Arcadi Espada: la antología perfecta
«Los lectores antiguos y fieles –como es mi caso– tendrán en ‘La verdad’ ni más ni menos que la antología perfecta del autor»
«Los lectores antiguos y fieles –como es mi caso– tendrán en ‘La verdad’ ni más ni menos que la antología perfecta del autor»
«Gabriel Rufián entrevistó a Arcadi Espada en un programa al que llama La Fábrica y se ha ganado un montón de elogios»
Estamos en un momento de deshielo semántico, donde determinadas voces han perdido todo significado; el lenguaje político ha perdido su naturaleza referencial y ha cedido al humo negro de la nada
«Arcadi Espada ha sido el primer y más feroz de los críticos de Cs ante la deriva reciente del partido, que ha consistido, en síntesis, en el desprecio a la intelectualidad»
A Espada le pierden sus pedagogías un tanto abruptas […] aprovechadas por un patán como Mejide para ponerlo en la picota: abusando así del espectador al que Espada había respetado.
El odio no tiene hoy buena prensa. Diríase que, en singular bucle, es a menudo el odio lo único que se nos permite odiar. El latiguillo moderno “todas las ideas son respetables” implica que ninguna puede ser odiosa. Tanto el lema jipi “haz el amor y no la guerra” como el más antiguo cristiano “amad a vuestros enemigos” parecen apuntar en igual dirección. Se diría que una actitud mansa y cariñosa es la única que nos recomienda la ética, mientras que cualquier arrebato de ira o contundencia trata de denigrarse como grosera equivocación.
“¿A qué te dedicas, Miguel Ángel?”. “Soy profesor. De Ética. Por ejemplo, Ética del periodismo”. “Ah, pero ¿los periodistas tienen ética?”. He escuchado el mismo chiste tantas veces. Supongo que todos soportamos monotonías semejantes con nuestro trabajo: a Jordi Hurtado seguro que le han hecho mil chanzas sobre su eterna juventud. Y a fe que tiene especial mérito en su caso: no es fácil aguantar la misma broma doscientos años.
El psiquiatra Juanjo Jambrina no solo es uno de mis escasos amigos imprescindibles (“els amics es poden comptar amb els dits d’una mà”, reza una de esas máximas catalanas de baldosa que siempre me recuerda mi padre) sino que también escribe con garra y hace todo lo posible por ser un profesional incontestable. Entre sus logros se encuentra la iniciativa del documental Desconectados (de Manuel Gómez Pereira), que cuenta la experiencia de un modelo de abordaje psiquiátrico fuera de sórdidos manicomios. Un modelo de éxito que Juanjo, siguiendo la estela de sus maestros, ha establecido en Avilés, villa muy recomendable para comer, beber y reír en buena compañía de batas blancas.
Para desintoxicarme de los nacionalistas catalanes leo a dos catalanes no nacionalistas, trenzados en un libro: el ‘Josep Pla’ de Arcadi Espada (ed. Omega). El libro era inencontrable, pero lo encontró Manuel Arias Maldonado en Palma de Mallorca. Lo trajo a Málaga, me lo prestó, yo me lo llevé a Madrid y de allí a Barcelona para la manifestación del 8 de octubre.
Quienes nos oponemos a la consideración de España como un ente plurinacional hemos de admitir que nuestra postura contiene un ángulo ciego o, al menos, un zona de inconsistencia que ha de aclararse. Al fin y al cabo, nuestra actual Constitución sí habla, de manera enfática y en lugar prominente, de una nación, que es la española. ¿Por qué, a fin de cuentas, esta sí y las otras no? Algunos de nuestros conciudadanos –sospecho que no tantos, pero eso importa menos– están convencidos de la existencia sentimental y material de otras naciones, sean la vasca o la gallega o la catalana. ¿Por qué preterirlas a favor de la española?
Mientras subimos la rampa que da acceso al Bullilab, 3.000 metros cuadrados de almacén en una de las faldas más sórdidas de Montjuic, Salvador Sostres me advierte: «Si ahora no sabes en qué consiste el Bullilab, lo más probable es que al salir sigas sin saberlo». Dentro nos esperan Arcadi Espada y Ferran Adriá, al que la gripe no acaba de aplacarle su entusiasmo. No en vano, Sostres y Espada han sido los más conspicuos divulgadores de la obra de Adriá, en un pródigo apostolado que ha contribuido a que tantísimos profanos, como es mi caso, comamos polenta helada por delegación.
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