Cuántas emociones olvidadas regresan hoy al repasar viejos textos. Qué rápidamente saltamos, hace cuatro decenios, del final de una gris y burocrática dictadura a la esperanza de que iba a ser posible recuperar tanto tiempo perdido frente a una Europa próspera, moderna, libre y reconciliada: en año y medio habíamos pasado del lúgubre “Españoles, Franco ha muerto” de Arias Navarro al “Puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez en el último día de la primera campaña electoral democrática. Creímos a Suárez y lo ratificamos en el poder, e hicimos bien. Sí, había en él algo del tahúr del Misisipí que le colgaría Alfonso Guerra, y le faltaba un tanto de poso cultural y político, pero era un hombre de acción y de diálogo que derribaba obstáculos y que quizá habría evitado algunos males nacidos tras su defenestración en 1981 por los golpistas. El terrorismo de Estado y la corrupción no iban con él.