«El caso es quitar hierro y tender puentes recordando —permítanme el tópico— que pesa más lo que nos une que lo que nos separa»
Todo el que pasea por una vieja ciudad europea, y le presta un poquito de atención a lo que ve, llega siempre la misma conclusión: antes se hacían mejor las cosas.
Hay una pauta Calatrava. El chalaneo, según documenta el periodista Llátzer Moix en su imponente alegato Queríamos un Calatrava, suele comenzar con una fastuosa exposición en la ciudad en la que el estudio pretende estampar su firma, prosigue con la cesión gratuita al municipio de un proyecto de postín y madura con el agasajo al político de turno, que al punto se persuade de que una obra del afamado arquitecto no sólo prestigiará el lugar sino también su mandato. El precio es desmesurado, sí, pero nadie dijo que la excelencia sea barata. Además, no se trata únicamente de una construcción; lo que hace Calatrava es arte, por lo que atraerá turistas de todo el mundo. Bien mirado, tal vez no sea tan caro; tal vez sea una inversión.
La unión de contrastes es un acto arriesgado que ha relegado en el olvido a muchos incomprendidos. La mente creativa debe competir con la percepción de un público no siempre abierto a la combinación de extremos, por lo que constituir un todo a través de la unión de elementos antagónicos puede acabar en fracaso.
Desde la Interestatal 4 que une Tampa con Daytona Beach en Florida, se pueden ver las vastas planicies que se extienden como un manto y los lagos que salpican el territorio aquí y allá. Los cisnes sobrevuelan estos lagos y despliegan sus alas blancas bajo el Sol.