba la tierra y que nada tiene que ver con lo que nos enseñan en el cine», relata en su libro.

Al cruzar la carretera, recibió un impacto en el costado, pero por fortuna fue el rebote de una bala. Se alejó unos 200 metros en dirección norte por la ‘ruta Jackson’, como si volviese a Bagdad, cuando una turba de gente se le acercó y empezó a golpearle y quitarle sus objetos personales mientras le ataban las manos a la espalda con su cinturón. Incluso le metieron en el maletero de un coche, pero el conductor no lo cerró y él pudo zafarse y saltar fuera antes de arrancar. No sería su último golpe de suerte. Del gentío salió un hombre de su edad ataviado con un turbante azul. Un sheik -hombre sabio- se le acercó y le dio un beso en la mejilla sin mediar palabra. Tras ese inesperado gesto, esa persona se dio la vuelta y se marchó sobre sus pasos. «Conforme apareció, desapareció. Ni una sola palabra, nada de nada», incide. La gente que hasta ese momento le golpeaba con saña se dispersó y Sánchez Riera pudo montarse en un taxi para refugiarse en una comisaría cercana.

El único superviviente de esa jornada luctuosa para el CNI se acuerda a diario de sus compañeros, y pasados más de veinte años, sigue dándole vueltas a la emboscada. Descarta alternativas distintas a lo que hicieron tras el ataque de la insurgencia. «Se hubiese perdido una vida más. Es que no me sale, me salen ocho muertos. No había otra posibilidad», reconoce en la entrevista con este periódico. Fueron siete fallecidos en aquella carretera que pasaba junto a Latifiya y él se salvó de milagro. Más bien, gracias a varios milagros. O como él mismo dice, por una suma de «suerte, azar y el destino».

A Sánchez Riera le ha costado mucho ponerse a escribir este libro. «Era demasiada la fuerza del recuerdo y no podía. Había demasiadas circunstancias», rememora. Por ejemplo, estuvo trabajando para el CNI hasta 2014, momento en el que recibió la incapacitación permanente por las secuelas del atentado. En concreto, por un trastorno de estrés agudo que se había cronificado al no ponerse en manos de un psiquiatra desde el principio. Poco después, empezó a presidir la Asociación de Víctimas del Terrorismo en la Comunidad Valenciana.

«En Bagdad nadie supo que llegábamos. No hicimos tantos movimientos como pueda parecer. Y en el viaje de vuelta (a la base española), no hay nada reseñable hasta el momento de la emboscada. Realmente salimos a la hora que teníamos que salir. Ya sabíamos que en la ciudad de Mahmudiya iba a haber atasco porque cortaban la carretera con controles a partir de la caída de la tarde. Y que íbamos a tener que pasar por la ciudad. Al final, fue una serie de infortunios. Sencillamente, se dieron una serie de circunstancias», señala sobre los últimos tres días que pasó con sus compañeros del CNI y el posible soplo que alguien cercano a ellos pudo dar a los insurgentes sobre la presencia de esos dos vehículos en el que viajaban varios occidentales en su interior.

Los agentes del CNI emboscados en Latifiya (Irak), José Manuel Sánchez Riera es el tercero por la derecha.

Un hecho que sorprendió en su momento es que los ocho espías fuesen juntos en dos vehículos, en pleno relevo del equipo que estaba desplegado en el país árabe. ¿No hubiera sido mejor ir por separado? Sánchez Riera lo descarta de plano. «Primero, hay que entender las condiciones de trabajo nuestras en misiones, que nosotros no somos fuerza combatiente. Nuestro trabajo es eminentemente civil, conseguir información para las tropas en la zona, que sus condiciones de seguridad sean las mejores. Encima, fuera de nuestra zona de demarcación (de Diwaniya), no podíamos llevar armas largas. Sin cuatro personas (en cada coche), en vez de 30 minutos hubieran sido cinco» antes de morir, sentencia.

La importancia del apoyo familiar

Y sobre el notable árabe que le salvó de la turba, ahora cree tener las piezas del puzzle que le permiten explicar esa situación de la que más de uno en el CNI no se creyó en un primer momento. «Era una situación de enfrentamiento, no contra las fuerzas de la coalición, sino entre las dos comunidades, la chií y la suní. Incluso, entre los baazistas y los no baazistas, los pro Sadam y contra Sadam. Ahí me salvó el beso como elemento final, pero es que nadie quiso significarse en un sentido o en otro», apunta como principal hipótesis.

Además, hubo otros factores que jugaron a su favor. «El que me metió en el maletero del coche, no lo cerró. Si uno de los agresores me da en ese momento un golpe en la cabeza o me mete un disparo… nadie quería significarse. Podían haberme quitado de en medio en seguida. Y el que me dio el beso, se fue sin ver el resultado», concluye.

Sánchez Riera recomienda terapia psicológica al que sufra un atentado terrorista y subraya la importancia de que la familia apoye al herido durante la misma. «Hay momentos en los que estás un poco insoportable. Mi mujer, con una fuerza tremenda, aguantó lo indecible», resalta antes de agradecer al CNI el respaldo y cariño recibido en todos estos años: «No puedo tener absolutamente ninguna queja. Me siento querido por el Centro como organismo, como ente abstracto y por las personas del mismo. Evidentemente, en todo este proceso y por donde yo he pasado, ha habido momentos en que me he sentido más cerca o más lejos del CNI, pero no en un sentido negativo, sino que yo necesitaba poner distancia».

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